La Comisión de Derechos Humanos de la ONU le acaba de pedir a Fidel Castro que conceda a sus ciudadanos los derechos básicos de libertad de expresión, prensa, asociación y reunión, en una nueva intromisión en la vida de la isla que su Líder ha considerado intolerable.
Todos le piden cuentas al ya viejo Fidel sin analizar su origen y circunstancias, calco de las de Don Juan Manuel de Montenegro, hidalgo creado por Valle Inclán, que ejercía en sus tierras gallegas un poder bárbaro similar al de los caciques, jefes nativos que servían a España en los poblados de América.
Fuerte, fogoso, buen discurseador, Montenegro cabalgaba por sus tierras sin anuncio, yacía con la hembra mejor del poblado, que lo desbravaba con sacrificios sin pausa, y le aplicaba a sus súbditos un código paternalista y a la vez cruel de justicia social, civil y criminal.
Montenegro le hablaba a los suyos como a sus perros y caballos, y aunque maltrataba y mataba a los rebeldes, los obedientes recibían temblorosos el testimonio de su aprobación.
Castro, padre, que huyó a Cuba de otro cacique gallego, educó a su primogénito a semejanza de un señorial Montenegro, mezclado con un antiguo y astuto caudillo caribeño.
Fidel llegó a ser, así, cacique de un enorme mayorazgo, patriarca de once millones de seres.
Algunas mujeres lo esperan anhelantes en sus casas repartidas por el latifundio como las amantes suspiraban por la llegada de Don Juan Manuel.