Viajar a Filipinas supone descubrir un exótico archipiélago formado por más de 7000 islas con infinidad de culturas, costumbres y lenguas. Un país forjado en mil batallas de piratas e intrépidos pescadores que desafiaron al mar. Muchas de las islas han sabido preservar su exuberante belleza, con selvas vírgenes, arenales paradisíacos y aguas de color turquesa.
Unas de esas islas son Bohol y su pequeña vecina Panglao, dos de esos lugares a los que cuesta llegar pero más aún irse. Porque ambas islas conquistan inmediatamente al viajero y dejan un recuerdo indeleble. El acceso es en sí mismo una aventura ya que para llegar a Bohol hay que embarcarse en una travesía en barco de más de dos horas. Al otro lado reciben al viajero recónditas playas delineadas por palmeras meciéndose al viento. Una imagen idílica que atrajo a la isla a los primeros viajeros, ávidos de inolvidables atardeceres frente al mar.
Pero en Bohol hay mucho más. Posee algunas de los estampas más reconocibles y singulares de Filipinas, como las famosas Chocolate Hills. Se trata de una curiosa formación geológica de más de 1200 colinas alrededor de 50 km, creando un onírico paisaje y que según una leyenda local surgieron de las lágrimas de un gigante por la muerte de su esposa. Sea como fuere, es un lugar sumamente especial y en el que además de deleitarse con las montañas se pueden realizar divertidas actividades como tirolinas o cruzar puentes colgantes de bambú.
Bohol tiene una fauna destacable y singular, y es que alberga un rico ecosistema habitado por especies como el tarsier. Se trata de uno de los primates más pequeños del mundo, de apenas 10 cm y un aspecto realmente entrañable. Es un animal en grave peligro de extinción y tan adorable como delicado, ya que es incapaz de vivir en cautividad. Ante esta situación prefiere suicidarse dejando de comer o golpeándose la cabeza. Afortunadamente, gracias al esfuerzo de algunas asociaciones, todavía puede apreciarse en Bohol.
También la fauna marina es digna de mención, ya que atesora unos ricos fondos a lo largo de toda la costa, convirtiéndose en un excelente reclamo para el turismo. Panglao está rodeada de arrecifes en los que se puede practicar buceo y snorkel entre corales multicolores, tortugas e incluso, si se tiene suerte, observar de cerca el esquivo tiburón ballena.
La exuberante naturaleza en Bohol es de una belleza embriagadora y abruma completamente los sentidos. De las entrañas de la selva tropical de Bohol surgen cataratas inimaginables, orgullosas de mostrarse al viajero en todo su esplendor. Para acceder a algunas de ellas hay que ascender escaleras por el bosque pero pocas cosas hay tan gratificantes como darse un baño en esas cristalinas aguas tras una caminata.
Al atardecer, el principal lugar de reunión es Alona Beach, la playa más famosa de Panglao. Es un buen lugar para comprobar el carácter afable de los filipinos. Resulta inevitable verse engatusados por su simpatía, siempre deseosos de charlar y compartir risas. Tras una larga jornada, los bares de la calle principal ofrecen parrilladas con las capturas de los pescadores locales. En algunas terrazas amenizan las cenas con música en directo. Un magnífico final para repasar y asimilar todas las emociones y aventuras vividas durante el día. Si todavía restan energías al viajero, puede realizar un romántico paseo en barca por el río Loboc. Allí miles de luciérnagas ofrecen un espectáculo natural incomparable, iluminando la noche con su cortejo.
Todos estos reclamos y muchos otros han convertido ambas islas en una parada obligada en todo viaje a Filipinas. Panglao y Bohol son una fuente inagotable de experiencias y lugares exóticos, y sería imposible tratar de descubrir todos sus encantos en menos de una semana. La mejor recomendación para el viajero sería alquilar una moto y descubrir ambas islas con la sensación de libertad del aire sobre su cara. Simplemente dejando que la belleza de sus parajes le sorprenda, dejándose perder y recordando que como decía Tolkien, no todos los que vagan están perdidos.