Y os preguntaréis: ¿Hay algo más cutre que ver una película de Steven Seagal? Y la respuesta es clara: verla, sin sonido y saliendo de marcha.
Pero bueno, no hace falta el sonido para poder seguir los entresijos de este tipo de películas. De hecho pude deducir facilmente que el protagonista era un policía de métodos políticamente incorrectos y con tendencia a la violencia, así como los malos eran unos gansters de poca monta con una facilidad asombrosa para ser noqueados pese a estar armados hasta los dientes. El escenario: Nueva York o Nueva Jersey; da lo mismo. Las calles en las que transcurría la historia eran los típicos barrios bajos de cualquier película de acción americana de los ochenta. Por supuesto, no faltó la escena en la que el bueno de Seagle entra solo en un bar y acaba reventando las cabezas de los parroquianos contra el billar. Por capullos. Tampoco faltó la presencia del compañero policía que, irremediablemente, es asesinado por los malos-malosos (en este caso era una mujer y además, de raza afroamericana, así que tenía todas las papeletas para espicharla) provocando la venganza del prota. Conclusión: Oscar al mejor guión original.
Después de matar a los malos, Seagal
empezó a comérselos.
El motivo de que nos gustasen estas películas nunca me lo he llegado a explicar. Supongo que el crecer en los 80 y los 90 lleva, irremediablemente, a que te guste el cine de acción americano, por chungo que sea. Tantos años emitiendo los sábados por la mañana "Ranger de Texas" no puede ser bueno para la cabeza. Luego te haces adulto y te alejas de tu pasado, porque no farda nada decir que te flipabas viendo a Steven Seagal retorcer brazos y matar a terroristas. Pero el pasado está ahí y como el otro sábado por la noche, siempre vuelve. Y la verdad es que mola.