"Y ésa fue la sonrisa con la que ella siempre lo recordaría.
De hecho, durante el resto de su vida la imagen de Juan se le seguiría apareciendo tal como lo vio en ese instante, con ese aire de felicidad y ese amor sin límites, con esa juventud eterna, inalterable, los ojos medio cerrados por el sol y las largas pestañas casi rubias, los dientes muy blancos y los hoyuelos muy marcados, unas briznas de hierba enredadas en el pelo castaño y una sombra de tierra adherida a las sienes”
Una carretera junto a la frontera de Portugal, junio de 1977. Juan y Rosa, apenas adolescentes, tienen cita en una clínica abortista clandestina, pero un accidente les impedirá llegar a su destino. Casi veinte años después, Rosa y su hijo Iván comienzan el que será el proyecto de su vida, la recuperación de un camping en la Costa Dorada, en el otro extremo de la península. Desde que Iván nació han vivido en diferentes lugares, siempre de forma provisional, siempre solos, huyendo de un pasado que no tardará en alcanzarlos.Escritor y guionista español nacido en Zaragoza en 1960, Ignacio Martínez de Pisón se licenció en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza y en Filología Italiana por la Universidad de Barcelona. Además de cultivar el relato y la novela, ha escrito guiones cinematográficos, y varias de sus obras de narrativa han sido adaptadas al cine. También ha hecho adaptaciones al teatro de sus obras (“El filo de unos ojos”).
Una de sus novelas más populares, “Enterrar a los muertos”, recrea un hecho real acaecido en la Guerra Civil, narrando las pesquisas del escritor estadounidense John Dos Passos tras la muerte a cargo de la inteligencia soviética de su traductor y amigo José Robles Pazos. Otra de sus obras, “Carreteras secundarias”, ha sido adaptada al cine tanto en España, por Emilio Martínez Lázaro, como en Francia, por Manuel Poirier. Martínez de Pisón firmó el guion de la película “Las trece rosas”, también dirigida por Martínez Lázaro y fue nominado al premio Goya al Mejor Guión Original por este trabajo. En 2015 le fue otorgado el Premio Nacional de Narrativa gracias a su novela “La buena reputación”.
Mi propio resumen-síntesis sin spoiler
Un prólogo fechado en 1977 nos cuenta que Rosa y Juan son una pareja extremeña que van a ser padres, pero ella es demasiado joven (diecisiete años) y él aún no ha terminado la carrera. Es por ello que deciden no seguir adelante y emprenden un viaje en coche a Portugal para que ella aborte clandestinamente. Pero si ya de por sí todo parecía una mala jugada del destino, las cosas aún podían salir mucho peor: de camino a la clínica, tienen un aparatoso accidente, Juan muere, Rosa sale malherida, pero el bebé no sufre daño alguno. En el hospital, con mucho tiempo para pensar, ella decide dar un paso importante, y en contra de todo pronóstico tener a su hijo sola, huyendo de su casa, de su familia, de sus amigos y de su pasado.
Veinte años después, sabremos que Rosa e Iván, tras andar toda una vida deambulando de ciudad en ciudad, Bilbao, Logroño, Gijón, Torrelavega o Jaca, parece que por fin han encontrado su lugar, su espacio. Asentados en Tarragona, regentan un pequeño camping de la Costa Dorada cercano a la central nuclear de Ascó (también Vandellós I y I I quedaban cerca) con la inestimable ayuda de una antigua clienta, Mabel (hoy íntima amiga) que acaba asociándose con Rosa para ayudarla a reflotar el negocio. Al fin y al cabo, ambas no son más que dos corazones heridos unidos por el destino, que fían su propia salvación a la salvación del negocio que las une.
Rosa y Mabel tenían al menos una cosa en común: habían podido elegir su vida después de que la vida siempre eligiera por ellas. Y no es que esa vida que habían elegido fuera gran cosa, pero era suya. Era su vida. Arrastradas hasta allí por distintos aluviones, era inevitable que sintonizaran, porque compartían el mismo sedimento de fracasos e infortunios.
Podría decirse que los tres, y Chileno y Palma, los gatos oficiales del camping, forman una auténtica familia, son felices, hacen un buen equipo y no les va nada mal.
A Iván le encantaba la soledad del otoño en el camping, sin nada que hacer, dejando que el tiempo pasara mientras el viento agitaba las ramas con suavidad. Durante los seis meses de la temporada baja, en los que no tenían jardinero, todo quedaba un poco a la buena de Dios. La naturaleza se apresuraba entonces a recuperar su estado salvaje. En la zona de acampada, vacía ahora, las altas hierbas formaban un lecho que invitaba a tumbarse y mirar las nubes. Para Iván aquello era el paraíso. Un paraíso suyo, aislado de todo, particular, por el que paseaba como un terrateniente por sus posesiones.
Hasta entonces, madre e hijo han estado muy unidos, siempre pegaditos los dos, con una relación que podría parecer incluso enfermiza, hasta que todo empieza a torcerse cuando Iván decide independizarse y comprueba que puede tener una vida al margen de su madre, junto a su novia francesa Céline, pero, sobre todo cuando descubre a través de su hasta entonces desconocido primo Alberto, varios secretos que Rosa le ha estado ocultando. Iván empieza a saber, a descubrir su pasado, aunque quizás hubiera sido mejor dejar las cosas como estaban, porque ya se sabe que, “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Porque había como un maleficio que no podía cumplirse mientras yo lo ignorara… ¡Empezó a cumplirse en el momento en el que supe! Ésa es la cuestión: no eres el mismo si sabes unas cosas que si no las sabes. Saber nos hace diferentes, nos convierte en otras personas. ¡Cómo me gustaría a mí no saber algunas cosas que ahora sé y seguir siendo el mismo!
Ese vínculo profundo entre ambos aparentemente indisoluble, empieza a resquebrajarse, a hacer aguas por todas partes y como suele suceder en la mayoría de las polémicas familiares, al final todos, los que rodean a los implicados, salen mal parados, sean o no culpables de algo y sufren las consecuencias del conflicto.
Cuando supe la verdad, fue como descubrirme suspendido en el vacío, igual que el Coyote, el de Correcaminos. Y de golpe todo se derrumbó. Se vinieron abajo mis dos vidas, la real y la imaginada, y me quedé sin nada. Peor aún: me quedé sólo con la sensación de pérdida. La pérdida de lo que había sido mío y la pérdida de lo que jamás habría podido llegar a serlo.
Hasta aquí puedo contar. . . no os digo más, no puedo decir más. Tendréis que leerlo vosotr@s para descubrir qué pasa con la relación entre Rosa, Mabel e Iván, por donde van los derroteros de esa pequeña familia y si conseguirán mantenerse unidos a pesar de todo.
A Martínez de Pisón le tenía ganas, había oído hablar muy bien de sus novelas y por eso me animé con esta cuando leí varias reseñas muy positivas por la blogosfera. Pero me ocurrió que lo empecé y lo dejé, aunque tan solo leí el prólogo, ese prólogo donde se narra el accidente de coche y la muerte del padre de Iván. Y aún no tengo clara la razón de mi abandono, ya que ni siquiera empecé el primer capítulo, pero unas dos semanas más tarde, la reseña de Rosa en su blog me devolvió las ganas, me dejó con muchas ganas de darle una segunda-primera oportunidad y me alegra, porque es una novela que he disfrutado mucho.La historia transcurre principalmente en la Costa Dorada, en el citado camping muy cercano a la Central Nuclear de Ascó, aunque también hay capítulos ambientados en Plasencia (donde Juan y Rosa vivían antes de tener el accidente) y en Toulouse, la ciudad de Céline, la novia de Iván.
¿Qué me ha parecido? ¿Me ha gustado?
Sí, me ha encantado. Lo mejor para mí han sido los personajes, los tres principales, Rosa, Mabel, e Iván, cada uno con lo suyo, con sus mochilas a cuestas, sus cosas buenas y sus cosas malas. Personalidades psicológicamente complejas, sobre todo en el caso de Rosa, a la que me costó entender y con la que no conseguí empatizar en ningún momento (en mi caso, el hecho de no empatizar con un personaje, no lo hace menos atractivo, al contrario, los hace grandes mis ojos, indestructibles). Nunca me cayó bien del todo, nunca me gustó el excesivo apego que tenía con su hijo y sus ansias tóxicas de quererlo solo para ella. Y nunca me gustó como trataba a los demás, a los que la querían y solo buscaban su felicidad. En cambio, sí empaticé con Mabel, me gustó Mabel, por su cariño incondicional a Rosa y a Iván, y esa amistad entre las dos mujeres que se complementaban de un modo que podría parecer inadecuado.
En pocos meses se tejió entre ellas una tupida red de complicidades que las volvió inseparables. Parecían, sin serlo, una pareja de lesbianas a punto de entrar en la mediana edad, y todo el mundo pensaba que se habían criado juntas. ¿Qué eran? ¿Más socias que amigas o más amigas que socias? Socias, amigas, vecinas...: lo eran todo la una para la otra.
“Fin de temporada” toca varios temas importantes: el valor de la amistad, el aborto, el rencor, la culpa, el perdón, la fidelidad, la traición, la pérdida, la fuerza de la sangre y los vínculos familiares, y el peso del pasado, que tarde o temprano siempre regresa para cobrarse lo que no se afrontó en su día. Pero lo verdaderamente importante, lo que subyace abarcándolo todo, es la estrecha e insana relación materno-filial entre Rosa e Iván, la exagerada sobreprotección de una madre que no puede soportar estar alejada de su hijo, ese apego excesivo que no le permite afrontar que eche a volar solo, o acompañado de otras personas que no sean ella, ideando cien mil argucias para llamar su atención y conseguir que regrese al nido a costa de cualquier cosa. Y el miedo, más bien el pánico a la soledad.
También me ha gustado la narrativa de Ignacio Martínez de Pisón, su prosa serena, pero profunda y su capacidad para describir la cotidianidad del día a día y haciéndola parecer especial e interesante. Los diálogos también me han parecido magníficos, cargados de sinceridad, de profundidad, puros reflejos de vida. Y el final. . ., no es que sea bestial, pero impacta, te desarma, a mi me ha desarmado, te deja pensando. Tengo claro que repetiré con el autor.
Había algo salvaje en aquella escena, algo bestial, no humano, como si de verdad el chico, por supuesto mucho más fuerte que su madre, fuera capaz de abalanzarse sobre ella para estrangularla o romperle algún hueso.Resumiendo: “Fin de temporada” me ha parecido una intensa y dolorosa historia de amor-desamor entre una madre soltera y un hijo único, una maravillosa novela de personajes, emociones y sentimientos, que nos presenta las relaciones familiares como fuente de conflicto, que te obliga a plantearte hasta que punto puede ser aconsejable-desaconsejable huir del pasado, y te hace reflexionar sobre la complejidad de las relaciones entre padres e hijos, sobre el tremendo poder de la manipulación.
Se había dado cuenta de que el odio era la argamasa que daba consistencia a sus vidas.
Os la recomiendo, no os la podéis perder. Mi nota esta vez como no podía ser de otra manera, la máxima: