Foto: Anna Roca
por Parko.Como apunta Isa, la crónica (clásica, grupo a grupo) del festival está muy bien explicada por los compis de Bi FM (Viernes y Sábado), pero quiero hacer una mención especial a The National, entre otras cosas. Pensábamos acudir al escenario principal del BIME con 15 minutos de antelación para coger sitio para ver a The National, pero en vista de la cantidad de gente que se dirigía para allá antes de eso, nos dimos prisa en movernos, y menos mal, menuda marabunta se formó.
Si ya de por sí pensaba que el BIME era un festival triste (entendedme, me refiero a triste a nivel melancólico), me encuentro con que al poco de presentarse con “Riders on the storm” de The Doors, la segunda canción de The National es Sorrow. Llevaba canturreando sus primeros versos todo el finde, pero a la hora de la verdad… me tembló el labio inferior y empecé a llorar, no pude seguir la letra. Tampoco sabría explicar por qué me puse así, pero sí puedo afirmar que, en el fondo me sentía muy bien, liberado, sereno, tranquilo, absorto en el concierto, experimentándolo. (En contraste a Placebo, que sólo tocaron algunos temas clásicos a modo de migajas de pan)
– ¡Están tocando todas las buenas!
– Está gente sólo tiene temazos, my friend.
Foto: Anna Roca
El concierto siguió y siguió, con el grupo cada vez más entregado, hasta el momento culminante en el que Matt baja con el público, algunos intentamos abrazarle, algunas chicas le mancharon la camisa de pintalabios, Isa cantó en su micrófono, los seguratas intentando apartarnos y, a la vez, trato de no perder a mis colegas de vista, aunque sabiendo que no lo conseguiría, y de mientras Anna sacando fotos de todo.
Después de esta vorágine de gente, lágrimas, encuentros y desencuentros, intentamos volver a dónde estábamos, reunir a la cúpula de Cabeza de Gallo, dispersa, desorientada y emocionada, y una vez acabado el espectáculo, nos partimos una cerveza entre los tres, nos abrazamos satisfechos y emocionados.
Foto: Anna Roca
Observamos aterrados el lamentable espectáculo que suponen esa especie de “garrrotes” con LEDs en su interior que repartían los patrocinadores, pensados para animar al personal, con luces parpadeantes y mareantes, todos tirados por el suelo, rotos, tristes, aún parpadeando, agonizantes junto a los ya muertos e inutilizables vasos de plástico inundando la sala, conformando una de las escenas más tristes que he presenciado al acabar un concierto, pero con una tristeza del todo diferente a la que experimentamos durante la actuación.
Siento decir que fue un punto muy negativo para un festival, por el contrario, de lo más inspirador.