Revista Cultura y Ocio
Si hay algún asesino que haya sido lo más parecido y cercano posible a un vampiro, ese ha sido Florencio Fernández. Un asesino serial argentino que por su ‘modus operandi’ bien podría haber pasado como un Drácula cien por cien real. De hecho, él se creía ser realmente un ‘chupasangre’. Era un enfermo mental, un esquizofrénico que además poseía una parafilia hacia la sangre; para acabar de adornarlo sufría también de fotofobia. Si todo ello no es ser un Drácula, que resucite Bram Stoker y lo vea.
Nació en el seno de una familia muy pobre, en 1935. Desde muy joven y debido a su enfermedad mental ya diagnosticada, Florencio vivía en las calles de su ciudad natal, Monteros, provincia de Tucumán, en Argentina, debido al abandono de su familia. Vivía en una cueva, a las afueras de la ciudad.
Los crímenes se iniciaron en 1953, cuando Florencio contaba 18 años. Comenzó a vigilar a una mujer. Cuando se aseguró de que estaba sóla en casa, una noche se adentró por la ventana y con un garrote la golpeó. Luego de dejarla inconsciente, la mordió en el cuello tan fuerte que le arrancó un trozo de carne y succiono la sangre que brotaba, lo que le provocó un orgasmo. La mujer murió después de arrancarle la tráquea. Así lo hizo hasta en 14 ocasiones más. El mismo ‘modus operandi’, durante siete años y sólamente en los meses de verano, cuando la gente en sus casas dormía con las ventanas abiertas, por las que se colaba el vampiro.
A finales de 1959 la policía federal y la regional se arremangaron y se pusieron a trabajar en serio para tratar de atrapar al criminal. Trazaron un mapa de los lugares donde habían ocurrido los asesinatos y todos estaban cercanos a la cueva que habitaba Florencio, por lo que desde el principio fue el principal sospechoso. Lo pusieron bajo vigilancia y cuando estaba a punto de cometer su decimosexto crimen, fue sorprendido por un dispositivo policial. Pudo huir hacia su cueva pero allí lo detuvieron el 14 de febrero de 1960. No opuso resistencia a los policías pero sí al sol, debido a su intolerancia al sol, como buen vampiro que se precie.
Florencio confesó todos los crímenes y después de realizarle pruebas psiquiátricas, fue declarado inimputable, por lo que no hubo juicio. Por orden del juez ingresó en la institución mental de San Miguel de Tucumán, donde murió por causas naturales ocho años después.