Revista América Latina

Fernando Torres, el director cultural que de niño quiso ser cura

Publicado el 14 agosto 2017 por Apgrafic
Fernando Torres, el director cultural que de niño quiso ser curaFernando Torres en su casa | © Kristy Retuerto

Semblanza escrita por Schereiber Malpartida Vargas

Cuando llegó a su oficina la encontró vacía. La señora de limpieza le indicó que habían sacado sus cosas. Un momento después, en la dirección del ICPNA le explicaban que, a pesar de sus negativas a asumir el cargo, no tenía más alternativa que enrumbarse en ese nuevo proyecto y sus pertenencias lo esperaban en su nuevo despacho. Fernando Torres se convirtió desde ese momento en el director general del centro cultural del ICPNA. Un cargo en el cual habían "cortado muchas cabezas" y temía ser el próximo.

Emma Quiroz, su madre, estudió diseño de modas en Buenos Aires y le atraía la poesía. Su padre César Torres era un aficionado de la Ópera de Zarzuela. El pequeño Fernando creció rodeado de telas, encajes, museos y modas; la poesía, la estética y la música moldearon su figura de tal forma que su presencia sentado en su sala hace juego con el arte.

"Yo soy de Cajamarca, nací en Cajamarca, me fui a estudiar a New York y no tenía dinero. Quise ingresar a un curso porque se estudiaba teatro. Cuando por fin logré juntar lo necesario para inscribirme, no había cupo". Le sugirieron que entrara a otro curso que combinaba arte, estilos y diseño, y le fue muy bien. "Ahí descubrí que ser artista no solo se trata de querer serlo, se trata de un talento personal, interior. Puedes estudiar en la mejor escuela del mundo pero nunca vas a destacar si no cuentas con las capacidades necesarias".

No cree que un solo artista pueda representar la cultura, "en un país tan diverso como el nuestro deberíamos hablar de muchos y que todos resalten internacionalmente". Ágil para responder interrogantes, sentado al azar en el medio exacto de su mueble de tres cuerpos y en el nivel preciso del cuadro que casi le roza la espalda, no titubea. Su gestión profesional a cargo de la dirección cultural del ICPNA la resume diciendo que trabajó para alcanzar un objetivo, y ese era la cultura del país.

Fernando Torres, el director cultural que de niño quiso ser cura

Gira su cuerpo cuando comenta de sus años de profesor enseñando inglés en el ICPNA, no desentona, “mientras uno más conoce, más ignora”. Cada etapa le ha brindado lecciones permanentes, considera que haber dedicado su vida al trabajo fue una oportunidad bien aprovechada para servir. "Por ello quise ser cura”, dice como si tal cosa; sus pómulos se agrandan, pero apenas ríe. De pequeño, por su vocación de servicio, Fernando quiso ser cura.

En él, lo único sin color ahora es su cabello, de su carrera se enorgullece haber mantenido los espacios culturales que hoy son los más destacados del ICPNA, además de su contribución con innumerables ediciones de libros, premios, formación de clubes, y apoyar disciplinas en vez de un solo artista, pues así se aseguraba llegar a más personas en todas las expresiones culturales.

Saramago en uno de sus libros escribe sobre la diferencia entre educación e instrucción; hace poco Fernando viajó a Buenos Aires y asistió cada noche al teatro, y aunque no le resultaba increíble ver los recintos abarrotados en medio de una gran crisis económica, se le escapa una comparación con su país. En el Perú, aunque ahora existen opciones hasta gratuitas, las personas están instruidas, pero no educadas culturalmente. "Gustan de programas donde la gente se jacta de todo lo que antes se conocía como vergüenza". Y no asisten masivamente a los centros culturales. Un cambio significativo para él tiene que venir desde el Ministerio de Educación, para influir en las nuevas generaciones que se están formando.

Fernando Torres, el director cultural que de niño quiso ser cura

La luz que se cuela entre las cortinas hace notar las líneas de expresión en su rostro. A sus 62 años, el ahora ex director cultural del ICPNA emana un alma juvenil que complementa con su camisa remangada y el reloj de pulsera. En su sala se reúne la cultura y la elegancia, entre los cuadros, candelabros e híbridos decorativos, recuerda que ayer tuvo una cena a la que no pudo asistir, constantes llamadas que apenas pudo atender y diversas actividades que le continúan programando e invitando.

Su vida desde el 30 de diciembre del año pasado, fecha en que dejó el cargo, no ha cambiado demasiado, pero reconoce que ahora no siente el rigor de una asistencia marcada por los horarios. Dejar de ser el director cultural tiene solo el efecto para él en la omisión de esas palabras.

"Nuestro país lamentablemente es un lugar donde la gratitud no existe. La gente se te acerca por dinero o por el cargo, si algún día lo dejas, prácticamente quedas en el olvido”. Ha visto repetirse de cerca la misma historia, y le alegra que a él no le esté sucediendo. “Nunca trabajé para ser famoso, el objetivo nunca fui yo, por eso me quedo sorprendido con cada entrevista y cada invitación a la que a veces no puedo asistir”, se disculpa.

Si bien antes de entrar al cargo tuvo muchas dudas, ahora al ver al ICPNA convertido en difusor del arte y centro cultural puntero en el Perú, solo le dolería que 32 años de trabajo junto a su equipo se vayan al piso. Pero confía en que las personas que le suceden van a seguir por el mismo camino. “Conozco al equipo que se ha formado”. Ahora sí sonríe. 


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