Revista Cultura y Ocio
Flema tiene una acepción en nuestra lengua que la define como "calma excesiva, impasibilidad". La flema británica, nos concretan en otra parte, es "la capacidad del inglés para permanecer impasible ante las situaciones más diversas". De la flama nos dice el diccionario de la RAE que es "el reflejo o reverberación de la llama" que, a su vez, es "la combustión de una gas que se eleva de los cuerpos que arden..."
Y, en estos momentos, arde el Reino Unido. Una gigantesca flama se extiende por sus islas. El Brexit ha resultado un combustible altamente volátil que está incendiando un 48% de desconcertados ingleses. La impresión es que no se acepta con "flema", ni mucho menos, el resultado de un referéndum oportunista que los deja fuera de la mayoría de Europa por apenas un 4% de los votos. Ahora, que se empiezan a ver las orejas al lobo, la flema se trona en flama: ¡Ay, que nos hemos equivocado!. O quizá fue la flama la que venció a la flema a la hora de votar: "los inmigrantes nos roban" (¿a qué me suena esto?) Con este juego de palabras de ida y vuelta, empiezo a secretar flemas yo también...
La cosa está que arde en Inglaterra mientras en Europa, el jarro de agua fría del Brexit, ha apagado los ánimos y llevado al psicoanalista a nuestros políticos que nos se explican porqué Gran Bretaña no les quiere. Al otro lado del paso de Calais ya se piensa en el Bregret (el Británico arrepentimiento). La flama se extiende: empieza a comprobarse que los peores presagios se están haciendo realidad, incluso decenas de votantes (algo insólito) llamaron a la Comisión Electoral tras el resultado para preguntar si podían cambiar su voto. En las redes sociales el hashtag #Bregret empieza a usarse masivamente. En el país se respira una incertidumbre total.Los defensores de la autoexclusión reconocen ahora que sus argumentos y promesas electorales son irrealizables:no será posible -como prometían- poner fin a la libertad de movimientos para reducir la inmigración, y tampoco será posible trasvasar los 430 millones de euros semanales de contribución a la UE a la seguridad social (aparte de que, en realidad, eran bastantes menos). En las entrevistas postelectorales donde debía reinar la euforia se respira una extraña tensión cuando reconocen que sus promesas han de ser matizadas (y esto solo al día siguiente)...
Y las brasas de la llama ha partido en dos el tronco nacional. El fuego del populismo, consume el país: los jóvenes (el 75% de ellos votó por la permanencia) se sienten ahora castigados en su habitación, encerrados en su isla; las grandes ciudades con Londres a la Cabeza recolectan firmas (van por más de 100.000) para declararse ciudad-estado perteneciente a la Unión; Escocia e Irlanda retoman las consultas proindependentistas para poder seguir siendo comunitarias (Gibraltar, que también votó masivamente por la permanencia, es caso aparte: del mal el menos; parecen pensar); el grueso de intelectuales se declara decepcionado y avergonzado ante la actitud de sus paisanos... El Reino Unido anda desunido en estos días. La Gran Bretaña está en peligro de convertirse en La Pequeñita Bretaña. El paisaje social y político ha cambiado: hoy en día Gran Bretaña es la flama; a nosotros nos toca tener la flema.