Un sello es una tasa que se paga a la Administración Pública por el servicio de transportar y entregar un sobre a una determinada dirección. Pero es curioso su origen. Antes del sello, en los países que tenían organizado un servicio de correos, la tasa por el servicio prestado la pagaban los receptores del envío, no los remitentes. Pero con el fin de ahorrarse el costo, los destinatarios utilizaban todo tipo de estratagemas: rechazaban la carta, se declaraban muertos, o con un nuevo y desconocido domicilio (nuestro actual “marchó sin dejar señas”), miraban de enterarse del contenido por otros canales, etc. El resultado era que la administración Postal no cobraba.
Sir Rowland Hill, un inglés, para variar, inventó el sello. A partir del día 1 de mayo de 1840 el servicio lo pagaba el remitente y se acreditaba el pago con un sello: el Black Penny, el penique negro. El primer sello de la historia.
Inmediatamente, el Dr. Grey, funcionario del Museo Británico, inició su colección en el año 1840 y fue quizás el primer filatelista en la historia: publicó por primera vez en la historia un anuncio solicitando el canje de estampillas postales usadas, en el Times de Londres el 17 de julio de 1841, iniciando así las colecciones de sellos.
En la actualidad se puede obtener un Black Penny de los emitidos el 1 de mayo de 1840 en perfecto estado por entre 3.000 y 3.500 dólares, y un ejemplar usado y en buen estado, por alrededor de 200 dólares en subastas y en tiendas especializadas.
A los diez años, el 1 de enero de 1850, ya circulaba el primer sello español con la imagen de Isabel II.
Posteriormente, alguien dio con la piedra filosofal: si hacemos emisiones únicamente para coleccionistas, sin tener que prestar el servicio de las entregas postales, cobramos un servicio, sin necesidad de prestarlo. Un chollo. ¡Ingresos extras! Y así han venido nutriendo ampliamente sus arcas algunos países de opereta como El Vaticano, Mónaco, Liechtenstein o San Marino. Y algunas élites corruptas de países y territorios africanos obtuvieron importantes sobresueldos, en sus cuentas en bancos suizos, por la emisión de innumerables y desproporcionadas series filatélicas destinadas íntegramente a los mercados de coleccionistas internacionales.
Fuente: ECONOMÍA COTIDIANA (Jordi Carbonell)