Los viernes son días estresantes. Mi marido llega a casa sobre las 4 así que desde que me levanto por la mañana voy echando una carrera contra reloj para intentar hacer el máximo número posible de cosas antes de que llegue, lo cual incluye algo de comer que sea válido para que picotee a esas horas en las que ya no tiene ganas de sentarse a comer un plato como Dios manda.
Ya sé de sobra que las prisas no son buenas y menos en mi caso, que tengo una altísima propensión a todo tipo de accidentes domésticos y roturas de cacharros. Ayer falleció la sandwichera, tras precipitarse desde una altura de más de metro y medio. Afortunadamente no me cayó en la cabeza, así que algo es algo. De todas formas, estaba muy harta de ella porque me ha salido bastante mala; es una de esas de planchas desmontables y las planchas ya no encajaban bien, enseguida se deformaron con el calor. Vamos, que no me importa comprar otra.
Los fines de semana deberían ser de descanso pero ya hace mucho que no lo son. Durante la semana voy acumulando cosas en mi lista de pendientes y paso todo el fin de semana intentando completar el mayor número posible de tareas, aprovechando la ayuda de mi marido. Claro que a veces tengo la sensación de que ni por esas, porque él sólo actúa de suplente, que es algo que me cabrea bastante, no sale de él relevarme de ocuparme del niño ni un minuto. Me he dado cuenta de que me conformaría con que me concediera, un sólo día, la inversión de papeles, de forma que yo pudiera hacer mis cosas y encargarme del niño sólo si él no puede en ese momento. Pero va a ser que no...
En cualquier caso, de este fin de semana no pasa sacar los zapatos de verano y guardar los zapatos de invierno.
Y estoy preparando una sorpresita para vosotr@s...