Revista Cultura y Ocio

Fight like a girl

Por Claudiagreen @Claudiaypunto

FIGHT LIKE A GIRL

] Era extraño pensar que todas las grandes mujeres de la ficción eran, hasta el día de Jane Austen, no sólo vistas desde el punto de vista del otro sexo, sino también vistas en relación a ellos. ] Las mujeres han sido esposas, madres e hijas, han servido todos estos siglos de espejos que poseían el poder mágico y delicioso de reflejar la figura de un hombre al doble de su tamaño natural.

La cita de ahí arriba está directamente extraída de Una habitación propia, ensayo de Virginia Woolf que se publicó por primera vez en 1928. Ya son más de ochenta años y aún no ha cambiado casi nada. Rescatado en los años setenta y con el movimiento feminista en pleno auge, el libro se convirtió en todo un icono. En él, ella nos habla sobre una cuestión peliaguda para las autoras de la época: la mujer y la novela. Una cuestión que desgraciadamente se arrastra hasta nuestros días. Bajo un análisis cercano y sin tapujos, narrado en primera persona, Virginia Woolf reflexiona sobre las mujeres y su relación con el mundo predominantemente machista que las rodea, enfocándose principalmente en las artes.

Los prejuicios, estereotipos, y arraigados roles de género, han hecho de los personajes femeninos a menudo un complemento más para ensalzar la figura de su contraparte masculina que un personaje con identidad propia. Vivimos en una sociedad patriarcal y esto se traslada constantemente a la ficción, en más ocasiones como algo que está ahí, que hay que aceptar, que como una crítica a algo que está mal. Vivimos con la falsa idea de que el machismo son golpes e insultos, y que si esto no existe no hay, cuando son los micromachismos que nos rodean los que más abundan. Los anuncios que vemos en televisión, los libros que leemos, las series o el cine que vemos...¿En cuántas la máxima figura de poder es un hombre y en cuántas la máxima autoridad es una mujer? ¿En cuántos medios nos venden a la mujer fuerte, decidida e independiente que más que una mujer se siente como uno de los chicos? ¿Cuántas veces se confunde el control sobre la mujer con un signo de paternalismo o cariño? Una prohibición por su bien, una opinión sobre lo que está vistiendo, sobre su aspecto, y una opinión que ella no ha pedido. No os pongáis a contar, que os van a faltar manos.

Nos dicen constantemente que las cosas están mejor y que no hay que exagerar, pero mejor no es bien. Y mejor desde luego no es suficiente. Incluso ahora, cuando el auge de protagonistas femeninas parece ir viento en popa, estas a menudo giran en torno a la figura de un hombre. Sus pensamientos, sus decisiones, sus acciones más significativas no sirven a un propósito propio, carecen de individualidad. O mejor dicho, están envueltas en un falso sentido de ella. Hay mujeres de todo tipo en la ficción, sí. Y cada vez hay más, también. Las hay fuertes, las hay débiles, las hay de todos los colores y tamaños, sorprendentes y monótonas, las hay guapas, feas y del montón, pero esto sigue sin significar mucho. Más representación no significa mejor representación. Más no significa bien escritas. O entendidas. No se trata de escribir mujeres que hagan cosas de chicos. Que renieguen de su propia identidad y del resto de mujeres. Que puedan partirte en dos con una katana o arreglar el motor de un coche mientras los que están detrás de su creación te dicen: mírala, tan bien como lo haría un hombre, como si esa fuese la manera de reivindicar que la ficción se pretende alejar del machismo del mundo real. Tampoco se trata de escribir personajes masculinos que hagan cosas de chicas, en contraparte. Una chica baila, camina, conduce y pelea como una chica porque es una chica. Y porque es exactamente igual que hacerlo como un chico. Se trata de escribir personajes que hagan las cosas que quieren hacer y punto. Que, ojalá y por favor, no exista la comparación. Que, ojalá y por favor, no existan las cosas de chicos y las cosas de chicas. Se trata de alcanzar la igualdad dejando de trazar una línea que separe lo que es propio de una mujer de lo que es propio de un hombre. Se trata de dejar de calificar. De romper barreras. Se trata, sobre todo, de un mismo respeto independientemente del género. Un respeto que hoy por hoy no existe.

No, en serio. Muy triste.

Vamos a poner un ejemplo: Un estudio que abarca más de ochocientas películas nos dice que, en promedio, por cada personaje femenino hay dos personajes masculinos. Que la cosa se pone aún peor si hablamos de protagonismo. Que los personajes femeninos tienen un promedio de dos veces más de relaciones sexuales en pantalla que su contraparte masculina. Que los desnudos triplican la cuenta. Y que todo esto sigue aumentando. ¿Qué nos dice esto? Nos dice que es el cuerpo de la mujer el que se sigue usando día tras día como reclamo, que se confunde la libertad sexual con la sexualización, que en aún más casos un papel protagónico femenino da la sensación de no poder funcionar sin el interés amoroso de turno a su lado. Que no se entiende el papel de la mujer sin un hombre pisándole los talones. Y que no se entiende el de un hombre sin una mujer que alargue aún más su sombra. Que aún cuando las mujeres consumimos tanta ficción como los hombres, la mayoría va dirigida a un público masculino.

La brecha de género está ahí y es evidente. No lo digo yo, lo dicen los datos. Un método que se ha vuelto común en los últimos años es el test de Bechdel, principalmente utilizado en el cine. Este test apareció por primera vez en 1985 en una tira del popular cómic Dykes to watch our for (Unas lesbianas de cuidado, en España), obra de Alison Bechdel. En ella dos mujeres están a la puerta de un cine y discuten sobre si ver o no ver una película. A esto, una de las mujeres responde que ella sólo ve las que cumplen una serie de requisitos muy básicos. Tras un vistazo a la cartelera, se van. Y estas son las reglas:

1. La película tiene que contar con al menos dos mujeres.

2. Las mujeres deben hablar entre ellas.

3. El tema del que hablen no puede girar en torno a un hombre.


Este test no es ni de lejos un sello de garantía para la igualdad de género. Hay películas con un contenido sumamente machista que lo pasan y hay películas que sin cumplir las tres claves no pecan de sexistas. No es un test infalible, pero de una forma útil y básica sirve para hacer una evaluación rápida sobre cuánta presencia femenina nos encontramos con respecto a la masculina. Valorar el papel que juegan en ellas ya es cosa nuestra. Películas tan famosas como Harry Potter, Star Wars, Los Vengadores o El padrino, libros como Charlie y la fábrica de chocolate o El planeta de los simios, no pasan la prueba. La cosa se complica si se exige que todos los personajes femeninos tengan nombre o que la conversación sea durante como mínimo sesenta segundos. Y estamos hablando de ficción, ni siquiera queremos entrar en la proporción de mujeres guionistas, escritoras o tras las cámaras, ¿verdad? Sumémosle a todo esto el principio de Pitufina. Todos sabéis quién es Pitufina, ¿no? Ese enanito azul tan mono que vive en un pueblo en el que es la única mujer. Pensad en un amplio grupo de chicas en el que sólo haya un chico. ¿Complicado? Un poco. ¿Calificado automáticamente de género para chicas? Seguro. Pensad ahora en un amplio grupo de chicos en el que sólo haya una chica. ¿Cuántos se os ocurren? ¿Uno? ¿Dos? ¿Tres? ¿Trece? Común, ¿verdad? Pitufina ataca con fuereza.

La representación de la mujer está ahí, en todas partes. El problema no es que no lo haya, el problema es que en su mayoría resulta ser una representación poco acertada, muy arraigada a valores y estereotipos que se derivan de la sociedad machista en la que vivimos. Una representación que roza lo insultante. Y yo hoy venía aquí a daros unas recomendaciones donde las mujeres son las protagonistas, las de verdad, quiero decir, las que escriben por y para otras mujeres, pero es que la chapa iba primero. Eso siempre va primero.

TODOS DEBERÍAMOS SER FEMINISTAS, Chimamanda Ngozi Adichie. Corto, informativo y directo al grano. A través de experiencias personales de la autora esta nos da su personal visión sobre la mujer del siglo XXI. Sin perder un toque siempre positivo nos habla de lo que hemos conseguido y lo que aún nos queda por conseguir para vivir en un mundo más justo.
UNA HABITACIÓN PROPIA, Virginia Woolf. Indispensable tanto por tratar el tema de la mujer como autora y creadora como por tratar el tema de la mujer como personaje en la ficción. Inteligente, evocador, muy particular, exactamente como Virginia Woolf.
TEORÍA KING KONG, Virginie Despentes. Esta autora no deja títere con cabeza, le importa muy poco ser políticamente correcta. Y si te ofende, es tu problema. Sabe lo que quiere contar y lo cuenta, y lo que te cuenta no te deja indiferente. Puedes o no puedes estar de acuerdo, pero su visión, que toca temas tan espinosos como la violación, prostitución y pornografía, surge su efecto: hacerte pensar.

BITCH PLANET, Kelly Sue DeConnick. La única obra de ficción que incluyo en esta lista y, además, en forma de cómic. En un hipotético futuro el machismo y la sociedad patriarcal castiga a las mujeres desobedientes, a las que no se ajustan a los cánones que ellos han determinado, llegando al extremo de crear una cárcel fuera del planeta donde son enviadas con la esperanza de adoctrinarlas o, en su defecto, deshecharlas. DeConnick nos narra una historia compleja y sin tabúes, repleta de crítica que, como poco, da para hablar largo y tendido.


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