Qué raros son los festivos en estos tiempos, que no se saborean como los de antes. Me temo que nos vamos a acostumbrar a la decir mucho "lo de antes", como si esta pandemia que vivimos marcara una frontera en nuestras vidas. Llegará un día en el que no nos acordemos bien de cómo éramos antes, qué hacíamos, cómo vivíamos. Antes. Tal vez llegue un día en que lo tratemos de esconder. Cualquiera sabe. Para no escandalizar a nuestros hijos y nietos, para no abrir heridas, por vergüenza, por pereza, por dolor, por desánimo, por melancolía. Como si fuera parte de un pasado que queremos enterrar en el olvido, o en esa memoria selectiva que no compartimos con nadie. Este nuevo "lo de antes" me traslada a ese antes que tuvimos antes de que la burbuja estallara, llevándose por delante el apartamento en la playa, el coche de gama alta, el abrigo de visón, las cenas con Pingus, las cajas de gambas (de las gordas y blancas) y todas esas cosas que todos no probamos pero que luego tuvimos que pagar, como si hubiéramos sido invitados a la fiesta. Vivimos por encima de nuestras posibilidades, nos dijeron, y nos lo creímos, y condenamos a nuestros hijos a un futuro mucho peor que nuestro pasado, que ese "lo de antes". Y ahora les apretamos un poquito más el cinturón, pero tampoco podemos hacer nada, porque esto no lo podía haber previsto nadie, que es otro mantra que empleamos con frecuencia cada día. Con este panorama, con lo que se intuye tras la ventana, es lógico que los festivos sean raros, que apenas se disfruten, que no se sientan como tal, yo qué sé. Nos ha sucedido con el verano, o el verano sin verano, o ese tiempo que hemos vivido de calor, mascarillas, mesas contadas y vigilantes de la playa. Pero no vimos a Pamela. Y también decidimos que mejor no recordar otros veranos, ya que eso, ya saben, que las comparaciones son odiosas. Y a otra cosa.Pues aunque sólo sea abrir un litro fresquito, harto de congelador, yo creo que debemos seguir celebrando y significando los festivos, que sigan teniendo su protagonismo, sus rituales, sus cosas, como siempre han tenido. Que ya vendrán lunes esaboríos, de esos lluviosos y colmados de atascos, que sacan lo peor de nosotros mismos. O simplemente nos sacan a nosotros mismos, cuando no tenemos tiempo para fingir lo que no somos. Es lo que tiene la incertidumbre, no sabemos lo que nos aguarda tras la esquina, y el temor a que sea peor que este presente nos agarrota, y los pasos los damos con más cuidado, más cortitos. Y nos moderamos en todo, lo primero en gastar, vaya que, nos decimos. Y por esa dinámica, que es como la pescadilla que se muerde la cola, entre todos conseguimos que a todos nos vaya peor. Porque ese dejar de gastar acaba dando la vuelta y te acaba repecutiendo a ti, a mí y a todo el mundo. Quien pueda, que gaste, más o menos, pero que gaste. Ya sea festivo o no, eso es lo mismo, que el dinero no entiende de calendarios. Imagino que, con el tiempo, recordaremos "lo de antes" como una fiesta permanente, toma abrazo dale besos, todo muy alegre y de contacto, y puede que no sea precisamente la imagen que deberíamos conservar. Como todo, siempre hemos tenido nuestras zonas de sombras, muy grises, incluso negras a ratos, pero como del calor del verano, no nos acordamos de un año para otro.Porque parece que las fiestas, las que más hemos disfrutado, se disfrutan más en la memoria que en el instante, y nos gusta acudir a ellas cada poco, que para eso recordar es gratis, O lo parece, que hay recuerdos que cuestan, y mucho, y ahora no estoy hablando de dinero. Pero eso lo dejamos aparcado para otro momento, que ahora toca fiesta y su celebración, ya sea con una Pilar por medio, felicidades a todas ellas, ya sea rememorando la gesta/fortuna de Colón -que no celebran con tanta euforia en otros lugares-. Escoja, y abra aunque sea un litro, y unos altramuces, que son baratos y sanos y no engordan, que lo tienen todo, y brinde con la persona que quiere. Esa es la fiesta, nada más que esa, tener alguien a quien querer, todo lo demás miserias, cartas del banco y cuernos retorcidos.