Revista Opinión

Finitud

Publicado el 21 abril 2019 por Carlosgu82

«El ser humano es una síntesis de lo temporal y lo eterno, de lo finito y lo infinito.»
Søren Kierkegaard

La palabra «finitud» deriva del latín «finītus» y tiene por significado: acabado, finalizado. «Infinitud», por su parte, añade el prefijo negativo «in-» y refiere algo que no tiene (ni puede tener) fin.

Si bien pudiéramos hablar también de lo temporal y lo eterno, considero que quedan implícitos en los términos finito e infinito.

Los conceptos previamente mencionados habitualmente son abordados desde una perspectiva dicotómica «todo/nada», «deseable/indeseable» y más interesante aún: «bueno/malo». ¿Por qué?, ¿por qué surge la tendencia de polarizarnos hacia un solo lado? Es como si sólo validáramos uno de los extremos… ¿por qué alienar el otro?, ¿para qué?

No es ninguna novedad que la sociedad actual tiende a considerar la finitud como algo indeseable: el fin de una amistad, el fin de una relación amorosa; el fin de una bella etapa; despedidas: por ejemplo, un amigo/familiar que se muda de ciudad; pérdidas: el fin de un empleo/trabajo/negocio; situaciones irreversibles: siendo la más destacada, la muerte.

Pero, así como la finitud se vincula a lo indeseable, también con lo deseable: el fin de una mala racha económica, el fin de una relación conflictiva, el fin de una enfermedad.

La finitud nos resulta indeseable y/o dolorosa cuando representa una pérdida. Ésta última puede subdividirse (nuevamente, de manera dicotómica) en: (1) real y (2) en fantasía. Así como en: (3) total y (4) parcial.

El término «pérdida real» refiere a un evento que efectivamente ha ocurrido: por ejemplo, sufrir un robo (objeto y/o dinero ya no está en nuestra posesión, alguien se lo ha llevado). Por otro lado, una «pérdida en fantasía» es aquella que no ha sucedido (es decir, es más bien vinculada al temor a perder): por ejemplo, el temor a ser abandonado por nuestra pareja (perder a la persona amada); el temor a enfermar (perder la salud); etc.

En cuanto a la segunda clasificación mencionada, una «pérdida parcial» se considera una pérdida temporal, por ejemplo: cuando un hijo se muda a otra ciudad a estudiar una carrera universitaria. Se considera parcial puesto que, aunque el joven se encuentre ausente físicamente, los padres pueden mantener contacto telefónico y/o visitarle. La «pérdida total» es aquella que, valga la redundancia, ocurre en su totalidad: no hay posibilidad de recuperar lo que (o a quien) se ha perdido. Un ejemplo de pérdida total es sufrir un robo (por ejemplo: el robo de una cartera que, por el motivo que fuese, no es regresada a su legítimo dueño), un divorcio (en contraste con una separación, la cual sería una pérdida parcial) y, nuevamente: la muerte.

Retomando la frase de Kierkegaard: «el ser humano es una síntesis de lo temporal y lo eterno, de lo finito y lo infinito»… no cabe duda que, como especie, los seres humanos poseemos cualidades fascinantes, las cuales vale la pena explorar.


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