OFICIAL LARGOMETRAJES
El próximo 21 de abril comienza el Festival de Documentales de Copenhague, CPH:DOX, y precisamente en la selección del año pasado estuvo No kings (Emilia Mello, 2020), una película de observación que muestra la vida cotidiana de una familia que pertenece a la comunidad Caiçara, habitante de la costa sureste de la Mata Atlántica de Brasil, que vive principalmente de la pesca y la agricultura. Descendientes de los indígenas Tupinambá, que lucharon contra los portugueses, su forma de vida es tradicional pero al mismo tiempo está ya invadida por las costumbres occidentales, en su forma de vestir, su dependencia de las drogas o en el acceso a la sanidad. Es, por tanto, el retrato de una comunidad indígena que mantiene con dificultad sus tradiciones ancestrales, y que se enfrenta también a determinadas amenazas a su forma de vida que no provienen de la economía, sino que está motivada, paradójicamente, por las regulaciones medioambientales. Para ellos resulta difícil adaptarse a la prohibición de la caza o a la regulación de la pesca que mantienen las autoridades de protección del Medio Ambiente.
La directora no hace reflexiones sobre estas amenazas, ni tiene una mirada fatalista, sino que muestra la forma de vida de esta comunidad, no solo acercándose sino también integrándose, hasta el punto que los propios protagonistas le incitan a grabar determinadas acciones. Ella a veces aparece en escena, como una parte integrante, al tiempo que una mirada externa. Pero esta mirada que pretende ser también poética por ejemplo en su retrato de un grupo de niños que pescan, acaba resultando demasiado superficial, y utiliza con poco acierto los escasos recursos audiovisuales (hay muchas secuencias que se desarrollan en la oscuridad de la noche, como una búsqueda de la intimidad que sin embargo para los espectadores resultan apagadas por la escasa textura fotográfica). La película está producida por Roberto Minervini, director italiano de interesantes propuestas documentales como The other side (2015) o What you gonna do when the world's on fire? (2018), y de alguna forma conecta con el enfoque poético de esta última. Pero falla en la construcción de una narrativa que vaya más allá de la mirada antropológica.
Exemplary behaviour (Audrius Mickevicius, Nerijus Milerius, 2019), ganador del Golden Dove a la Mejor Película Internacional en Dok Leipzig 2019, es un documental que nace del dolor y de la rabia. El director explica al comienzo de la película que su hermano murió de una paliza, pero de los dos asesinos solo uno reconoció su responsabilidad, siendo condenado a 10 años de prisión, pero finalmente liberado a los cinco años por buen comportamiento. De la sensación de rabia que le produjo esta injusticia nace un intento por encontrar el "camino del perdón" a través de otros presos condenados a cadena perpetua en la prisión de Lukiškės en Vilnius. Especialmente después de que al director le fue diagnosticado un cáncer terminal que acabaría con su vida en 2017, siendo concluido el documental por Nerijus Milerius.
Los protagonistas de la película son dos presos que tienen, al contrario que los asesinos de su hermano, pocas esperanzas de salir de la cárcel. Condenados a cadena perpetua por unos homicidios de los que no se dan muchos detalles, uno de ellos decide casarse con otra reclusa con la que ha mantenido correspondencia. El documental explora este cambio de identidad que provoca la cárcel en algunos de los presos, una especie de transformación del carácter que los convierte en personas distintas a cuando entraron en ella. Su "comportamiento ejemplar" no proviene de la necesidad de rebajar su condena, sino de un cambio en su manera de ver la vida. El propio director, con la condena de una enfermedad de la que no puede escapar, parece identificarse con estas vidas perpetuamente encerradas. E, igual que los presos encuentran en su proyección hacia el exterior (la boda, la construcción de una motocicleta para niños...) una forma de redención, el director también parece encontrar dentro de la prisión una forma de perdonar por la muerte de su hermano. El documental, sin embargo, no ofrece una respuesta clara.
Seleccionada en el Festival de Marsella, Goodbye, Mr. Wong (Kiyé Simon Luang, 2020) es el debut en el largometraje de un director que ha trabajado principalmente en el género documental. Originario de Laos, Kiyé Simon Luang ha vivido en Francia desde que tenía diez años, y de alguna forma esta película supone una representación de sus raíces. Más que un desarrollo narrativo estrictamente, la película plantea una serie de interrelaciones personales entre diferentes personajes que muestran ecos del colonialismo y de la diversidad cultural. Por un lado, está la relación entre la joven France y Mr. Wong, un hombre de negocios chino, que la corteja aunque ella realmente está enamorada de un joven de la zona; por otro lado, la llegada de Hugo, un francés que viaja a Laos para encontrar a la mujer que le abandonó un año antes.
Rodada en el lago Nam Ngum, la textura del 16 mm., el mismo formato en el que el director rodó su documental Tuk Tuk (Kiyé Simon Luang, 2012), ofrece unas imágenes que tienen cierta tonalidad del pasado, pero que muestran no obstante la belleza de los paisajes naturales. La película se desarrolla de forma pausada, y a veces se echa en falta una mayor consistencia narrativa y un mejor retrato de los personajes (los dos franceses, interpretados por Marc Barbé y Nathalie Richard, parecen deambular por la isla sin un rumbo concreto). Lo más interesante es la representación del propio entorno, de un Laos sometido constantemente a la colonización y la dominación. Utiliza incluso imágenes de archivo que muestran que no ha habido muchos cambios entre el pasado y el presente. Porque la colonización francesa que acabó en 1947 con la promulgación de una Constitución propia, ahora ha sido sustituida por la colonización económica china, que está representada por la figura de Mr. Wong, un empresario que pretende desplegar una treintena de barcos-restaurante por todo el lago, que supondría una competencia invasora para la forma de vida de los habitantes de la zona.
El director japonés Kôji Fukada se dio a conocer internacionalmente tras ganar el Premio a la Mejor Película en Un certain regard del Festival de Cannes con Harmonium (Kôji Fukada, 2016), y el año pasado regresó al festival ya en la Sección Oficial, aunque finalmente Cannes no pudo celebrarse, con The real thing (Kôji Fukada, 2020), que en realidad es un montaje del director para una película de cuatro horas de duración que proviene de la serie de televisión The real thing (Nagoya TV, 2019), que constaba de diez episodios. Sin embargo, la película no se siente como un montaje reducido, y el desarrollo de personajes tampoco se resiente, a pesar de tener la mitad de duración que la serie.
Se trata de una adaptación del manga "The mark of truth", escrito por Mochiru Hoshisato, que fue serializado en forma de seis volúmenes por la editorial Shõgakukan en 2000. Pero el director toma esta historia de amor a varias bandas como una excusa para construir una de las películas románticas más singulares de los últimos años. El protagonista, Tsuji (Win Morisaki) es un empleado de una fábrica de fuegos artificiales y juguetes que tiene una existencia anodina, marcada por su obsesión con la perfección. Este contraste entre su trabajo de distribución de material destinado a la diversión y su propia existencia apagada, semidormida, marca ya el perfil del protagonista.
Pero su mundo de estructura lineal se va a torcer cuando conoce a Ukiyo (Kaho Tsuchimura), una joven que parece tener una vida absolutamente contraria, caótica, perseguida por las deudas y un marido al que no desea, y con una tendencia a huir de las situaciones cuando éstas se complican demasiado. Tsuji se convierte en el "salvador" de Ukiyo cuando se queda atrapada con su coche en mitad de una vía de tren, pero poco después descubriremos que ella ha protagonizado algunos intentos de suicidio, por lo que la realidad del accidente queda difusa. El paso a nivel con barreras marca el encuentro de los dos personajes, y simboliza el momento vital en el que Ukiyo está atrapada, pero también la necesidad de Tsuji de traspasar su propia vida cuadriculada para remover su libertad emocional.
En realidad, son dos personajes que, aun pareciendo diferentes, tienen muchas características comunes, como una cierta falta de personalidad y de relaciones sólidas (Tsuji tiene novia pero al mismo tiempo flirtea con una compañera de trabajo, lo que refleja una especie de aversión al compromiso). También la relación entre los protagonistas tiene vaivenes emocionales, especialmente cuando aparece un personaje que explica buena parte del comportamiento caótico y desesperado de Ukiyo. El director construye esta relación con una planificación espléndida, que saca de cada plano una cierta lectura simbólica sobre el estado emocional de los personajes. Y ofrece un golpe maestro cuando cambia el punto de vista y termina creando una narración circular, una especie de cinta de Moebius que es a la vez anverso y reverso de la misma historia. The real thing se convierte de esta forma en un tributo al romanticismo a través de una estructura modélica.
COMPETICIÓN DE CORTOMETRAJES
El fotógrafo japonés Kosuke Okahara ha trabajado durante muchos años documentando acontecimientos políticos y sociales importantes, como las protestas de la Primavera Árabe, la crisis migratoria hacia Europa o el desastre nuclear de Fukushima. Tras cubrir unas protestas que tuvieron lugar en Okinawa en 2017 contra la presencia militar estadounidense, el fotógrafo se encontró en el antiguo centro de la ciudad, una zona denominada Koza que fue en su tiempo lugar destacado de vida nocturna, y aún hoy mantiene una actividad intensa que muestra la cultura champuru ("mezclada") entre las tradiciones japonesas y la influencia de la presencia norteamericana, a través de numerosos bares y restaurantes. Pero cuando Kosuke Okahara llegó, ya era tarde en la noche y la zona aparecía prácticamente cerrada, dejando ver las huellas de su apogeo en los años setenta. A pesar de ello, permaneció en algunos bares y entabló conversación con jóvenes de la zona.
Comenta Kosuke Okahara que desde que volvió a su casa en Kioto, comenzó a soñar con su experiencia en Koza: "Tuve los mismos sueños tantas veces que necesitaba volver allí". Y durante los últimos tres años ha regresado asiduamente, dando paseos nocturnos por las calles, bebiendo en los bares y entablando conversaciones con las personas que iba conociendo. De esta experiencia surge el proyecto Blue affair (Kosuke Okahara, 2020), que se representa como un cortometraje y como un libro de fotografías. El corto experimental, seleccionado en el Festival de Clermont-Ferrand 2021, comienza con las palabras del propio director: "Esta es mi realidad", pero cuando surgen imágenes de ensoñación con sonido de las profundidades del océano, lo define como "una evasión de la realidad". Tanto el libro como el corto tienen la misma secuencia de fotografías, entre el interior de bares nocturnos, una vieja habitación de hotel y lugares de karaoke. Es, efectivamente, una realidad distorsionada, envuelta en la textura del sueño, que muestra una ciudad fantasmagórica, en la que el esplendor del pasado se mezcla con una cierta decadencia presente. "Adentrarse en Koza es como bucear en el océano. Se hace duro, pero quieres quedarte", dice Kosuke Okahara.
Parte de la programación del Festival Internacional de Las Palmas de Gran Canaria se puede ver en Filmin hasta el 19 de abril.