Luego de leer este artículo algunos se preguntarán por qué publicar en este espacio algunas notas filosóficas que tomé sobre el problema del bien y del mal… Ud., mi querido lector, sabrá evaluar el valor de este artículo. Además desoyendo las sugerencias de los expertos en blogs, posteo este extenso ensayo con selecciones del libro de Hubert Benoit, La doctrina suprema, El Zen y la psicología de la transformación. Buen provecho.
La creación del universo puede representarse como el resultado del interjuego, concomitante y conciliatorio, de dos fuerzas que se oponen y complementan entre sí. Esto lo podemos plasmar como la interacción de tres fuerzas: una positiva, una negativa y una conciliatoria. Principio positivo inferior, principio negativo inferior y principio conciliatorio superior.
Los dos principios inferiores son los dos polos de la manifestación, y en este plano de manifestación ninguno de los dos principios es absolutamente positivo o negativo. La relación entre estos principios desde la perspectiva en la cual la percibimos, el interjuego, es temporal, pero los principios en sí no pueden estar sujetos al tiempo porque no pueden estar sujetos a las limitaciones de su propio interjuego; son intermediarios entre el Principio Superior y su manifestación. Por lo tanto la manifestación creativa en este plano en el que vivimos y trabajamos, se despliega en el tiempo pero es en sí un proceso intemporal.
Por ejemplo, mi cuerpo no fue sólo creado el día en que fui concebido (con partículas que ya estaban en el flujo creativo), sino que además está siendo creado en todo momento incesantemente, y cuando muera las células que lo componen seguirán alimentando el proceso creativo.
Para este proceso creativo los dos principios inferiores son imprescindibles para la existencia de todos los fenómenos. En algún momento o lugar predomina uno, en otro el otro, pero en la totalidad del universo ambos están en equilibrio. Ambos principios están en el mismo nivel. Ninguno es superior al otro… pero…
¿Por qué entonces consideramos que el bien es superior al mal, o la luz a la oscuridad, o el amor al odio?
Porque cuando encaramos este tema desde nuestra experiencia vital aquí, en este plano en el que experimentamos la vida, fuera de la abstracción intelectual, vemos que existe una parcialidad innata por las manifestaciones donde impera el principio positivo. Vemos que esta parcialidad es reflejo lógico del deseo o impulso irracional a vivir inherente a la vida.
Pero además, cuando nos imaginamos a un hombre sabio, libre y que vive de acuerdo a su conciencia superior, identificado perfectamente con el Principio Superior y vinculado en armonía con el orden cósmico, liberado de toda preferencia…, experimentamos una intuición inconmovible de que este hombre sabio actúa de manera constructiva y por amor, de que sus acciones no están basadas en el odio y la destrucción, y simultáneamente no logramos concebir que sus actos sean oscuros o destructivos.
La clave es no criticar nuestra orientación afectiva hacia uno de estos principios. La clave para entender esto no está en tomar partido por la racionalidad (masculino) y negar la afectividad (femenino) ni en hacer lo opuesto, porque esto sería negar lo que experimentamos más allá de la razón. La clave es mirar estos principios desde una perspectiva trascendente e integradora en la que todo se concilia.
Los dos principios tienen un carácter antagónico, en lucha (que es lo que la mayoría percibe) pero además tienen un aspecto complementario. Son a la vez Combate y Colaboración.
Por ejemplo, al concebir dentro de nosotros impulsos constructivos a los que llamamos virtudes y negativos a los que llamamos defectos o vicios, podemos pensar (y de hecho la gran mayoría piensa) que evolucionar consiste en “eliminar” por completo nuestros defectos para que solo queden virtudes, pero con el tiempo descubrimos que esto no funciona.
Cuando el hombre pelea contra sus defectos, desde su mismo nivel de consciencia dual, les da fuerza y no logra su cometido. Cuando el hombre integra sus defectos desde una perspectiva conciliatoria, los acepta y les da un sentido constructivo, de valor, entonces esos defectos ya no lo dominan y logra trascenderlos. Y si bien los defectos y las virtudes siguen oponiéndose, ambos aspectos se vuelven colaborativos y armoniosos en su evolución. Y el hombre, así liberado de este aparente conflicto, experimenta paz y armonía y equilibrio.
Si bien la parcialidad intelectual del hombre que aún no ha expandido su consciencia es errónea, su parcialidad afectiva hacia el bien, no puede considerarse equivocada.
¿Por qué, desde le punto de vista afectivo, se considera superior totalmente al principio positivo sobre el negativo? Si la creación implica tanto construcción como destrucción, ¿porqué la palabra “creación” evoca necesariamente la idea de construcción y no la de destrucción?
Si bien estos dos principios inferiores no son uno causa del otro, sino que derivan de manera independiente de una causa primera (la propia creación), cuando los vemos en acción observamos que es el juego de lo positivo el que da inicio al juego de lo negativo. Y en este sentido es que “sentimos” su superioridad indiscutible, porque lo experimentamos como el origen. La primacía del aspecto positivo sobre el negativo no consiste en una precedencia cronológica, sino en una capacidad de activación que el principio positivo tiene sobre el negativo (Ej.: La luz sobre un objeto “activa” su sombra). Los dos principios nouménicamente iguales son fenoménicamente de calidad activa diferente. Es como si el principio conciliador se manifestara en la creación en un flujo que pasa por lo positivo para activar lo negativo.
La acción concreta de la caridad posee una superioridad indiscutible sobre el asesinato, aunque ambos actos no son otra cosa que el juego creativo. El hombre que asesina, también busca algún bien para sí mismo (fuerza positiva), pero se asocia a medios destructivos en forma reactiva e inconsciente, y produce destrucción. Es una acción que tomó para construir pero que produce destrucción (en un lugar y momento). Es como si intento levantar (fuerza constructiva) una piedra de 200 kgs., en lugar de levantarla la piedra terminará hundiéndome (destrucción).
Cuando el hombre ha alcanzado la “realización”, hace el “bien”, pero ese “bien” simplemente es consecuencia del proceso interno que ha llevado a la Conciencia Divina de este hombre a un estado de síntesis triple. Este “bien” es la simple consecuencia de una “comprensión liberadora” integrada en el ser total, y esta comprensión ha arrasado con todas las creencias de la preeminencia de un principio inferior sobre el otro. Este hombre no hace otra cosa que el “bien” pero precisamente porque ha dejado de “idolatrarlo”, y ya no está apegado a nada. Es un tema de conciencia. Su comportamiento procede de una actividad pura; porque responde espontáneamente y activamente a las circunstancias guiado por su conciencia y sin reaccionar a lo negativo ni aferrarse a lo positivo.
El camino a la realización no puede ser moral, es transmoral. De hecho la moral se opone al logro de libertad de conciencia, debido a que limita y no libera, manteniéndonos en el juego de la dualidad y desatendiendo la unidad conciliadora.
No estoy diciendo que el hombre que busca la liberación de su conciencia debe esforzarse por negar su preferencia afectiva por el “bien”. La acepta y la vive naturalmente con la misma neutralidad intelectual con la que acepta la totalidad de su vida interior.
Además, este tipo de ser humano sabe abstenerse de convertir equivocadamente esta preferencia afectiva real y prerracional, en una parcialidad intelectual que se opondría al establecimiento de su paz interior. No toma intelectualmente partido para guiar su conducta y simultáneamente reconoce y acepta su preferencia afectiva por el amor y el bien, y desde esta conciencia actúa.
La moral (y el bien y amor) que los demás ven en los actos del hombre realizado deriva naturalmente de su conciencia, y no de un esfuerzo voluntario por actuar con virtud “bien y amorosamente”. Su amor y su bien le son naturales, orgánicos, no “sintéticos”. El bien superior del principio conciliador se convierte en su naturaleza y ya no le es ontológicamente posible actuar fuera de ese espacio consciente que estructura su existencia en unidad.
Que tengas una hermosa semana de trabajo atendiendo tu preferencia afectiva por el bien y el amor.
Selección de Andrés Ubierna