Esta mañana ha sido una de esas mañanas en las que siento que la creatividad florece en los momentos menos esperados, aquellos en los que la lucidez sorprende al más despistado y como regalo deja un rastro incandescente. Un fogonazo que resulta difícil olvidar. Un neón intermitente que hace que cualquiera que pasaba por ahí por casualidad se tambalee. Como un flash. Un segundo intenso y fugaz que captura la mente y que se puede seguir viendo sólo si se cierran los ojos. Cuando era pequeña y nos hacían una foto familiar con flash (gordon), después me quedaba un ratito abriendo y cerrando los ojos para perseguir esa luz verde fluorescente o rosa fosforito que pasaba a toda velocidad. Sí, por aquel entonces ya soñaba con la huella que dejaba un flash. Quizá sólo lo hacía yo. O quizá, para mi regocijo, unos cuantos sabéis a qué me refiero.
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