Hoy quiero acercarles unas líneas acerca de una de las ficciones televisivas que más me han llegado al corazón este año. Ryan Murphy, que está convirtiendo la televisión norteamericana en un feudo personal (Glee como antecedente, American Horror Story y American Crime Story en auge y dos futuras series en desarrollo para los próximos años), es el creador de Feud, una nueva serie antológica que en este caso girará en torno a famosas rivalidades de gente de la farándula. Entiendo que no hay nada de atractivo en el tema si te lo presento así, sin embargo si te digo que la primera temporada versa sobre la rivalidad entre dos de las más talentosas actrices del Hollywood clásico (Bette Davis y Joan Crawford) y en torno al complejo rodaje de la exitosísimo film “What Ever Happened with Baby Jane”, seguro que el gusanillo cinéfilo te acaba picando. Adéntrate en este análisis de la primera temporada y entérate por qué Feud es una de las imprescindibles del año. No hay spoilers, excepto en el tramo final.
Si bien es comprensible la actitud de nostalgia y condescendencia de muchas de las producciones que nos llevan al corazón del Hollywood clásico (cómo no recordar con cariño a la mejor época del cine americano y posiblemente del cine en general), se agradece que la mirada de Murphy en Feud sea profundamente crítica y busque deliberadamente el cosquilleo incómodo del espectador. La forma en que el show decide abordar el tema prometido, la rivalidad de dos grandes actrices, es bastante curioso y por momentos roza el timo, ya que lejos del regodeo en el desacuerdo de dos poderosas mujeres que bien podría esperarse tras los teasers presentados; Murphy termina convirtiendo todo ello en un Mcguffin para disparar el tema que de verdad le interesa: la situación de la mujer en ese Hollywood dominado por los Grandes Estudios desde una postura ferozmente feminista.
AVISO DE SPOILERS
Primero tenemos la alucinación de Crawford una semana antes de morir. Jack Warner, Hedda Hooper y Bette Davis, los grandes artífices de la infelicidad de Joan, se presentan a la mesa. La charla es adorable, hay pedido de disculpas por parte de todos y una firme fe en que el sufrimiento ha valido la pena. A lo largo de la ficción hemos visto lo suficiente como para entender que no hay recompensa suficiente para el maltrato psíquico que recibió esta mujer, sin embargo Murphy entiende que, como parte de una industria que se nutrió siempre del sufrimiento de estas personas debe una especie de reparación a todas ellas. Una vez más el anhelo de justicia que domina toda la serie.
Más interesante es el final de la ficción. Un momento imaginario (no queda claro quien lo imagina) en que Bette Davis y Joan Crawford se encuentran en el set de Baby Jane y deciden ser amigas, mientras el plano se va abriendo y las muestran solas en el set. Aquí los creadores nos regalan una re-visita romántica a la historia, una versión de los hechos que muestra lo distinto que hubiese sido todo sin un público tan ávido de escándalo (una crítica al público que acudió a esta mismísima serie en busca de peleas de farándula, de paso), a la vez que manda un mensaje claro hacia el futuro: La sororidad es el único camino a la verdadera liberación.