Aeropuerto de Málaga, 2 de Julio de 2013. Es la una de la mañana. Ahora, una vez me despido de los míos, es cuando siento realmente que emprendo el viaje. A veces me siento eufórico, a veces melancólico; a veces creo que son las cinco de la mañana, a veces que son las siete de la tarde. Me sumerjo por las ininteligibles y vacías pasarelas del aeropuerto para tomar el avión.
En una de esas usuales despertadas repentinas e intermitentes, veo ciertos destellos de luz por la ventanilla del avión. Decido colocarme las gafas y efectivamente compruebo que estoy viendo Londres de noche. No es tanta iluminación como la que esperaba: será cosa de la crisis, mientras observo el avión acercarse a esas left-side roads.
Tras haber pasado un melancólico vuelo escuchando repetidamente la canción Only Time, que tanto la música como la letra se adecuaban a mis sentimientos y pensamientos, inicio una arriesgada llegada a Londres. En tan sólo cinco horas tengo que ser capaz de llegar a mi residencia y estar listo para desempeñar mi primer día de trabajo.
Tras pagar más de seis libras por mi frugal desayuno, me vuelvo a dirigir a la residencia. Una vez firmo el contrato y tengo las llaves, subo a toda prisa a dejar las maletas en la habitación. La puerta todavía no se había abierto del todo cuando yo ya estaba saliendo.
Pronto me percato que de nada sirve correr si no sabes a dónde vas. No obstante, me sigo dejando llevar por la pasión y continúo corriendo por la calle, haciendo paradas para preguntar a cualquier persona que me encuentro. Quería llegar con puntualidad británica, pero al final hice gala de mi nacionalidad.
Una vez recibo una charla durante dos horas sobre la empresa y haberme introducido al resto de empleados, me dirijo a solucionar los típicos problemas que pueden pasarte en el extranjero: dinero, telefonía y enchufes. Pronto me doy cuenta que nada es tan fácil como uno pensaba que era, o como debería ser para uno. “Si todo es tan globalizado y el mundo cada vez es más pequeño, ¿por qué limitar la telefonía entre países?” “¿Por qué poner tantas pegas a la hora de comprar moneda extranjera?” “¿Por qué tantas restricciones al abrir una British Current Account?” “¿Por qué esas diferencias?”
Cansado pero alegre, tiro para mi residencia . De nuevo, me vuelvo a perder por esas inmensas aceras y anchísimas avenidas londinenses. Tras una hora de caminata bajo un cielo nublado, por fin doy con mi residencia. En mi habitación allí estaba mi roommate. Tras haberme comunicado con los míos, entro rápidamente en un sueño plácido y profundo.
Ahora, viéndome en retrospectiva, hace tan sólo un mes, nunca hubiera pensado aprender todo lo que he aprendido hasta ahora. Pero dejemos eso para otros artículos.