Revista En Femenino
Hace tiempo que vengo observando que a la gente, en general, le cuenta mucho fijar la mirada cuando te está hablando o cuando le estás diciendo algo.
Unos días atrás, en una reunión de trabajo, me dediqué a observar a todos los allí presentes y el resultado fue lamentable. Todos seguía la reunión, pero no se miraban. Podrían haber estado en sus casas, simplemente conectados por un teléfono, porque mirar, lo que se dice mirar al resto de los allí congregados, más bien poco. El que no miraba su móvil, miraba su tableta y el que no, directamente el portátil. Y luego, cuando les tocaba hablar, como nadie les miraba, dirigían sus ojos a la mesa, a la botella de agua, a la ventana…
Voy por la calle y cada vez miro menos a la cara a la gente con la que me cruzo, y ellos cada vez me miran menos a mí. Voy con el móvil dale que te pego. Tampoco les oigo, porque voy escuchando música. La semana pasada me tocaron el hombro para preguntarme por una dirección y casi me da infarto del susto, no lo había visto acercarse ni le había oído. Y que te toquen así, de repente, por la calle, al menos a mí, me da yuyu…
Voy en el metro, entro y salgo y luego no recuerdo las caras de mis compañeros de vagón. No es que no las recuerde, es que nunca las miré. Qué triste.
Creo que con los móviles, smartphones, tabletas, la conexión permanente a las redes sociales, sistemas de mensajería portátiles y demás cortesías de la modernidad, poco a poco hemos dejado de mirarnos y nos cuesta mucho fijar la mirada cuando estamos con alguien hablando cara a cara. Desde que he reflexionado sobre ello, miro más y aunque a veces me cuesta, trato de fijar la mirada en mi interlocutor y no desviar mi atención de sus ojos para cosas que pueden esperar. Porque sí, el WhatsApps puede esperar.