Cuando tras quedarte enamorado de una imagen de Filipinas e investigar un poco lo que te espera en el país, decides comenzar a planificar el viaje, vas poniendo las bases de unas vacaciones que esperas que supongan un bofetón a la rutina. La receta es suculenta: doce mil kilómetros de por medio, 7 grados más en el termómetro, sumergirte en una cultura diferente y cambiar radicalmente de contexto. Hoy, que ya han pasado más de quince días de volver, aún noto los efectos de un país diferente y a todas luces, natural, sencillo y agradable. Si como dicen “la diferencia entre un sueño y un objetivo es una fecha”, pregúntate tan solo por qué no. En mi caso y por circunstancias, Filipinas se resistió. Pero llegó… y de qué manera.
Finalmente, fueron 20 días en los que cada lugar tenía algo que parecía que llevaba años necesitando y no sabía; cada playa tenía un punto fuerte o la forma de vida nos resultaba tan fácil que tan solo queríamos hacer las cosas más básicas y dejarnos llevar. Coger una moto y divisar sus pueblos a veces era suficiente. Otras cogíamos un barco para seguir disfrutando de la vida en el mar. En las próximas líneas contaré qué vimos e hicimos en el país, que por si no os habíais percatado, recomendamos encarecidamente.
Día 1: Escala en Hong Kong
Por el tipo de vuelo que compramos, tuvimos una escala larga en Hong Kong. No habíamos preparado mucho esta cuestión, por lo que nos sorprendió gratamente poder conocer una ciudad que por una u otra razón nos hubiéramos planteado para otra ocasión. Tras descubrir cómo llegar al centro, paseamos por sus calles, llenas de tiendas de todo tipo, y nos acercamos al paseo marítimo para observar el skyline, que es sin duda su mayor seña de identidad.
Tengo que reconocer que el paisaje de rascacielos, que en otras ciudades como Nueva York me había enamorado, aquí me decepcionó un poco. No lo veía como en las fotos que circulan en Internet y supongo que la ciudad más popular de Estados Unidos es mucho más que rascacielos. Incluso a pesar de que más allá de las principales calles, Hong Kong tenía también sus mercados callejeros y restaurantes populares de esos que dan mucha vida a un lugar, no acabó de convencerme. Quizás un día no fuera suficiente espacio de tiempo, pero me fui con pocas ganas de volver.
Día 2: Llegando a Boracay
Tras pasar la noche en Manila y llegar a Boracay al día siguiente tras un taxi, un avión, un microbús, un barco y un triciclo, por fin podíamos decir que empezaba el viaje. Nuestro hotel estaba elegido con mucha intención: Isla Kite es un alojamiento que también es escuela de kitesurf. Mi chico practica este deporte y formaba parte del plan (de hecho visitamos en gran parte esta isla por ello, pero finalmente mereció la pena por todo).
Pero esto tuvo un efecto positivo no esperado por mi parte y fue que al estar alojados en la playa de Bulabog, que normalmente estaba llena de cometas, el lugar era mucho más tranquilo que el oeste de la isla, donde se extiende la conocida y popular White Beach y donde está la mayoría de hoteles.
Esa playa de ocho kilómetros es el foco principal del turismo de la isla más turística de Filipinas. Aún con todo ello es un lugar maravilloso. Quizás la mejor playa donde haya estado nunca. Así que si eres capaz de compartirla -aún así, hay zonas prácticamente vacías- con bastantes hordas de viajeros, disfrutarla con cantidad de locales a pie de playa y acompañado de música que puede resultar por momentos atronadora, no dudes. Si el paraíso tuviera una playa, esa sería White Beach.
El primer día tan solo paseamos y nos sentamos a ver el atardecer en uno de los bares que tienen silla directa al ocaso. Fue bueno, aunque no brillante, pero disfrutamos muchísimo del momento.
Día 3: Kite surf y excursión a Puka Beach
La vida en Boracay gira fundamentalmente en torno a White Beach, pero también hay otras playas y cosas que hacer. Para el primer día, yo elegí un paseo por este arenal, esperando que mi novio hiciera kite-surf (si os interesa, el alquiler del equipo cuesta 40 euros por dos horas) y disfruté de un ambiente muy relajado a primera hora de la mañana. Dejé el móvil e intenté disfrutar plenamente del lugar… ¡y fue maravilloso! Ese día no había mucho viento, así que tuve que esperar a mi novio un rato más del esperado, pero después cogimos un triciclo hasta Puka Beach, otro de los arenales más conocidos de la isla y que me habían recomendado con mucha insistencia.
Comimos en la playa, puesto que hay varios puestos humildes pero encantadores, y recorrimos el lugar, aunque no nos bañamos. Fuimos supuestamente en el mes más seco, pero nos llovió más de lo esperado y este día el mar estaba revuelto. No eran digamos las mejores condiciones para el baño y aunque la playa era bonita, para mí tampoco fue el típico lugar que te diría “no te lo puedes perder”. Supongo que todo es cuestión de gustos.
Día 4: Visita al Monte Luho y excursión más allá de la White Beach
Este día llovía, así que el plan playero no era prioritario. Por ello, decidimos ir al Monte Luho caminando, ya que se sube desde un camino que se toma al final de la playa donde teníamos nuestra base: Bulabog. Es un trayecto sencillo, donde hay muchos menos turistas y los gallos campan a sus anchas en la carretera. Merece la pena subir y observar las vistas de un lado y otro de la isla.
Después volvimos a White Beach, esperando un poco a ver cómo se portaba el tiempo y decidimos pasear hasta el norte del arenal, que dicen que es la mejor zona. La playa se divide en tres estaciones y la uno es la que mejor fama tiene. Sin duda, podemos corroborarlo y si ya tenía en el top a esta playa, en este recóndito lugar, lo fue aún más. Es sencillamente una delicia.
Seguimos hasta Diwinid, otro arenal que está muy bien y que aunque no supone una gran diferencia a nivel paisajístico, es más tranquilo y nos lo pasamos muy bien haciéndonos cientos de fotos.
Nos dimos un baño e intentamos hacer snorkel, pero definitivamente el día no acompañaba. Así que nos fuimos a duchar, a disfrutar de una buena cena, de la vida relajada del lado este de Boracay…
Día 5: En busca de más playas: Ilig-Iligan
Para el último día en Boracay, el tiempo aún seguía inclemente, por lo que no teníamos muy claro qué hacer. Mi chico decidió que había el viento necesario para hacer kite-surf y como no llovía a cántaros, no suponía un impedimento para realizar este deporte. Yo lo veía bien y aunque chispeaba no quería quedarme sin conocer otra playa de la que nos habían hablado muy bien. Tomé un triciclo y volví a cruzar Boracay -lejos de la White Beach, la vida del pueblo es tan tranquila como en otras zonas de Filipinas -vi peleas de gallo y niños jugando a la Rayuela- para perderme en la playa Ilig-Iligan.
Este arenal sí me parece especialmente recomendable, pues además de estar más alejado y ser naturalmente más salvaje, cuando el agua está tranquila hay buenas zonas para hacer snorkel. Cuando llegué apenas había cuatro personas y me senté a escribir algunos apuntes y a disfrutar también de esta soledad. Aunque Boracay es lo más turístico del país, como casi siempre, se encuentran rincones, geniales, además, donde poder estar tranquilo.
Día 6: Traslado de Boracay a Bohol
Los traslados en Filipinas son largos; tanto porque las conexiones son largas como porque los transportes pueden ser lentos. De Boracay a Bohol tardamos un día. Primero hay que ir al puerto de Boracay, luego tomar un minibús a Kalibo y ahí tomar el avión. Otra opción aunque más cara es volar directamente a Caticlan. Una vez en el aeropuerto de Cebú, nosotros cogimos un taxi, que cogió bastante atasco, para tomar el ferry. El ferry (lo tomamos con Ocean Jet) aún tardaría otras dos horas y media para llegar a Taglibaran. En ese punto, solo nos quedaría un triciclo hasta llegar a nuestro hotel.
Día 7: Conociendo Panglao desde Taglibaran
Como no teníamos muchas referencias de Taglibaran pero se situaba en mitad de Panglao y el resto de atracciones turísticas de Bohol, nos quedamos en esta ciudad alojados. En mi opinión fue un acierto total, pues estuvimos alejados del centro turístico de la isla -en torno a Alona Beach, al sur de Panglao- y la experiencia fue más auténtica. Como la ciudad no es muy turística, el hotel estaba en mitad de la carretera principal, pero al alquilar moto durante los días que estuvimos, eso no era un problema. El hotel se llamaba 717 Cesar Place Hotel y además de un servicio encantador y buenas instalaciones, tenía un restaurante donde todos los días probábamos algo diferente que estaba para chuparse los dedos.
Este primer día lo dedicamos a conocer el sur de Panglao. La isla nos gustó desde un primer momento; con su frondosa vegetación y los pueblos llenos de vida; los colegios rebosantes de niños; perdiéndonos y encontrándonos por caminos sin asfaltar donde las familias nos saludaban y sonreían ampliamente. La primera parada fue por casualidad Danao Beach, pero a pesar de que tenía una zona de arrecife que parecía suculenta para hacer snorkel, la playa era rocosa y bastante fea. Seguimos hasta Alona Beach, el arenal más conocido. Es una buena playa, de condiciones ideales y un montón de restaurantes menos económicos. Pero sin duda, su plato fuerte es que a pocos metros de la orilla, puedes hacer snorkel y encontrarte con preciosos corales de mil colores, peces de todo tipo y condición -eso sí, pequeños- y muchas estrellas de mar. Nunca había visto una de estas últimas y durante un buen rato estuvimos absortos bajo el agua disfrutando el interminable mundo marino.
Por la noche dimos un paseo por Taglibaran. Como es una ciudad relativamente pequeña, no tiene mucho más que dos calles animadas, un mercado local y tiendas a rebosar. Es el típico lugar que no tiene nada pero donde te sientes muy a gusto. Finalmente y como tomaríamos por rutina, nos fuimos al hotel a cenar, puesto que los restaurantes no tenían muy buena pinta, y allí comíamos muy muy bien.
Día 8: De excursión a las Chocolate Hills haciendo una parada para ver a los tarseros
Este fue sin duda uno de los días más especiales del viaje. Teníamos dos actividades por delante -llevábamos muchos días con el relax como plato principal- y nos apetecía mucho, tanto para ver el paisaje de las Chocolate Hills como para conocer a los tarseros. Con Google Maps ayudando incluso sin conexión a Internet y con nuestra moto a punto, hicimos la excursión de la mejor manera: por nuestra cuenta. La reserva de los tarseros de Corella no está lejos de Taglibaran y es un centro muy recomendable, tanto por la información que ofrece como por el trato a estos pequeños animales en peligro de extinción. Se pueden ver unos seis ejemplares y nosotros disfrutamos tantísimo conociéndolos que hicimos dos veces el recorrido, intentando no molestarlos porque son animales nocturnos y no soportan el ruido.
Tras esta parada continuamos por las carreteras de Bohol, descubriendo un paisaje precioso y típicamente filipino a la vez que nos acercábamos a la vida rural de tantísima gente del país. Era muy normal que dejaran lo que estaban haciendo para saludarnos, haciendo que estos ratos fueran súper agradables. Pasamos muchos colegios; varias iglesias con su cancha de baloncesto; enormes campos de arroz con casas de nipa que yo asimilaba a los grandes chalets de España… Así el camino fue casi lo mejor. Antes de llegar al mirador de las Chocolate Hills, uno de los atractivos es el Man Forest, una zona boscosa donde los árboles se encierran como si abrigasen al viajero. Nos perdimos antes de llegar al paraje principal, pero finalmente subimos y tras unas cuantas escaleras, disfrutamos esas montañas de chocolate que conforman un paisaje súper espectacular.
Día 9: Nadando con tortugas en Balicasag
Otra de las actividades que nadie se quiere perder en Bohol es nadar con tortugas. ¡Cómo no! Y en Balicasag, una pequeña isla cerca de Alona Beach las probabilidades se disparan. Si eres cabezón, como una servidora, te puedo casi asegurar que las verás. Nosotros por problemas con la agencia que habíamos reservado, finalmente tuvimos que alquilar un barco privado, pero lo habitual es que si haces snorkel te lleven con buceadores en un mismo recorrido. La verdad es que no podemos quejarnos tampoco de tener un barco para nosotros solos y a quien lo comanda a nuestra entera disposición. No obstante, hay una agencia española que sabemos de primera mano que te asegura una genial experiencia: Pata Negra.
Cuando fuimos, llovía, pero pronto eso cambió y debajo del agua… no es importante. Nuestro recorrido incluía hacer buceo de superficie en la zona donde se ven tortugas y a un pequeño trozo de arena que llaman Virgin Beach y que no merece la pena. Vimos de nuevo peces de mil colores pero no supuso una gran diferencia con lo que habíamos visto a pocos metros del arenal más popular de la isla. No obstante, como si fuera la primera vez, disfrutamos de su compañía y curioso comportamiento.
Al rato, paramos a descansar, sin querer obsesionarnos con ver alguna tortuga. Y así, sin querer, a la vuelta de nuestro pequeño recorrido lejos del barco, apareció la primera. Era pequeña, parduzca y tranquila. Atrajo sin dudar toda nuestra atención y nadamos con ella intentando observarla y disfrutar de su compañía. También la grabamos… y cuando ya casi la dejamos ir, apareció otra de tamaño muchísimo mayor. Yo intentaba ponerme a su lado y comparar… pero simplemente parecía enorme. Cuando la emoción no había decaído, giré la cabeza y de repente descubrí otras dos y quizás la anterior. Fuera como fuera, eran cuatro. ¡Cuatro! El momento fue genial y aunque vimos más peces, solo puedo recordar esa imagen.
Día 10: Playas en Bohol, un día de relax
Al comprar sobre la marcha los vuelos a Palawan, nos sobró un día en Bohol. Pero había playas que aún no conocíamos y nos gustaba mucho el lugar, nuestro hotel, la moto, dominábamos ya el tráfico… así que nos encantó estar allí una jornada más. Recorrimos sin prisa algunos arenales del oriente de Panglao y volvimos a bucear a Alona Beach, otra de las cosas que más nos gustó del viaje. Conocimos primero Bikini Beach, que no merece especialmente la pena pero va la gente local y el ambiente es más auténtico. Pero no duramos mucho. La que sí nos atrajo más fue Dumaluan, un arenal largo, de aguas cristalinas y bastantes opciones de restauración. También allí había filipinos disfrutando del domingo con familia y amigos. Paseamos y nos dimos un baño largo, que aunque estuviéramos de sol y playa todo el rato, no abundaron. Nos gustó. Y para la hora de comer volvimos a Alona Beach y nos sumergimos de nuevo en el fondo del mar, flipando de nuevo.
Día 11: De Bohol a Palawan
Aunque los vuelos a Palawan más económicos saldrían desde Cebú, nosotros tomamos la opción de Taglibaran. Este recorrido es pesado porque se hace escala en Manila. Después llegamos a Puerto Princesa e hicimos noche en J&P Pensión Guesthouse, correcta y con un personal muy amable. Aunque nos dijeron que podíamos contratar allí el minibús para Port Barton, luego rectificaron y aludieron al mal tiempo para no poder reservarlo. No obstante, fuimos a la estación de autobús y nos hicimos con uno para la mañana a primera hora.
Día 12: Más allá de Port Barton
La llegada a Port Barton es un anuncio de lo que vendrá después: hay tramos poco arreglados, con barro y una frondosa vegetación, antesala de un lugar más salvaje que los anteriores, donde el turismo está llegando ahora en mayor medida y que aún conserva ese magnetismo de los lugares aislados. Por eso es difícil encontrar alojamiento en la mismo pueblo, aunque si no encontráis en Internet, preguntando allí es fácil encontrar habitaciones económicas. No obstante, nosotros preferimos asegurarnos la plaza en un hotel alejado de Port Barton, a unos veinte minutos en barco, que resultó ser lo mejor de la visita a esta zona de Palawan. El hotel en cuestión se llama Mermaid Paradise Resort y además del aislamiento, ofrece el calor de una gestión familiar: Jeffrey, que será el capitán de barco si haces un tour por la zona, mujer e hijo fueron el motivo de que nos sintiéramos como en casa. Eso sí: apenas vimos Port Barton, pues el viaje en barco era la única forma y no era precisamente barato. Era el precio de encontrar nuestro amado rincón en Filipinas.
Cuando llegamos, había tan solo en torno a tres huéspedes, que luego se convirtieron en unas cuatro parejas y otras tres-cinco personas del servicio. Un quad estropeado, un kayak y un barco eran sus mayores pertenencias, suficientes para pasar dos días disfrutando de verdadera desconexión. La playa era muy correcta y hay que tener cuidado porque en ocasiones se ven pequeñas medusas. El día que llegamos, tras comer, paseamos por la orilla de la playa y nos dimos un baño, disfrutando de la vida en el mar, un día más, aunque en esta ocasión a pie de playa.
Dos días en un lugar perdido, más allá de Port Barrón, en la isla de Palawan, han sido tiempo de sobra para coger energías para más de un año. Quizás cambie de opinión, pero debería volver a esta foto si flaqueo… #Filipinas #Philipines #viajes #viajar #travel #trip #picofday #photoofday #iNstaPic #sunset #atardecer #barco #sea #mar #playas #beaches #sea #boat #laVidaDescalza #Felicidad #lifestyle
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Día 13: De isla en isla en Port Barton
La vida en el mar y la actividad ‘island hopping’ o ‘de isla en isla’ también es el principal atractivo de esta zona. Por eso, durante este día hicimos uno de los recorridos con Jeffrey al mando y algunos compañeros del hotel que se basó en buscar -y encontrar- de nuevo tortugas, la visita a la German Island, una preciosa isla de aguas cristalinas, y una parada técnica a ver estrellas de mar. Por momentos parecía que habíamos salido al mar con amigos y flirteábamos con la idea de vivir así…algo que siempre pasa, supongo.
Aún tuvimos fuerzas al llegar de coger un kayak y seguir nuestro paseo marítimo, acercándonos a los pescadores, a los niños que tomaban el barco para volver a casa y viendo a peces saltar en la superficie. Por la noche, la dueña del hotel nos comunicó súper contenta que habían cazado un cerdo salvaje y que podíamos probarlo en la cena. Lo hicimos y ¡nos encantó!
Día 14: De Port Barton a El Nido
Este día tomamos un minibús de Port Barton a El Nido. Llegamos a la hora de comer, tomando contacto con el lugar y advirtiendo que más allá de ser un lugar cada vez más turístico, el pueblo tiene su encanto. No es bonito, pero a mí me resultó ordenado y no tan caótico como otras ciudades. A mí desde luego me gustó y no me cansaba de pasear por sus calles. Como el tiempo acompañaba más que en otros momentos, decidimos también tomar un triciclo para ir a ver el atardecer a un bar que nos habían recomendado. Las señas eran: sunset bar, pero finalmente resultó que el bar se llamaba La República y estaba regentado por gente española. Disfrutamos de sus vistas y de su genial ambiente, a esa hora única en la que cae el sol. La banda sonora, dj español al mando, puso el ritmo; la cerveza, la excusa; nosotros, la compañía.
Día 15: Día de tour en El Nido
El Nido es la parada necesaria para conocer, de nuevo por mar, el encantador archipiélago de Bacuit. Formado por islas de naturaleza imponente y altas paredes de roca, perfectas para disfrutar de aguas cristalinas y buenos fondos marinos, este es el objetivo de muchísimos turistas. Para ello, lo más común es hacer alguno de los cuatro tours mayoritarios, cada uno con sus opciones, entre los cuales se suelen recomendar sobre todo el A y el C. Para comenzar, hicimos el primero y si bien nos encontramos con lugares dignos del mismo paraíso, el uso intensivo de estas excursiones ha hecho que me encontrara más de una escena que me generó rechazo.
Las visitas del tour A son de un par playas de buenas condiciones para el baño pero hasta la bandera de gente y tres lagunas: la pequeña, la grande y la secreta. La primera me pareció una maravilla, un auténtico pasadizo entre espacios creados en la roca del mar que acababan casi siempre en piscinas naturales de precioso paisaje.
Pero sin embargo, las otras dos me decepcionaron. En la grande, había tantos barcos que había atasco; parecía la M-40 de los barcos, como la bauticé. Y en la secreta… había cola, cual discoteca madrileña donde la moda impone las reglas.
En El Nido hay pequeños paraísos ya descubiertos donde a pesar de la masificación se puede disfrutar de momentos únicos. En esta #playa nos quedamos cuando todos los barcos se habían ido y la imagen era espectacular! Aguas cristalinas y #naturaleza imponente! #beaches #Naturepics #nature #instaTravel #travelgram #philipines #Filipinas #travelPic #travel #photoofday #picoftheday #Tourism #turismo #playas #PlayasParadisíacas #ParaísosMasificados #belleza #viajeros #travellers #Palawan #ElNido
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No sé, una vez más llegué a la contradicción de no disfrutar del turismo a causa del mismo turismo, del que evidentemente yo también participo. Pero eso me hizo pensar y no querer hacer más tours. Otras opciones como llegar en kayak hasta las playas más cercanas se me antojaba menos perjudicial para el entorno. Volvimos ese día al bar República para ver el atardecer y no sé si un suculento ‘mangojito’ que se me antojó o la comida incluida en el tour de ese día me había sentado mal, pero fuera como fuese, el día siguiente lo pasé enferma tras acoger una diarrea del viajero, que dicen.
Día 16: Sufriendo la diarrea del viajero
Este día lo pasé como os cuento: en la cama, pasando la diarrea. Di un pequeño paseo, pero no fue demasiada buena idea, aunque me hizo cogerle aún más cariño a esta población, tranquila y súper amable siempre que lo necesité.
Día 17: Conociendo las playas de alrededor de El Nido
Como aún estaba algo enferma y mareada, decidimos hacer una excursión por las playas cercanas a El Nido. Alquilamos una moto y pusimos rumbo a Nacpan, algo más alejada pero que merece la pena. El entorno me resultó muy agradable y me quedé perpleja con el tamaño de los cerdos por estos lares. La playa estaba poco tranquila, pues el tiempo estaba revuelto, y a pesar de que distaba bastante de las fotos que había visto, es un arenal amplio y bonito. Cerca está la Twin Beach, que quizás por estar más vacía y aislada me gustó más. Poco a poco empezaba a estar mejor y aún recuerdo el agua del mar ayudándome a volver a disfrutar. Fue una pena que al final de ambas haya una pequeña montaña donde se podrían obtener buenas vistas, pero era zona privada y no nos dejaron entrar.
Otra de las playas que merece la pena es Las Cabañas, en Coron Coron, pegado a El Nido. Cuando la recorrimos tranquilamente y vimos sus múltiples caras, pensamos cómo no habíamos podido ir antes. Nos encantó y tras el paseo y tomar algo, nos dimos un baño que en cierto modo nos sabía a despedida. Estuvimos muchos días en el mar pero en pocas ocasiones tuvimos momentos dedicados solo al baño. Nos supo a gloria.
Día 18: En kayak por el archipiélago de Bacuit
Como habíamos pensado y pude hacer en cuanto estuve bien, alquilamos un kayak e intentamos llegar a una de las islas que conforman el archipiélago de Bacuit. Para ello es recomendable estar en buena forma física porque en ocasiones el viento viene en contra y no ayuda. Preguntamos y nos recomendaron Cadlao, que de hecho conforma mayoritariamente el tour D. Con ritmo constante, pronto arribamos en Paradise Beach, una playa preciosa y de colores imposibles que aún así está algo destartalada al recibir barcos a diario. De hecho, llegué a sacar un cuchillo del agua. Hicimos snorkel atándonos a una boya viendo a los peces que nos acompañaron tantas veces durante del viaje, pero que nunca sobraron. Era nuestra última vez y también éramos conscientes. Volvimos, no sin remar con fuerza y nos despedimos esta vez de verdad para coger un minibús hasta Puerto Princesa.
Día 19: Pasando las horas en Puerto Princesa y vuelta a Manila
Como nuestro avión salía sobre las 14.00, madrugamos y fuimos a dar una vuelta por Puerto Princesa. Pedimos al triciclo que nos llevara a la Catedral de la Inmaculada Concepción, que si bien no era ninguna cosa del otro mundo, tenía como siempre, una cancha de basket y mucho ambiente a su alrededor. Cerca está también un parque-memorial a víctimas de la Segunda Guerra Mundial y camino del mar, un paseo -Side Sea Wall- que tiene un montón de puestos y por la noche seguro que tiene ambiente. El taxista que nos llevará a casa nos habla de una playa, que luego resulta ser un poco fiasco, pero accedemos: pasamos un rato en la Pristin Beach, que nos lleva de nuevo al mar, así que no nos importa. Sería la última playa que vimos.
Por la noche llegamos a Manila, a un hotel cercano al aeropuerto, de donde solo salimos para cenar y advertir ya en un primer momento que Manila es un caos, es sucia y solo tiene el atractivo de ver cómo vive la gente. Aburrir desde luego no te aburres si nunca has visto algo parecido.
Día 20: Descubriendo la caótica Manila
Dejar Manila para el último día se puede ver como un error, pero pensándolo ahora me pareció una decisión acertada. Si no hubiera sido en el momento que nos quedaba, quizás no la hubiéramos conocido. Y cada vez estoy más segura que todo lugar tiene su razón de ser… y por tanto, de visitar. Para llegar, siempre hay atasco. Tras un buen rato en el taxi, paramos en Intramuros, la parte antigua de la ciudad, de origen hispánico y rodeada visiblemente por una muralla. Además de la catedral y diferentes edificios de arquitectura claramente europea, esta zona es tranquila y hay rincones donde tengo claro que iría si viviera allí.
El Fuerte de Santiago es sin duda lo más interesante, pudiendo recorrer sus diferentes partes defensivas y visitar el Museo de José Rizal, el héroe de la Independencia filipina. La historia de su vida, desde el nacimiento en una familia burguesa en zona de influencia española hasta su muerte a manos de las tropas ‘invasoras’, es contada con mimo y detalle, sirviendo al viajero para hacerse una idea de la historia del país y de las motivaciones de uno de los héroes de la nación.
Tras esta visita, paseamos por la zona amurallada de nuevo, hasta acabar en el Hotel The Bayleaf Intramuros para ver las vistas de la ciudad. La caótica y sucia ciudad a ras de calle contrasta con los muchísimos rascacielos que hay en ‘la otra Manila’, la de la vista de pájaro. Desde luego, parece otra ciudad. Acabaríamos dando un paseo en el Parque Rizal, pulmón para una ciudad que sin duda necesita aire puro.
Ahora sí que sí: el viaje se acaba. Os dejo también un vídeo de la maravillosa experiencia que vivimos: