Revista Cine
¿Se acuerda usted de "Ranilla"? Interpretado por el rechoncho actor de cuadro Pascual García Peña, "Ranilla" es el borrachales arrabalero que causa más de un problema en la obra mayor tintanesca Ay Amor, Cómo Me Has Puesto (Martínez Solares, 1951). ¿Ya se acordó?: es el briago panzón, de voz aguardientosa, bravero y llorón -y luego llorón y bravero- que, cuando quiere solucionar una bronca provocada por él -por ejemplo, pidiendo una disculpa-, termina provocando otra bronca más grande. Por lo menos en mi memoria personal, "Ranilla" es el más divertido mala-copa que ha creado el cine mexicano.Pero, ¿qué tiene que ver "Ranilla" con el FICUNAM? Que una de las cintas nacionales en competencia en la sección "Ahora México" es idéntico a "Ranilla", aunque nunca resulte, ni de lejos, tan simpático -ni tan complejo. En efecto, El Regreso del Muerto (México, 2014), primer largometraje de Gustavo Gamou (meritorio mediometraje documental Granicero/2011), tiene como protagonista a un tipo llamado Don Rosendo que parece hermano gemelo del "Ranilla" de Pascual García Peña. Gordo, canoso, de voz rasposa y perpetuamente briago, el hombre carga con culpas, complejos y broncas enormes que resuelve -es un decir- llorando, echando pleito, insultando, emborrachándose y lamentándose de sí mismo.Solo que, a diferencia de "Ranilla", Don Rosendo no es un personaje de ficción. En el transcurso del documental, filmado en la Tijuana de Navajazo (Silva, 2014) -con algún interludio inútil en Culiacán, con todo y visita a la capilla de Malverde ("¡Oh, mon Dieu, quelle bizarre!", dirán fascinados algunos programadores europeos)-, nos enteramos que Don Rosendo es un antiguo soldado del crimen organizado -traficaba drogas, mataba "normalmente" a balazos, alguna vez torturó a alguien para luego quemarlo vivo- que se salió del negocio, fingió su propia muerte -al final, incluso, visita su tumba- y sobrevive en algún pinchurriento albergue en Tijuana habitado por drogadictos, alcohólicos, "mariconcitos" y demás gente bonita que no cupo en la ya mencionada Navajazo.Ni estéticamente ni éticamente se sostiene El Regreso del Muerto. Grabada, aparentemente, a lo largo de varios años -a tal grado que al final se nos informa Rosendo y sus camaradas, "El Abuelisto" y "La Abuelista" ya chuparon faros-, lo que vemos es la cotidianidad de un viejo traficante y sicario que, por más que jure y perjure que se ha arrepentido, no ha cambiado mucho de carácter ni de modos. Podrá estar deseando entrar "al Reino de los Cielos", pero el tipo sigue golpeando, insultando y bronqueándose un día sí y otro también. Acaso el mayor pecado de Gamou sea que, a través de su precaria puesta en imágenes, intenta romantizar -que no humanizar- a Don Rosendo, a quien vemos bailar, noviar o caminar con "La Abuelista" como si fuera un viejecito entrañable y no, no lo es. Tampoco hay un atisbo crítico en lo que muestra ni impulso provocador alguno. En el papel, seguir los últimos años de la vida de un viejo traficante y exsicario, puede parecer revelador. En la realidad de la pantalla, no resulta así. Pero qué sé yo: en una de esas sigue el camino de Navajazo y al rato la vemos festivalear en Europa.
(Por cierto, en los créditos finales de El Regreso del Muerto un letrero nos advierte: "El Centro de Capacitación Cinematográfica no se hace responsable del contenido". Bien jugado, CCC, bien jugado).
En la misma sección Ahora México -probablemente la más floja del FICUNAM, como suele suceder con otros festivales en este país que exhiben cine mexicano, Guadalara y Morelia incluidos- se presentan dos mediometrajes que, espero, no los vea nunca el Papa Pancho. Si no, va a empezar a desear que el cine argentino no se mexicanice.Me refiero a De Hombres y Bestias (México, 2014), de Irving Uribe Nares, filme de 30 minutos de duración; y Marea (México, 2014), de Amaury Vergara, cinta de 35 minutos. Las dos tienen sus méritos en cuanto a la puesta en imágenes se refiere y las dos presentan actos de violencia -uno más claro que el otros; los dos, escamoteados- que vienen de la nada, gratuitamente, nomás porque sí, porque estamos en México. Con razón el Papa Pancho anda asustado de nosotros. Olvídense que nos visite.En cuanto a De Hombres y Bestias, se trata de un meritorio ejercicio elíptico-narrativo, que presume, en los créditos iniciales "el apoyo de Amat Escalante". De hecho, uno puede encontrar algo del primer Escalante en esta película, especialmente en ese feísmo bien asumido tanto en la puesta en imágenes como en la presencia de su protagonista, Ramón Veloz Rodea que, hasta donde uno puede intuir, tiene cierto retraso mental. El mediometraje sigue la vida de este muchacho que vive con su madre, a la que no vemos nunca. El hecho es que Ramón trabaja en una porqueriza, se divierte yendo a un antro de mala muerte y guarda un secreto que es fácil de dilucidar si uno ha visto el suficiente cine. Digamos, tres películas. En todo caso, hay cierta ambigüedad en lo que Uribe muestra y un claro impulso narrativo que no desfallece nunca. Evidentemente, el hecho de que el ejercicio no pase media hora ayuda enormidades.Prácticamente la misma duración tiene Marea, de Amaury Vergara. También seguimos la vida cotidiana de un muchacho (Guillermo Jordaz) que vive en alguna playa escondida de nuestro país. Ahí sobrevive cazando -persigue un ave en una laguna-, pescando -hay una toma notable desde el interior de un pez que el chamaco está destripando-, recogiendo cocos y dejando pasar el tiempo en lo que parece un hotel derruido. En la playa cercana, el muchacho, arpón en mano, ve a una joven y guapa mujer nadando (Abril Muñoz) y si usted ya adivinó por dónde va esta cinta, en efecto, por ahí va. La cámara de Adrian S. Bara logra algunas tomas atractivas -la visión del chamaco a través de la ventana de un cuarto destruido, la blanquísima habitación a la que entra el jovencito subrepticiamente-, la edición y el diseño sonoro son más que aptos -por ejemplo, el corte directo que nos lleva de la habitación de la mujer al mar rugiente-, pero de nuevo estamos en el mismo terreno de la violencia no solo gratuita sino hasta paranoica. Cuidado con los jodidos, los pobres, los morenos, los retrasados, los diferentes: ahí están acechando los muy méndigos. Llovizna (Olhovich, 1978) ya lo había planteado antes y mejor -con una provocadora crítica incluida- y ni se diga los innumerables filmes de la Época de Oro del cine mexicano, cuya desconfianza del indio "ladino" fue proverbial. Pero, por lo menos, todas esas cintas tenían un vigor narrativo del que carece Marea, por más que, eso sí, se vea muy bien.