Revista Opinión
Desde 1929 hasta 1939, James Joyce estuvo escribiendo este inclasificable libro, tal vez una novela. Ha habido críticos que no lo han considerado como tal, otros lo han catalogado dentro del ensayo, y otros incluso lo han definido como el producto de una mente enferma. No es de extrañar porque Joyce rompe con todas las reglas novelísticas que le habían antecedido y crea una narrativa diferente, resultado de los logros de todas las vanguardias de su tiempo y que va más allá.
Son más de 600 páginas repletas de frases extrañas que combinan más de 62 lenguas. Es la Torre de Babel, imposible de traducirse, imposible de ser comprendida si no somos capaces de adentrarnos en su universo metafórico y musical (¿simbolismo?) para vivir, como la familia de H. C. Earwicker’s , una pesadilla de crimen y sexo (¿surrealismo?) donde nadie puede comunicar la verdad de lo sucedido (¿existencialismo?) porque las palabras, las creencias históricas y las verdades filosóficas son insuficientes para superar la Torre de Babel que la humanidad creó el día que los mitos y las leyendas empezaron a ser olvidados en favor del pensamiento racional.
No es extraño que este libro se imprimiera en 1939, el año en que comenzó las Segunda Guerra Mundial y en que concluyó el tiempo de las vanguardias, ni que T.S. Elliot lo apoyara o que Scott Fitzgerald o Hemingway lo aplaudieran. Tampoco que fuera escrito en París y que la primera edición viera la luz de manos de Faber and Faber en Londres y The Viking Press en Nueva York. “Finnegans Wake” aglutina las preocupaciones y búsquedas de un tiempo que estaba a punto de desaparecer: Nietzsche, Freud, Jung, Heidegger, Frazer… Si “Ulises” fue la culminación de la novela moderna iniciada por Flauvert, “Finnegans” es la culminación de “Ulises”.
“Ulises” usa la estructura metafórica de Homero, “Finnegans Wake” los cuatro tiempos de Gianbaptista Vico. ¿Por qué cuatro? Tal vez James Joyce quiere basarse en los cuatro mundos cabalísticos o tal vez pretende un sarcástico chiste: “He escrito un libro que entretendrá a los críticos durante un siglo”. Mentiras y medias mentiras dentro de bromas de una realidad brutal hacen de la obra un mundo inaccesible... o puede que no tanto.
James Joyce establece una crítica profunda y solida del modelo patriarcal, de las ideologías políticas y del método tradicional de narrar una historia y construye un libro inacabado que el lector debe completar: nadie sabe qué puede éste encontrar entre sus 62 lenguas diferentes o al interpretar los mitos celtas, cristianos y hebreos que conforman la narración. Tampoco en el particular sentido del humor del Sr. Joyce.
Al final, una mujer, A. L. P. (Anna Livia Plurabelle), tiene la respuesta: ella vino del océano, de las olas que su hija Issy (la nube) formó con lluvia y representa la libre protohistoria que todavía susurra en el río Liffey, en Dublín, donde los Earwicher regentan un pub, donde se ha cometido un crimen que todos los miembros de la familia tratan de ocultar pero que se revela cada noche en los sueños.
Es una peculiar pesadilla que conduce al lector a otra más extraña: la pérdida del lenguaje a través de la pérdida de su estructura y la personalidad perdida y hallada en todas las personalidades (“HereComesEverybody-HCE-E.C. Earwicker”) porque la pesadilla de un hombre es la pesadilla de todos. ¿Dónde olvidamos el alma? Quizás la perdimos entre el galimatías de palabras y razones, y la única forma de recuperarla es buceando en el lenguaje.
Sentimos el miedo que nos ata a los cabellos de Anna Livia y el placer del pecado de H.C.E., porque una noche él soñó que era una persona.
**Martín Cid es autor de las novelas Ariza (editorial Alcalá, 2008), Un Siglo de Cenizas (editorial Akrón, 2009), Los 7 Pecados de Eminescu y del ensayo Propaganda, Mentiras y Montaje de Atracción (editorial Akrón, 2010).
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