
Hoy quiero acercarles unas líneas acerca de una de las ficciones televisivas que más me han llegado al corazón este año. Ryan Murphy, que está convirtiendo la televisión norteamericana en un feudo personal (Glee como antecedente, American Horror Story y American Crime Story en auge y dos futuras series en desarrollo para los próximos años), es el creador de Feud, una nueva serie antológica que en este caso girará en torno a famosas rivalidades de gente de la farándula. Entiendo que no hay nada de atractivo en el tema si te lo presento así, sin embargo si te digo que la primera temporada versa sobre la rivalidad entre dos de las más talentosas actrices del Hollywood clásico (Bette Davis y Joan Crawford) y en torno al complejo rodaje de la exitosísimo film “What Ever Happened with Baby Jane”, seguro que el gusanillo cinéfilo te acaba picando. Adéntrate en este análisis de la primera temporada y entérate por qué Feud es una de las imprescindibles del año. No hay spoilers, excepto en el tramo final.
Si bien es comprensible la actitud de nostalgia y condescendencia de muchas de las producciones que nos llevan al corazón del Hollywood clásico (cómo no recordar con cariño a la mejor época del cine americano y posiblemente del cine en general), se agradece que la mirada de Murphy en Feud sea profundamente crítica y busque deliberadamente el cosquilleo incómodo del espectador. La forma en que el show decide abordar el tema prometido, la rivalidad de dos grandes actrices, es bastante curioso y por momentos roza el timo, ya que lejos del regodeo en el desacuerdo de dos poderosas mujeres que bien podría esperarse tras los teasers presentados; Murphy termina convirtiendo todo ello en un Mcguffin para disparar el tema que de verdad le interesa: la situación de la mujer en ese Hollywood dominado por los Grandes Estudios desde una postura ferozmente feminista.

Jessica Lange da vida a Joan Crawford cubierta de kilos de un maquillaje no muy convincente, pero que lograremos olvidar gracias a su potente interpretación. Crawford es el prototipo de diva insoportable la cual, maltratada en sus inicios, decidió llevarse al mundo por delante una vez alcanzada la cúspide. Caprichosa, aprovechadora y seductora, su belleza le abrió todas las puertas que su vejez ahora le cierra, y en el ocaso de su carrera lo que más le afecta es la pérdida de sus privilegios de diva y el revanchismo de los enemigos creados en el camino. Bette Davis, en cambio, carga el estigma de su belleza no normativa que le ha hecho todo el doble de difícil. Su exitosa carrera (coronada nada más y nada menos que con dos Oscars) fue fruto de una disciplina profesional que la alejó de la felicidad personal y le dejó una obsesión por el reconocimiento (“nunca fue suficiente” es su frase de cabecera). Susan Sarandon es la mejor actriz del show por la forma increíble en que se convierte en Bette Davis hasta en los más pequeños e insignificantes gestos.
Ambas mujeres llegan a expresar en su intimidad lo agobiante y terrible de aquella picadora de carne humana que eran los grandes estudios sin embargo, al principio de cada día, ambas se arremangaban y volvían a la batalla. Bette y Joan aceptaban su destino impuesto, aceptaban el maltrato y la humillación por la promesa de volver a convertirse en Diosas; la gran promesa de ese sistema que no era sino una mentira, apenas una posición de privilegio ante la condena a la invisibilidad que tendría el común de las mujeres. Alienadas en ese sistema de hombres, la devastadora consecuencia será ese “Feud” que da nombre a la serie, ese odio o rivalidad hacia una hermana prisionera de las misma cadenas, de la misma regulación que las obligó a comerse la una a la otra en pos del premio.
Si no la viste, es tiempo. Murphy ha creado uno de los espectáculos más sensibles, espeluznantes e importantes que la televisión ha dado nunca y nadie puede darse el lujo de perdérsela. Es tiempo de que corras a verla porque de otro modo el análisis ha terminado para ti. Quiero desglosar los dos momentos “semi-oníricos” con los que cierra la serie y por supuesto habrá spoilers.AVISO DE SPOILERS
Primero tenemos la alucinación de Crawford una semana antes de morir. Jack Warner, Hedda Hooper y Bette Davis, los grandes artífices de la infelicidad de Joan, se presentan a la mesa. La charla es adorable, hay pedido de disculpas por parte de todos y una firme fe en que el sufrimiento ha valido la pena. A lo largo de la ficción hemos visto lo suficiente como para entender que no hay recompensa suficiente para el maltrato psíquico que recibió esta mujer, sin embargo Murphy entiende que, como parte de una industria que se nutrió siempre del sufrimiento de estas personas debe una especie de reparación a todas ellas. Una vez más el anhelo de justicia que domina toda la serie.
Más interesante es el final de la ficción. Un momento imaginario (no queda claro quien lo imagina) en que Bette Davis y Joan Crawford se encuentran en el set de Baby Jane y deciden ser amigas, mientras el plano se va abriendo y las muestran solas en el set. Aquí los creadores nos regalan una re-visita romántica a la historia, una versión de los hechos que muestra lo distinto que hubiese sido todo sin un público tan ávido de escándalo (una crítica al público que acudió a esta mismísima serie en busca de peleas de farándula, de paso), a la vez que manda un mensaje claro hacia el futuro: La sororidad es el único camino a la verdadera liberación.
