Hace unos días leía un artículo cuyo título era Una buena educación sanitaria de los padres puede mejorar la salud de los hijos. Según el 9º curso de actualización en pediatría, organizado por la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap), las principales causas de visita al pediatra durante el invierno son la fiebre y la tos.
Los padres tenemos un miedo atroz a la fiebre, cuando ésta no es más que una respuesta del cuerpo para contraatacar una amenaza externa. Lo mismo sucede con la tos. Las mamás y papás parece que nos alarmamos en exceso, saturamos las consulta y nos pasamos llevando a las criaturas al médico.
Esto mismo lo he leído por la red estos meses de boca de algunos pediatras a los que sigo. Y confieso que estoy de acuerdo. Los padres nos alarmamos en exceso, es tan fácil pedir cita, acudir y descartar que no nos damos cuenta que debemos dejar que sus cuerpecitos actúen y sus sistemas inmunológicos saquen toda su artillería.
Pero claro, una se sabe perfectamente la teoría. Y yo no soy partidaria de sobremedicar a mi hijo, prefiero esperar, ser cauta, observar antes que enchufar el medicamento que toque. Esto lo digo ahora, muy digna, que mi hijo tiene 5 años, pero cuando yo era una madre primeriza, novata y enormemente asustadiza, no lo tenía tan claro. Ver en el termómetro 39 de fiebre me ponía la piel de gallina y confieso que me aturdía.
Hoy, como madre (algo) más experta y con un niño mayor que te habla y te cuenta dónde duele y dónde no, las cosas se han vuelto más sencillas y sobre todo más calmadas. Llevamos dos días de fiebre intensa y continuada, fiebre acompañada de un poco de tos. Una tos que a mi en principio no me parecía ni alarmante ni preocupante. Y ayer dudé, ¿le llevo al pediatra?. Haciendo caso de esas recomendaciones que dicen que se debe tratar el dolor o las molestias que causan la fiebre, y no la fiebre en sí misma, dudaba. Molestias pocas, tos poca, fiebre a tutiplén. ¿Qué hago?, me preguntaba.
¿Dónde ponemos el límite?. Los padres observamos, analizamos la situación pero no tenemos la formación como para decidir ese límite. Y ante la duda, ¿no es mejor acudir a consultar al experto?.
De esta guisa y aún con dudas entramos en la consulta ayer por la tarde, con décimas que apuntaban una pronta subida de temperatura, con un poco más de tos de la que había tenido durante todo el día y con buen estado general.
Y cuál es mi sorpresa cuando el pediatra me dice que debemos vigilar esa fiebre pues la tos es sospechosa..... y aunque no hay clínica de .... ¡¡neumonía!!, debemos asegurarnos. No hay clínica evidente, pero a mi se me queda cara de haba al escuchar aquello. No es que sea yo aprensiva, pero no pude evitar que la pregunta me asaltara de nuevo, ¿dónde está el límite?.
Yo había hecho un pre-diagnóstico en función de lo que observaba y de lo que habíamos pasado en veces anteriores..... y el pediatra ha decidido que el pre-diagnóstico, en ausencia de síntomas que lo justifiquen, puede ser más grave.
Sé que los padres somos criticados por nuestra excesiva sobreprotección, por abusar de las citas médicas, por acudir a urgencias con patologías no urgentes.... Pero, ¿cómo saber cuándo un síntoma es benigno o posible fuente de complicaciones?.
Y el peque ahí sigue, con su fiebre a cuestas. Después de una noche donde la fiebre, a pesar de los antitérmicos cada cuatro horas, los baños, los paños fríos, no ha querido marcharse hasta las cinco de la mañana, ahora duerme tranquilo rozando la barrera de los 37,0º.
Seguiremos observando, esperando y dudando.