(Al filo de los días). ¿Cuáles serán los motivos que llevan a elegir los nombres que designan algunos fenómenos meteorológicos como ciclones, huracanes, tormentas tropicales y ahora también las borrascas mediterráneas? Ya sabemos que se van poniendo por orden alfabético, pero no sé si hay alguna razón o vínculo no meramente azaroso para que sean unos u otros los nombres elegidos. Me ha sorprendido de forma especial este Filomena con que se ha nombrado la borrasca de mucho frío y abundante nieve que ya está mostrando su extenso vuelo blanco entre nosotros.
Mucho antes de conocer el famoso verso de San Juan de la Cruz («El aspirar del aire, / el canto de la dulce filomena, / el soto y su donaire / en la noche serena, / con llama que consume y no da pena»), ya había oído el nombre en la aldea gallega de los veranos de mi infancia, donde vivían al menos dos o tres mujeres que se llamaban así. Y, de forma especial, alguna muy cercana a mi abuela y con la suficiente importancia familiar como para ser referencia de un clan, de modo que los hijos, nietos y otros parientes próximos pasaban a ser conocidos como «os da [los de] Filomena»; no sé si también (creo que no) directamente como filomenos, como sí ocurría con otros apellidos que eran adjetivados sin contemplaciones: “os Marañas”, “os Perniles”, “os Calzafouces”... Tras ese precedente —ni qué decir tiene que imprime carácter—, los posteriores encuentros con Filomena, en alguna novela pastoril o en la mitología clásica (la palabra tienen un claro origen griego: Φιλουμένη: «la amante del canto»), enseguida quedaron oscurecidos por el en parte extraño verso del fraile de Yepes. No tardé en saber que esa ‘filomena’ con caja baja de nombre común y calificada de “dulce” era una forma de llamar al ruiseñor, si bien con reminiscencias y sentidos que han dado pie a muy sugerentes indagaciones (como esta de la gran especialista Luce López-Baralt, a la que debemos uno de los más originales estudios sobre el Cántico, de poderosa influencia en la recepción que el poema tuvo en toda una escuela poética de la que el orensano J. A. Valente es la principal referencia). El caso es que, bajo estos efectos y con estas sugerencias, tras cruzar ayer en rápido viaje de retorno el paisaje que hoy es ya una postal navideña a destiempo, me fui a la cama con el sobresalto de los graves sucesos trumpistas en primer plano, pero con Filomena probablemente trabajando en ocultas estancias neuronales, de modo que el extraño sueño, casi pesadilla, del Lobishome Paduano que me ha tenido entretenido toda la noche —y que tal vez referiré en otro momento— casi seguro que ha venido provocado por alguna extraña deriva de esta borrasca Filomena que tantas resonancias deja a su paso. Aunque, ahora que lo pienso, puede que el Lobishome, en sus aspectos más torpemente crueles, tenga también mucho que ver con Trump. Nada es descartable.