Bailarín de formación teatral y musical, Christopher Walken es un actor versátil, pero su altura (1,84) y su rostro geométrico lo encasillan en el género policíaco, interpretando todo tipo de personajes estrafalarios y peligrosos. Fue uno de los villanos de la franquicia James Bond en la película Panorama para matar, pero su verdadera revelación actoral ocurre en 1978 con El cazador.
El cazador le dio a Walken un Oscar y una bala en la sien, en la película de Michael Cimino, Robert De Niro es su amigo y vuelve a buscarlo a Vietnam, el infierno que les dio los peores recuerdos y experiencias de guerra, para seguirlo, sigue la pista del mejor jugador de ruleta rusa de Vietnam. La locura se ha instalado en el traumatizado personaje de Walken.
Lo dejaron preso en la clandestinidad de la posguerra, suelto en el inframundo vietnamita donde ahora Walken calza un pañuelo rojo y gatilla contra sí mismo por un puñado de dólares. De Niro, finalmente lo encuentra, pero no lo halla a tiempo. Con este disparo, nace una estrella.
De Niro (en una escena memorable) abraza el cadáver de Walken y llora desconsoladamente. Con esta escena, nace una obra maestra y conocí a un gran actor con cara de pez.
Otra película, quizá no tan memorable, pero sí más entretenida donde me hechizó el aura de Walken, es Sleepy Hollow de Tim Burton, en ella, Walken en una muy convincente caracterización, interpreta al mítico jinete sin cabeza, su exigua presencia casi testimonial en el film, basta para inquietar al espectador y percatarse de que nos encontramos delante de un gran actor, un actor peculiar con esos ojos saltones que en cualquier momento puede ponerse a bailar o apuntarte con una pistola. Camaleónico...y no sólo por su mirada.
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