Revista En Femenino
Hace 13 años que Fidel llegó a mi vida. Tenía unos dos meses de nacido cuando lo acogimos en el seno de nuestro hogar. Era pequeñito y muy juguetón. Al principio se divertía mordiendo los pies de todo el que llegara a la casa y poco a poco se fue adueñando de espacios, incluso, de un sofá reclinable que le regalé a mi esposo. No había quién lo sacara de allí. Si querías sentarte, era junto a él.
Fidel es satus puertorriquense, entiéndase, sato. Es una mezcla de chihuahua con quien sabe cuál otra raza. El chico llegó a esta casa porque lo estaban regalando. En el lugar donde trabajaba preguntaron si alguien quería adoptar un perrito y yo alcé la mano. Esa misma tarde fui a buscarlo y desde entonces es parte de nuestra familia.
Fidel ha pasado momentos muy duros. Una vez tuvo que ser hospitalizado por su condición de gastroenteritis y varias veces tuve que llevarlo de emergencia al veterinario porque se comía lo que no tenía que comerse, específicamente el relleno de la cama donde dormía. Gracias a eso le daban dolores de estómago y había que arrancar para que recibiera asistencia.
Fidel ha estado presente en muchas etapas bonitas de mi vida. Siempre alegre, siempre cariñoso, siempre Fidel. De hecho, mientras estuve embarazada su cercanía fue más fuerte. Quería estar todo el tiempo pegado a la panza.
El tiempo ha pasado y mi querido Fidel sigue aquí, tan fiel como siempre. Ahora no juega ni corre con la agilidad de antes. Prefiere estar recostado, descansando. Sus canas evidencian lo que mi corazón no quiere ver. Mi compañero fiel está envejeciendo. No se por cuánto tiempo estaremos juntos pero espero que sea por mucho. Mientras tanto, seguiremos disfrutando de la vida con el mismo cariño de ese primer día que nos conocimos.