La nueva película de Borja Cobeaga ha podido ya verse en San Sebastián y en Sevilla, en festivales que apuestan por un tono distinto en cuanto a cine español. Y es que en Negociador asistimos a una película lenta y parsimoniosa, en sus primeros minutos, enredándose en unos diálogos frescos y creíbles para volver a un final catártico con música pop española y la metáfora del filete con patatas.
Es curioso la de risas que levanta la película cuando el trasfondo es tan cruel y duro, pero tal vez ese sea el superpoder que ha desarrollado Cobeaga en su andadura como guionista de ¡Vaya Semanita!, y que ha sabido extrapolar en Negociador, suavizar el conflicto vasco con una cotidianidad asombrosa.
A cada minuto que pasa es imposible no acordarse de otros directores y guionistas españoles, que han sabido sacar punta a lo mundano y a la cutrez de ser español; en Negociador la comedia y el humor fluyen como una respuesta a lo absurdo de una situación seria, no a un chiste buscado que haga reír a las masas.
Puede que estemos ante la primera película de su director que no tiene ni un solo fallo en la dirección, tanto técnica como de actores, y que los cameos de Secun de la Rosa y Raúl Arévalo estén bien justificados para representar esa España que no olvida. En contrapunto tenemos a un Ramón Barea que lleva escrito en la cara la ruina que historicamente representa ser español, pero que siempre está dispuesto a seguir luchando por sus creencias. Sorprende notablemente la parcialidad total con la que el relato de las negociaciones con ETA quedan representadas en pantalla, dejando que la subjetividad del espectador sea la culpable de entender la película como mejor le venga en gana.
La principal cualidad con la que cuenta la película es su duración. En un mundo cinematográfico dónde cada vez es más tedioso ir a las salas a ver 3 horas de cómo Cindy sale con el quaterback mientras salvan el mundo los 4 Maravillosos, Negociador va al grano del asunto y lo resuelve todo en 80 minutos magistrales y divertidos.