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Raquel Lanseros
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Luís García Montero
Benjamín Prado
Raquel Lanseros
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Bio-bibliografía
Fernando Valverde (Granada, 1980) ha publicado varios libros de poemas entre los que destacan Viento favorable (Colección Juan Ramón Jiménez, 2000) Razones para huir de una ciudad con frío (Visor, 2003) y Los ojos del pelícano (Visor, 2010). En 2005 obtuvo el premio Federico García Lorca y en 2010 el prestigioso Emilio Alarcos del Principado de Asturias.
Es uno de los creadores de la antología viva Poesía ante la incertidumbre (Visor, 2011) publicada en siete países por diferentes sellos editoriales.
Doctor en Filología Hispánica, licenciado en Filología Románica y apunto de licenciarse en Antropología, trabaja como periodista del diario EL PAÍS y dirige el Festival Internacional de Poesía de Granada (España). Además, es colaborador habitual de importantes revistas como La estafeta del viento o Cuadernos Hispanoamericanos.
Como periodista, ha realizado reportajes en países como Nicaragua, Palestina, Bosnia Herzegovina, Siria, Israel o Montenegro.
Poética
“El fin del poeta es convertirse en mil hombres y que en vez de leerlo a él nos leamos nosotros mismos. Para que ese milagro sea posible, la poesía tiene que emocionar. Ese es el límite de la poesía. Creo en una poesía sencilla, que no simple, capaz de establecer un diálogo con el lector sin pedestales, sin falsas poses, sin elitismos interesados. Los buenos poemas se entienden, comunican, emocionan e incluso conmueven. No soporto el arte de la apariencia, de los mundos interiores que necesitan remover mucho los charcos para resultar profundos, tampoco la necesidad de algunos poetas de aparentar que son “artistas”, como si tuviesen una sensibilidad diferente, superior. En definitiva, estoy convencido de que la sencillez es lo más difícil de todo, lo que arranca del lector un sincero: “es verdad” que justifica la creación”.
Poemas
LA CAÍDA
A mi madre
¿Recuerdas cómo mueren los pelícanos?
Bajo el sol de la tarde
que golpea la costa del Pacífico
el agua los engulle como al plomo.
Nada puede salvarlos.
Hay tanta dignidad en el vacío,
tanto amor en sus vuelos,
que en el último instante escogen el silencio.
Sólo queda
el golpe de sus cuerpos contra el agua
como un rumor de viento imperceptible.
Desde esta habitación no puede verse el mar,
no existen altas rocas y no queda horizonte
que no hayan destruido.
No importa,
intuyes un rumor en esta noche negra,
puedes tocar su brazo.
Recordarás entonces, al percibir el frío,
que en otoño ese mar que tanto amas
se vuelve gris y deja
los nombres del pasado escritos en la arena.
Te has sentado a mirarlos.
Frente a ti,
torciendo el horizonte,
un niño se sumerge entre las olas.
El levante, tan cálido y perfecto,
lo traiciona y lo empuja.
Has venido a salvarme.
Tus brazos,
tan frágiles ahora,
cubren el cuerpo de mis nueve años
hasta tocar la orilla.
Es cierto,
desde esta habitación no puede verse el mar
pero tiemblan mis manos igual que aquella tarde.
Ahora cojo las tuyas,
siente cómo te amo,
cómo salvas mi miedo con tus gestos,
cómo tienes la vida sujeta entre los dedos.
Deja a un lado la carne,
has golpeado tanto tu rostro contra el agua
que la luz se ha quebrado.
No hay estrellas debajo del océano.
Abre los ojos,
es tan ciega la muerte que el temor te confunde.
Abre los ojos,
búscame ahora en medio de este océano,
voy a agarrarte fuerte con mis brazos,
siente cómo te aprieto,
busquemos nuestra orilla,
el mar no ha dibujado nuestros nombres,
es hoy, no somos el pasado,
es salado el sudor,
es la espuma del mar contra las rocas
este miedo en tus labios.
Nos espera la vida.
Un lobo
Dentro de este poema pasa un lobo
que deja sus pisadas en la nieve.
Sigiloso y hambriento,
recorre una ciudad
que miró confiada hacia el futuro.
Hoy han bajado todas las persianas.
Es tarde,
trato de no hacer ruido
y que avancen los versos como pasan los días
para que el lobo escoja
un camino que lleve a otro lugar,
una presa más débil.
Pero en este poema espera un lobo
que ha venido a buscarme.
Aunque intente estar quieto y no hacer ruido
salta por las palabras un recuerdo
que me arranca un aullido y me devora.
El lago
Esta nieve que pisas va a convertirse en barro
y en el lago veré mi rostro sin el tuyo.
He transitado el borde de la orilla,
he querido cruzarlo sin mojarme los pies
y he tropezado tanto que me duelen las manos.
Debajo de la hierba esperan piedras
que reciben mi piel como una encrucijada.
Pero no se la apropian,
los cuerpos son tan bellos cuando el tiempo los toca
que no nos pertenecen,
son un bosque prohibido.
Quedará para siempre la marca de un reflejo
porque no van los brazos a olvidarlo todo
aunque se hagan más grandes nuestras dudas.
Las canciones que olvidas son huellas en la nieve
y en la piel de los lagos se deshace el futuro.