El pasado fin de semana asistimos como discente a la segunda edición del curso organizado por el Colegio Profesional de Fisioterapeutas de Madrid denominado “Fisioterapia Respiratoria en el Enfermo Crítico”. Junto con el contenido nos hacemos eco, brevemente, de algunas consideraciones en esta materia.
Ya habíamos perdido la costumbre de dedicar un fin de semana casi completo a nuestra formación, como hacíamos en tiempos pasados de forma necesitada y a veces compulsiva. En general, y visto desde la perspectiva de un profesional con experiencia, el curso ha sido muy provechoso. Cuando decimos “con experiencia” no hacemos alarde de nada, sino que nos referimos a que la valoración de la formación posgrado se hace desde un bagaje, unos conocimientos y unas prioridades distintas a las de los estudiantes pregrado o los recien egresados.
Alejandro Barrios Suárez, fisioterapeuta del Hospital Universitario Puerta de Hierro, nos acercó a un campo, el del enfermo de las unidades de críticos o vigilancia intensiva, posquirúrgicos o postransplantados. Se hizo hincapié en el conocimiento de los aparatos de ventilación y en otros dispositivos de fisioterapia respiratoria y en la auscultación pulmonar, así como en el sustento científico de la fisioterapia en estos pacientes.
No queremos profundizar más allá en el contenido del curso. Pero sí destacar algunas cuestiones surgidas en el mismo. En primer lugar, la exigua formación que recibimos y damos en los estudios de pregrado. No es de extrañar encontrarnos con muchos fisioterapeutas que, durante sus estudios, han pasado por las Unidades de Cuidados Intensivos de visita. En nuestra labor como docentes tampoco nos prodigamos en formar en ellas. Fruto, probablente, de nuestros poco profundos conocimientos.
En segundo lugar, nos dimos cuenta de la importancia del funcionamiento del aparataje. Este es complejo y, para una aplicación eficaz de las técnicas, precisa de personal que haya adquirido competencia, al menos, en la comprensión del mismo.
En tercer lugar, coincidimos con el docente, con los estudios y con la lógica de la práctica, en que para permitir la demostración de la fisioterapia deberían, los fisioterapeutas, estar integrados en los equipos de cuidados de los pacientes críticos. Parece evidente que la mera visita en un turno no propicia resultados óptimos. Se requeriría, además, considerar la importancia de una fisioterapia continuada, sin domingos ni fiestas “de guardar”.
Esto nos lleva a la cuarta cuestión. La falta de consideración de gestores de la mal llamada “evidencia”. Las pruebas procedentes de estudios avalan la consideración de la fisioterapia en estos pacientes como eficiente. El ahorro procedente de una menor estancia en las unidades o disminución de complicaciones respalda la decisión de incorporar la fisioterapia rutinaria, continuada, con capacidad de ejercicio autónomo y responsable de sus competencias.
Finalmente, aún teniendo en cuenta que hay muchas materias en las que la formación pregrado tiene carencias, deberíamos propiciar desde los centros docenteasistenciales y desde la universidad un impulso a la formación en unidades de críticos. Y ello implicaría, ineludiblemente, la concienciación y la implicación de los profesionales.
Sólo teniendo en cuenta lo dicho, y quizá otras muchas cosas, podremos aspirar a implantar una fisioterapia competente y respetada entre los demás miembros de los equipos asistenciales. A una presencia similar a la de otros paises en los que el fisioterapeuta coordina su labor dentro de las unidades con los demás profesionales en base a un sólido conocimiento. Esperemos que, con tiempo y formación, se pueda conseguir.