Revista Diario
Son ya 72 horas con fiebre alta casi ininterrumpida. Ha habido algún descanso de apenas unas horas, pero enseguida han vuelto los picos altos, el no bajar de 38º C y las subidas a las dos horas de tomar los antitérmicos. Esta tarde el bebito ha llegado a los 39.4º C nada menos, creo que hubiera podido freir un huevo frito en su espalda.
En estas 72 horas le ha visto dos veces su pediatra, otra vez el pediatra del ambulatorio de la Seguridad Social, y una vez en urgencias. No parece tener un foco claro: la garganta y los oídos están algo rojos pero nada que justifique una fiebre tan alta. En principio parece una gripe o gran catarro porque además el niño está decaído, mimoso y muy quejicoso, como si tuviera malestar general. No parece mi hijo, parece un giñapillo.
Me da mucha pena. Según escribo esto casi me dan ganas de llorar. Se de sobra que el niño se va a poner bien, que en pocos días volverá a ser mi bebito de siempre, aporreando y rompiendo cosas, pero ahora mismo estoy entre nerviosa y triste y no salgo de ahí. Verle tan caído, tan hecho polvo, y no saber qué le pasa...
Como ya son 3 días con fiebre y no puede continuar así la cosa, la pediatra le ha mandado de nuevo amoxicilina. Así que ahora mismo está tomando un jarabe para la marea de mocos que tiene, el antibiótico y apiretal e ibuprofeno cada cuatro horas alternas. Además de los lavados nasales, los paños fríos en la frente y las muñecas y estar todo el día en pelotilla picada.
Afrontamos esta noche como las anteriores, con un poco de angustia (miedo me da verle llegar a 40º C) y poco descanso, pero espero que el antibiótico haga su efecto y mañana podamos empezar a ver algo de mejoría. No tengo ganas ni de acostarme, pese a los 3 días que llevamos, estoy tan hiperactiva que hace un rato me he puesto a barrer, fregar el suelo y demás tareas que parecen poco normales a estas horas de la noche.
Cuidadín con los virus ahí fuera, que está la cosa chunga.