Se acabó lo que se daba. Fin de las Navidades. Vuelta a la normalidad.
Aunque hay mucha gente que a estas alturas ya estaba deseando volver a la normalidad yo no. Me lo he pasado muy bien y he disfrutado mucho con las niñas, familia y amigos y creo que el único que se alegrará de volver a la rutina es mi estómago. Ya lo decía en mi entrada pre navideña, una de las cosas que peor llevo de las fiestas prolongadas es el tema comilonas porque no me puedo resistir a casi nada y la factura posterior va bien servida. Este año he decidido no amargarme y no cortarme ni un pelo con sus consecuencias presentes a la fecha en todo mi ser. La verdad es que no me arrepiento, a lo hecho pecho y más si ha sido como es el caso con premeditación, consentimiento y alevosía. Tengo todavía mucho invierno por delante para subsanar los excesos.
Hoy, último día de mis vacaciones, veo a la gente agolpándose en los centros comerciales para aprovechar las rebajas y me pregunto de donde sacan las ganas para ir de compras después del empacho navideño, yo debo estar haciéndome mayor porque lo siguiente a la pereza es lo que me invade sólo de pensar meterme en una tienda.
Me gusta la rutina, pero le he cogido cariño a no madrugar, a pasar más tiempo con mis hijas, a disfrutar de amigos y familia sin mirar el reloj, a dormir la siesta... habrá que ir haciéndose a la idea de que mañana a estas horas estaré currando, mal que me pese, estoy agradecida de tener un trabajo al que volver, las cosas como son.
Espero que este año que acabamos de recibir nos trate bien, "virgencita que me quede como estoy" que se suele decir, no pido mucho más.