Al parecer es lo que organizó la empresa Ergo, en una reunión con sus empleados, resultando de ello el despido de varios de los responsables del ocio que se proporcionó a los trabajadores y un escándalo internacional, publicado en numerosos medios de comunicación.
Supongo que el motivo del cese fulminante al que se sometió a los responsables de la frescacha, sería por la ausencia de putos y la consiguiente discriminación por razón de sexo, no por otra cosa. Nadie pensará que la prostitución no existe, que sea ilegal o privativa de colectivos minoritarios, y puestos a ello, el bogavante a la plancha no se diferencia sustancialmente de los servicios prestados por las meretrices: Ambos cubren una necesidad fisiológica (sexo, hambre), pero que puede ser igualmente atendida por otros medios políticamente más correctos. El marisco del Cantábrico es un lujo que no todo el mundo se puede permitir, lo mismo que los favores sexuales otorgados por profesionales, como es el caso; mirar con envida a quien los disfruta, es algo natural, pero tildarlos de incorrectos me parece excesivo. No está bien que quienes administran el dinero público, que no es de nadie, y predican la austeridad, se inflen a langostas mientras recortan las pensiones y los sueldos de los funcionarios; tampoco que se premien con putas, que para eso queda el onanismo en los casos de necesidad. Pero, en sí mismo, el hecho carece de relevancia. Las muchachas no estaban forzadas, ejercían libremente el oficio más viejo del mundo, y desde este espacio, no se alcanza a entender como se puede premiar con pantagruélicas pitanzas a los trabajadores esforzados de una empresa, pero resulta mal visto que reciban los servicios de una prostituta profesional. Otro caso de hipocresía en esta sociedad victoriana.