
La enfermedad, una variante de la encefalopatía espongiforme, se lleva a sus vacas, penosamente intenta engañar a los servicios sanitarios. Las quema, luego inventa cualquier historia para distraer de su desaparición - la policía no le cree, su hermana tampoco. No interesa que las vacas sobrevivan. No interesa saber qué es lo que está acabando con el mundo rural; y tras el mundo rural, con la vida de ganaderos supervivientes como Pierre, y lo que su vida y su actividad representa para el mantenimiento de unos ecosistemas económicos, paisajísticos y culturales. La película es seca, dura y no incurre en sentimentalismos; en la última imagen Pierre abandona, sabe que ha perdido la batalla, se aleja de su granja, cruza una mirada de despedida y desesperación con una de sus vacas en el prado, continúa su camino: hacia otro lugar, hacia otra vida. No hubo tiempo para ver Río Negro, de Eric Zonka, con estreno previsto en Francia el 18 de julio, y que se anuncia como una de las películas negras más intensas de 2018.La película británica Jersey Affair, opera prima de Michael Pearce, devuelve el sabor de otro costado en la obra de Chabrol, el Atlántico como trasfondo de obsesivas historias negras en la vena de La bestia debe morir de Nicholas Blake. El Atlántico es poderoso y moldea las vidas de quienes viven junto a él con una fuerza de algún modo primitiva, tal vez neolítica. Esa fuerza está presente en la película, servida por excelentes interpretaciones de la joven actriz irlandesa Jessi Buckley y del joven y brillante cantautor folk británico Johnny Flynn. Es desbordada la pasión que la empuja a ella a huir de una tiránica y acrisoladamente heráldica familia enraizada en la tierra y el lugar para unirse a él, con algo primitivo en su interior, pero también con experiencia carcelaria y sospechoso de los asesinatos en serie que asolan a la isla. Hay algo paralelo en las extrañas corrientes del Atlántico y las extrañas corrientes que pasan por la mente de Jessi Buckley (guía turística de profesión) en la vida real. Sin embargo el guion no siempre logra atar en un diagrama lógico los diversos elementos de la narración. Y si uno comprende que el personaje de la chica está marcado por un mar cruel, sobre todo cuando comparece ante los policías que la van arrestar, no resulta del todo convincente su emergencia de las cenizas (tras el accidente del coche en el que huyen), como un fénix alzándose sobre el mal, para dejar una brutal explicación de cuál es en realidad la bestia, el asesino en serie, que asola el lugar. Esta deficiencia no es óbice para no disfrutar la energía y la frescura que despide la película. El tercer asesino (Kore Eda Hirokazu)
Tras la maravilla el año pasado de Después de la tormenta, Kore Eda Hirokazu entra en el género negro con El tercer asesino, película que en muchos sentidos puede considerarse un tour de forcé. Lo es porque presenta desde el principio con toda claridad el asesinato, y despeja toda duda sobre quién es el asesinado, y quién el asesino. Pero cuando un brillante abogado asume la defensa de Misumi, el asesino, poco a poco la película, con un milimétrico guión que ama cada una de las palabras pronunciadas, se desplaza hacia el vértigo que entraña despejar “la verdad” y en particular la culpa. Y si terminamos sabiendo que el asesinado violaba y martirizaba en realidad a su hija, el asesinato aparece aureolado en realidad por un altruismo en una dimensión muy superior a la de la justicia humana. Ese es el territorio donde Hirokazu destila toda la fuerza de su cine, donde se mueve más a gusto. Resulta dramático el sincopado diálogo final entre el abogado y el asesino - Hirokazu explora la búsqueda de la verdad hasta el límite.

El jurado del festival coronaba la fuerza del cine asiático otorgando el premio especial del jurado a la coreana “La memoria del asesino”, de Won-Shin-Yu.
The guilty
