Revista Cultura y Ocio

Final de Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes:Grandioso.

Publicado el 23 agosto 2011 por Poli @FIPoli27
Debe ser uno de los finales de la literatura nacional más emotivos que recuerde. Ya me había impresionado de pibe, cuando lo leí en el segundo año del Colegio (en el mismo ejemplar, cuya tapa fotografié, que tiene anotaciones de ese entonces). Abajo está transcripto ese fragmento último (Cap. XXVII), vale la pena tomarse menos de cinco minutos y leerlo. A mi me emociona hasta las lágrimas. Don Segundo Sombra es, sin duda, una de las grandes novelas de nuestra literatura. Escrita en 1926 por Don Ricardo Güiraldes e inscripta, claramente, dentro de la tradición de la literatura gauchesca, muestra una la gran capacidad narrativa de su autor. Para los que no lo leyeron, la novela cuenta la historia de un muchacho guacho (Fabio) que escapa de la casa de sus tías en San Antonio de Areco y se inicia como resero vagabundo en la Pampa, al lado de quien se transforma en su padrino, "Don Segundo Sombra", un hombre ya curtido en estos menesteres del campo. Van de estancia en estancia realizando tareas campestres (doman caballos, arrían tropillas, participan en rodeos) y, entre trabajo y trabajo, van a la pulpería, apuestan en riñas de gallos, en carreras de caballos, presencian peleas de gauchos y duermen a la intemperie en medio del campo. Todo esto es así hasta que, habían pasado tres años, Fabio recibe la comunicación de la muerte de su padre y una herencia de la que hacerse cargo: una estancia. No sabe si dejar su vida de nómade, que tanto lo ilusiona a pesar de no tener un cobre y andar rotoso, o aceptar la responsabilidad de ponerse a cargo del campo heredado; lo que finalmente, luego de consultar a Don Segundo, hace. Logra que Don Segundo se quede con él por tres años pero finalmente...finalmente lo que viene a continuación, el final de la novela. 

Final de Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes:Grandioso.

Tapa del libro de Editorial Kapelusz (Ed.1980)


Capítulo XXVII de Don Segundo Sombra. Fragmento final.
Y esa tarde iba a sufrir el peor golpe.   
Miré el reloj. Eran las cinco. Monté a caballo y fui para el lado del callejón, donde hallaría a mi padrino. Resultaba ya imposible retenerlo, después de tanta insistencia inútil. El estaba hecho para irse, siempre, y tres años de permanencia en un lugar, lo habían saturado de inmovilidad. Demasiado sentía yo en mí la sorbente sugestión de todo camino, para no comprender que en Don Segundo huella y vida eran una sola cosa. ¡Y tenerme que quedar! 
Nos saludamos como siempre. 
A la par, tranqueando, hicimos una legua por el callejón. Entramos a un potrero, para cortar campo, y llegamos hasta la loma nombrada "del Toro Pampa", donde habíamos convenido despedirnos. No hablábamos. ¿Para qué? 
Bajo el tacto de su mano ruda, recibí un mandato de silencio. Tristeza era cobardía. Volvimos a desearnos, con una sonrisa, la mejor de las suertes. El caballo de Don Segundo dio el anca al mío y realicé, en aquella divergencia de dirección, todo lo que iba a separar nuestros destinos. 
Lo vi alejarse al tranco. Mis ojos se dormían en lo familiar de sus actitudes. Un rato ignoré si veía o evocaba. Sabía cómo levantaría el rebenque, abriendo un poco la mano, y cómo echaría el cuerpo, iniciando el envión del galope. Así fue. El trote de transición le sacudió el cuerpo como una alegría. Y fue el compás conocido de los cascos trillando distancia: galopar es reducir lejanía. Llegar no es, para un resero, más que un pretexto de partir. 
Por el camino, que fingía un arroyo de tierra, caballo y jinete repecharon la loma, difundidos en el cardal. Un momento la silueta doble se perfiló nítida sobre el cielo, sesgado por un verdoso rayo de atardecer. Aquello que se alejaba era más una idea que un hombre. Y bruscamente desapareció, quedando mi meditación separada de su motivo. 
Me dije: "Ahora va a bajar por el lado de la cañada. Recién cuando cruce el río, lo veré asomar en el segundo repecho". El anochecer vencía lento, seguro, como quien no está turbado por un resultado dudoso. Unas nubes tenues hacían largas estrías de luz. 
La silueta reducida de mi padrino apareció en la lomada. Pensé que era muy pronto. Sin embargo, era él, lo sentía porque a pesar de la distancia no estaba lejos. Mi vista se ceñía enérgicamente sobre aquel pequeño movimiento en la pampa somnoliente. Ya iba a llegar a lo alto del camino y desaparecer. Se fue reduciendo como si lo cortaran de abajo en repetidos tajos. Sobre el punto negro del chambergo, mis ojos se aferraron con afán de hacer perdurar aquel rezago. Inútil, algo nublaba mi vista, tal vez el esfuerzo, y una luz llena de pequeñas vibraciones se extendió sobre la llanura. No sé que extraña sugestión me proponía la presencia ilimitada de un alma. 
"Sombra", me repetí. Después pensé casi violentamente en mi padre adoptivo. ¿Rezar? ¿Dejar sencillamente fluir mi tristeza? No sé cuántas cosas se amontonaron en mi soledad. Pero eran cosas que un hombre jamás se confiesa. 
Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta a mi caballo y, lentamente, me fui para las casas. 
Me fui, como quien se desangra. 
Blog del autor del libro de cuentos "Historias fugaces de hombres y mujeres".

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