David Brooks.─ En Estados Unidos, Fidel Castro fue desde el inicio declarado enemigo oficial por desafiar al superpoder en su propio "patio trasero", sobreviviendo a unos 11 presidentes estadunidenses, muchos de los cuales habían ordenado su asesinato o financiaban intentos contrarrevolucionarios para derrocar su gobierno. Su respuesta fue la solidaridad con el pueblo de Estados Unidos.
En su primera visita oficial a Estados Unidos para asistir a la Asamblea General de la ONU, en septiembre de 1960, el comandante Fidel Castro no se quedó en los recintos elegantes y oficiales de los mandatarios del mundo, sino que se salió de su lujoso hotel en protesta por la forma injusta y ruda de tratamiento, amenazó con acampar en pleno Central Park, afirmando que no sería gran cosa, ya que "somos gente de la montaña".
Finalmente él y su delegación se trasladaron al hotel Theresa, en Harlem, el histórico barrio afroestadunidense en esta ciudad, una cuna de rebelión y jazz, para convivir con los pobres del ghetto, reunirse con Malcolm X, los poetas Langston Hughes y Allen Ginsberg y otros mandatarios que lo deseaban ver (incluyendo Nikita Jrushchov, en la primera entrevista cara a cara entre el líder soviético y el revolucionario cubano, además de Nasser, de Egipto, y Nehru, de India) y también, desde ahí, admirar a otro tipo de yanqui en esta ciudad: el equipo de beisbol los Yankees de Nueva York.
Feroz ataque
Ante la ONU, donde dijo al inicio que sólo tenía unas cuantas breves palabras que compartir, ofreció un discurso de casi cuatro horas y media (un récord que sigue intacto) incluyendo un feroz ataque contra la política estadunidense, entre otros temas sobre el llamado orden internacional, y con ello marcando el inicio ya explícito de lo que sería un enfrentamiento con Washington que duraría más de medio siglo.
Ya para entonces, el presidente Dwight Eisenhower había aprobado un complot secreto para derrocarlo. Cuando el presidente estadunidense lo excluyó de una comida que ofreció para líderes latinoamericanos que asistían a la Asamblea General, Castro respondió al ofrecer al mismo tiempo una comida en un salón del hotel Theresa donde invitó a "la gente pobre y humilde de Harlem".
En octubre, menos de un mes después, Estados Unidos impuso la primera parte del bloqueo que aún está vigente, y en enero del siguiente año Washington rompió relaciones diplomáticas con La Habana.
No fue su primera visita. Llegó a esta ciudad en abril de 1959, sólo cuatro meses después del triunfo de la revolución. Reportajes de ese tiempo cuentan cómo captó la atención de esta ciudad, como si fuera una "estrella de rock" seguido por cámaras de televisión, probando la comida local (hot dogs), tomándose fotos con ciudadanos, incluyendo un grupo de estudiantes de primaria estadunidenses todos disfrazados como él, con barba y hasta visitando el famoso zoológico del Bronx.
Regresó otra vez en 1995, para el 50 aniversario de la ONU, y donde de nuevo regresó a Harlem. Ahora a una iglesia histórica en ese barrio, la Abysinnian Baptist Church, donde abundó sobre las más de tres décadas de enfrentamiento con Washington desde su pasada visita, pero recordando que Harlem, y su gente, eran sus amigos y hermanos.
A la vez, fue invitado a visitar el New York Times y el Wall Street Journal, y nos alaba más que se escapara a ver otros barrios, incluyendo al famoso chino, donde se le antojaba una sopa.
Castro regresó a Harlem en octubre de 2000 en su última visita a este país. De los 150 mandatarios que asistieron a la Cumbre del Milenio de la ONU, fue la estrella de la fiesta. Durante esa misma estancia, se presentó ante más de 3 mil asistentes –religiosos, sindicalistas, latinos afroestadunidenses, artistas, políticos maestros, estudiantes e inmigrantes– en la histórica iglesia Riverside Church, desde donde dio su discurso más revolucionario Martin Luther King en 1967. Fidel, durante cuatro horas y 16 minutos que concluyó con un buenos días ya que era la madrugada del día siguiente, bromeó sobre su presencia en una iglesia, algo que no había hecho como líder en Cuba, pero sabía justo dónde estaba.
Uno de los principios más sagrados de la Revolución Cubana es la solidaridad. Para los que creen en el hombre, en la bondad, para los que aman a los seres humanos… para los niños que sufren o mueren… la humanidad sólo cambiará cuando a una persona le duela igual que a la familia que lo sufre, la muerte de cualquier niño como si fuera uno de sus propios hijos, afirmó bajo la mirada de un Jesucristo desde el fondo del templo. Sé que algunos de ustedes son cristianos, que estamos en una iglesia. Y Cristo quería exactamente eso, amar al prójimo como a sí mismo.
Habló de la solidaridad cubana con los pueblos del mundo, desde el envío de médicos a África y América Latina, de becas para estudiantes, las batallas contra las fuerzas del régimen apartheid de Sudáfrica”. Y todo sin cobrar un solo centavo, ni buscar concesiones o inversiones. En ese barrio históricamente marginado en este país, Castro habló de que, a pesar de la situación económica cubana y los efectos del bloqueo, no se había cerrado una sola escuela, ni se habían abandonado servicios de salud, algo que no se podía decir en el caso de Harlem y otras partes del país. Comentó que un legislador de Misisipi le había comentado que en parte de su estado pobre no había médicos, y que Cuba ofreció enviar doctores, pero que si no llegaban como exiliados, el gobierno de Estados Unidos no entregaría visas para tal cosa.
Unos cinco años después, ante el desastre humano causado por el huracán Katrina en Nueva Orleans y la costa del Golfo, en el sur de Estados Unidos, el gobierno de Castro ofreció mil 600 médicos, hospitales de campo y 83 toneladas de material médico para atender la crisis, lo cual fue rehusado por el gobierno de George W. Bush. Pero los médicos especializados en atender víctimas en este tipo de crisis mantuvieron hechas sus maletas por si acaso eran necesitados, reporto NBC News desde La Habana en 2005.
Castro, junto con tal vez sólo Ricardo Flores Magón y, en el siglo XVIII, el venezolano Francisco de Miranda (quien participó y colaboró con las fuerzas independentistas de este país), fue uno de los pocos líderes latinoamericanos que, más allá de desafiar a Washington, se atrevieron a ofrecer solidaridad al pueblo estadunidense. Mientras los gobiernos de Estados Unidos buscaban anularlo y patrocinaban actos terroristas contra su pueblo, el gobierno encabezado por Fidel Castro ofrecía música, educación y doctores al pueblo estadounidense.
Fue tal vez el mandatario latinoamericano más conocido en Estados Unidos. De un lado, porque lo nombraron oficialmente como uno de los enemigos más peligrosos que ha enfrentado Washington, pero de otro porque fue desde inicios de la revolución referente y héroe para estadunidenses en luchas sociales aquí. No hay otra figura política de las Américas, tal vez con la excepción del Che, que ha estado tan presente dentro de este país.
*Periodista mexicano, corresponsal del diario La Jornada en los Estados Unidos.
La Jornada de México