Flotar y seguir flotando

Cuando las aguas están revueltas dicen que los pescadores ganan, pero en mi caso no es cierto porque ahora mismo vivo en un mar de aguas más que revueltas y aquí nadie tiene nada que ganar, ni los pescadores, ni las pescadoras ni nadie. Por desgracia me muevo en un contexto en el que solo hay cosas que perder.

Una vez más siento que algo se desencajó en algún punto del tiempo y del espacio y me enloquece no saber cuándo fue, no haber oído el “clack” que hacen las cosas al desencajarse. Cuando me quise dar cuenta ya estaba todo fuera de sitio y luego la vida se precipitó y me llevó por delante sin detenerse ni un segundo a preguntar aunque para qué, si no había nada que preguntar. Las preguntas llegaron después, a medida que llegaban también las respuestas, de la mano las unas de las otras.

Y yo mientras tanto en medio de las aguas revueltas y con ese clack que nunca oí percutiéndome el cerebro como si fuese un martilleo eléctrico. Puedo afirmar que no se está nada cómodo naufragando en aguas revueltas, sin tener claro a dónde debes dirigirte ni porqué estás ahí. Tan solo sabes que un oscuro instinto de supervivencia te mantiene a flote, pero no sabes por cuánto tiempo y no entiendes cómo es posible que nadie te rescate o venga en tu ayuda. Así me siento algunas veces, naufragando en un extraño mar lleno de colores y de aguas virulentas y dañinas.

Siempre me ha gustado mucho nadar pero, en este caso, es como si hubiese algo que me impidiese avanzar, como si me impidiese incluso adoptar la postura correcta para el nado. Solo me deja flotar estúpidamente, como una botella cerrada, a la deriva, a merced de una corriente que nadie sabe dónde me llevará ni por cuánto tiempo más estaré ahí. Tal vez me quede encallado en algunas rocas, o me trague un pez gigante.

No lo sabemos.

Lo único que sabemos es que hay que resistir lo máximo posible por puro amor a la vida, por puro deseo de flotar y seguir flotando.