Las ninfas romanas surgieron por la asimilación de las ninfas griegas con todas las divinidades indígenas de la naturaleza y se asociaron con todas las deidades relacionadas con la vegetación, como Hércules, o asociadas a la agricultura, como Tellus, Ceres, o Flora.
"Perdonad, ninfas, que el chapoteo de las pezuñas haya ensuciado las aguas. Tú, diosa, propicia en nuestro nombre las fuentes y los dioses de las fuentes, propicia los dioses desperdigados por todo el bosque." (Ovidio, Fastos, IV, 758)
Todos los cursos de agua eran susceptibles de originar prodigios ya fueran favorables o adversos para los que los observaban. Un prodigio considerado favorable podía dar lugar a la fundación de una ciudad.
La fundación de Marcianópolis en Bulgaria por Trajano tiene su origen en un prodigio ocurrido junto al río sobre el que se asienta la ciudad.
"Y puesto que hemos mencionado Marcianópolis, nos parece conveniente ofrecer algunos breves detalles de su situación. Según parece, esta ciudad la mandó construir el emperador Trajano, porque cuando su hermana Marcia, que era entonces una niña, se bañaba en un río de aguas muy cristalinas y de exquisito sabor que se llama Pótamo y que nace en el centro de la ciudad, queriendo sacar agua de este río, se dejó caer por casualidad un recipiente de oro que llevaba. Éste se hundió, impulsado por el peso del metal, en el fondo del río, pero surgió de nuevo de las profundidades mucho tiempo después. No era ciertamente nada habitual que un recipiente vacío se sumergiera así y menos que una vez hundido en las aguas emergiera de nuevo expulsado por la corriente. Así que cuando Trajano se enteró de lo sucedido, notablemente impresionado y creyendo que todo era obra de alguna divinidad que habitaba en esta fuente, llamó a la ciudad que había fundado Marcianópolis, por el nombre de su hermana." (Jordanes, Historia de los godos, 93)
En la antigüedad las fuentes de agua, y, por tanto, los ríos, servían como oráculos para muchas civilizaciones, basándose en la claridad del agua, las corrientes o las crecidas. Así, por ejemplo, las mujeres germanas hacían predicciones observando los remolinos de las aguas de los ríos.
"Hubo ya en esta marcha una cosa que debilitó y quebrantó la osadía de Ariovisto: porque ir los romanos en busca de los germanos, que estaban en la inteligencia de que si ellos se presentasen ni siquiera aguardarían aquellos por lo inesperado, le hizo admirar la resolución de César, y vio a su ejército sobresaltado. Todavía los descontentaron más los vaticinios de sus mujeres, las cuales, mirando a los remolinos de los ríos, y formando conjeturas por las vueltas y ruido de los arroyos, predecían lo futuro; y éstas no los dejaban que dieran la batalla hasta que apareciera la Luna nueva." (Plutarco, César, 19)
La transparencia y pureza de las aguas eran también motivo para considerar las aguas de los ríos sagradas.¿Has visto alguna vez la fuente del Clitumno? Si no las has visto aún (y pienso que aún no, de otro modo me lo hubieses comentado), hazlo; yo las he visto hace muy poco, y lamento profundamente la tardanza.
Se levanta una pequeña colina, cubierta con un umbroso bosque de viejos cipreses. Al pie de ésta, brota una fuente que se expande en diversos brazos de diferente tamaño, y una vez superado el remolino que forma, se abre en un amplio estanque, tan transparente y cristalino, que podrías contar las monedas que han sido arrojadas y los cantos rodados que brillan en el fondo. (Plinio, Epístolas, VIII, 7)
En la literatura clásica se reflejaba el enfrentamiento entre el hombre y el río convertido en un dios, que encolerizado, era capaz de influir en el proceso y resultado de una batalla. Silio Itálico en su obra sobre las guerras púnicas, muestra al cónsul Escipión encarado con el río Trebia por su disposición a ayudar a los cartagineses y amenazando al dios-río con variar su cauce en castigo por su ayuda al enemigo. El propio río Trebia responde acusando al romano de profanar sus aguas con la sangre de los muertos."El Trebia se desbordó y desde sus profundidades se elevó, proyectando con ímpetu las aguas de su cauce y liberando toda su fuerza. Las olas se enfurecieron en forma de sonoros torbellinos seguidos de un estrepitoso torrente nunca visto. Tan pronto como el jefe (Escipión) lo ve, su cólera se acrecienta con mayor violencia aún: "Un gran castigo -dice- has de sufrir, pérfido Trebia, y yo te lo haré pagar. Destrozaré tu corriente desperdigándola en pequeñas acequias por los campos galos; te arrebataré tu condición de río. Atajaré la fuente de la que naces, y no permitiré que toques tus márgenes ni que desemboques en el Po. Pero ¿qué locura es ésta, infeliz, que te ha convertido de repente en un río sidonio?".
Mientras esto decía, se elevó una masa de agua que lo empujó golpeándole los hombros con sus arqueadas olas. El jefe, erguido, plantó su descomunal corpulencia frente a las aguas que se le venían encima y, con su escudo, detuvo la acometida del río. Por detrás, sin embargo, la estridente tempestad de espumoso oleaje le salpicó mojando lo alto de su penacho. El río, retirando su fondo, le impidió vadearlo y clavar pie firme. De lejos se oyó el ronco sonido de las rocas golpeadas por la corriente. Las olas levantadas se unieron al combate de su padre, el río perdió sus orillas. En ese instante alzó su cabeza de mojadas crines coronadas de glaucas hojas y dijo: "¿Es que encima me amenazas con castigarme y destruir el buen nombre del Trebia, arrogante enemigo de mis dominios? ¡Cuántos cuerpos llevo, abatidos por tu propia mano! Los escudos y los cascos de los guerreros que has sacrificado han estrechado mi cauce y han hecho que pierda mi curso. Mis aguas, tú lo ves, están enrojecidas hasta el fondo con tantos muertos y retroceden. Modera tu brazo o dirígete a las llanuras próximas"." (Silio Itálico, Púnica, IV, 640)
Sin embargo, los gobernantes y los militares emprendieron la tarea de construir puentes como medio para avanzar en sus conquistas o mejorar las comunicaciones. Julio César, por ejemplo, prefirió cruzar los ríos mediante puentes de barca o puentes de obra, pues tanto unos como otros se levantaban con frecuencia según las necesidades del ejército. En general, todos los dirigentes buscaban ante todo la seguridad de sus tropas y que corrieran los menores riesgos posibles, por lo que favorecían el paso de los ríos mediante puentes, especialmente si la corriente era violenta, evitando que se hiciera a pie, a caballo o en pequeñas embarcaciones.
El río, en este caso el Danubio, era un excelente motor de la vida económica de las provincias, y facilitaba las comunicaciones civiles y militares de la frontera. Por ello era necesario que el emperador tomase las medidas necesarias para garantizar en todo momento la navegabilidad del río.
Los romanos, como la mayor parte de los pueblos antiguos, recurrieron a los ríos para situar sus fronteras, principalmente debido a su mejor visibilidad y a que, al separar el cauce las dos orillas, ofrecían mayor neutralidad, lo que era una ventaja para reunirse entre enemigos y negociar o establecer acuerdos.
"Ante esto, Perseo dejó Dión y volvió al interior de Macedonia, animado por un soplo de esperanza al haber oído que Marcio había dicho que había aceptado la embajada por consideración a él. Se encontraron en el lugar señalado pocos días después. El rey acudió acompañado por un gran séquito compuesto por sus amigos personales y sus escoltas; los romanos comparecieron con una escolta no menos numerosa, a la que seguían muchas personas de Larisa y delegaciones de varias ciudades, que deseaban tener información fidedigna de lo que oyeran. Las gentes, naturalmente, sentían la curiosidad propia de todos los mortales por presenciar la entrevista entre un famoso monarca y los representantes del principal pueblo del mundo. Cuando se detuvieron, a la vista unos de otros, separados por el río, hubo un momento de indecisión mientras se intercambiaban mensajes sobre quiénes pasaban al otro lado. Estimaban unos que se debía cierta consideración a la majestad del rey y los otros al nombre del pueblo romano, sobre todo si se tenía en cuenta que la entrevista la había solicitado Perseo." (Tito Livio, Historia de Roma, XLII 39, 4)
En 374, el emperador Valente fue obligado a negociar la paz con el rey de los alamanes sobre un barco en medio del río (compromiso simbólico entre dos potencias que hacían frecuentes reivindicaciones territoriales). El emperador fue convencido por su corte de que firmara un tratado de paz con Macriano, rey de los alamanes con un solemne ritual.
"Se detuvo en la orilla del Rin, con la cabeza muy erguida, mientras a su alrededor resonaba el sonido de los escudos de sus hombres. Por su parte, el Augusto subió a unas barcas del río y, rodeado también por una muchedumbre de soldados, avanzó muy seguro hasta la orilla, deslumbrante por el brillo de las insignias. Una vez que disminuyeron los gestos desmedidos y los gritos bárbaros, después de un largo intercambio de palabras, se confirma el tratado de amistad con un juramento sagrado." (Amiano Marcelino, Historia Romana, XXX, 3, 4-5)
Entre los pueblos de Italia se extendió muy pronto la idea de que los ríos podían actuar como protectores y, en cierta forma, como aliados frente a los enemigos. En la historia de Roma pueden encontrarse multitud de episodios en los que los ríos parecen intervenir -y a veces de forma decisiva- en auxilio del pueblo romano.
Cuando las tropas que defendían la fortificación vieron esto, abandonaron su puesto y huyeron por temor a quedar cercados por los enemigos, y, aunque, el suceso podía explicarse como resultado de la providencia, los soldados de Severo bien pudieron pensar que se debía a la intervención de la divinidad fluvial.
Muchos de los ríos de territorios conquistados, como el Nilo, el Rin, el Danubio, el Tigris y el Éufrates, fueron considerados, al menos en los primeros siglos del Imperio, como enemigos de Roma dada la resistencia que sus aguas opusieron durante las operaciones militares a la incursión del ejército romano en el territorio enemigo y, en definitiva, a la ampliación de las fronteras romanas. Se trataba de enemigos, pero también de divinidades, en una idea compartida, por ejemplo, por los germanos que también creían en la naturaleza sagrada de sus ríos.
Para animar a sus soldados al combate, el jefe bátavo Civilis les recuerda que están -entre otras divinidades tutelares- bajo la protección del Rin, divinizado:
"El Rin y los dioses de Germania estaban ante sus ojos; con su ayuda debían iniciar el combate, acordándose de sus esposas, padres y de su patria." (Tácito, Historias, V, 17, 2)
Las imágenes de los ríos -encadenados, abatidos, con los cuernos rotos- en el triunfo romano dejaron de exhibirse a medida que la ceremonia, monopolizada por el emperador, declina a lo largo del Alto Imperio, y Roma llega ya a los límites orientales y septentrionales y los tiene bajo control.
"Yo, el Danubio, dueño de las aguas ilíricas, inferior sólo a ti, Nilo, saco mi alegre cabeza fuera de mi fuente.
Mando saludar a los Augustos, hijo y padre, a quienes crié entre los belicosos panonios. Ahora ya quiero correr, mensajero, al Ponto Euxino, a que Valente, mi preocupación segunda, conozca las hazañas de aguas arriba: los suevos han caído, derribados por la matanza, la huida, las llamas, y el Rin no es ya la frontera de las Galias. Y si, por ley del mar, mi corriente pudiera regresar a sus fuentes, aquí podría anunciar que los godos han sido vencidos." (Ausonio, Epigramas, 28)
Pero el poder romano recurre a otro método propagandístico para mostrar el dominio de Roma sobre los ríos. Desde comienzos del siglo II d.C. comienzan a emitirse monedas en cuyos reversos aparecen, por ejemplo, las figuras del Éufrates y del Tigris -a veces a los pies del emperador o de Tyche (diosa griega de la fortuna) - coincidiendo con campañas militares victoriosas.
La fertilidad de las tierras dependía de las lluvias y del caudal de agua de los ríos y manantiales, por lo que tanto las sequías prolongadas, y las crecidas extraordinarias de los ríos podían perjudicar las vidas de los habitantes de las riberas y las cosechas que resultaban improductivas o dañadas.
En su panegírico a Trajano; Plinio relata como una inesperada sequía deja a los habitantes de las orillas del río Nilo esperando inútilmente la ansiada crecida que hacía fértiles sus campos, por lo que tienen que recurrir al emperador Trajano para que les ayude.
"Mucho se había preciado Egipto de hacer crecer y prosperar las semillas, llegando incluso a decir que nada debía ni a las lluvias ni al cielo. En efecto, regado permanentemente por su propio río y acostumbrado a no ser fecundado por ningún otro género de aguas más que las que él mismo había vertido sobre sí, se veía cubierto por tantas cosechas que rivalizaba con las tierras más feraces como si nunca hubiese de ceder en fertilidad ante ellas. Pero de repente, por una inesperada sequía tanto se resecó que su suelo se volvió estéril, pues el perezoso Nilo había salido de su lecho con cierta indecisión y desgana. Sin duda, incluso entonces era digno de ser comparado con los ríos más caudalosos, no obstante, no era ya más que un río que podía ser comparado con otros. Como consecuencia de ello, la mayor parte de las tierras de esa región, acostumbradas a verse inundadas y vivificadas por el río, ardían bajo una espesa capa de polvo." (30, 1-3)
Los pueblos de la antigüedad, y entre ellos los romanos, consideraban que los ríos obedecían a la naturaleza y que su fluir era tranquilo, si ningún elemento externo lo alteraba, pero creían que la intervención humana podía influir de forma negativa y hacer que el río pudiera convertirse en un perjuicio, en vez de un beneficio para los que habitaban en sus alrededores.
"Mientras que tranquilamente lleva sus aguas cuando nada obstruye su cauce. Pero si la mano del hombre o el acaso ha arrojado a su paso peñascos que lo estrechan, retrasa su curso para lanzarse con más violencia, y cuanto mayores son los obstáculos que se le oponen, más fuerza despliega para destruirlos. En efecto, todas aquellas aguas que llegan por detrás y que se aglomeran sobre sí mismas, ceden al fin a su propio peso, convirtiéndose en masa destructora que se precipita arrastrando lo que se le oponía." (Séneca, Cuestiones Naturales, VI, 17)
Las lluvias torrenciales podían provocar tales crecidas de los ríos que al desbordarse causaban grandes catástrofes, como la que relata el propio Plinio en una carta a Macrino, en la que cuenta las consecuencias de la inundación del río Tíber en los primeros años del siglo II.
"Aquí, las tormentas son continuas y las inundaciones frecuentes. El Tíber se ha salido de su cauce y se extiende por las tierras más bajas de su ribera, donde sus aguas alcanzan una gran profundidad... Además, saliendo, por así decirlo, al paso de aquellos otros río cuyas aguas acostumbra a recibir y a llevar mezcladas con las suyas, obliga a éstos a retirarse en sentido contrario, y de ese modo inunda con las aguas de otros ríos las tierras que él mismo no baña... Aquellos que se encontraban en terrenos más elevados cuando sobrevino la catástrofe han podido ver flotando al azar sobre una gran extensión de las tierras inundadas en algunos sitios los muebles y la lujosa vajilla de los ricos habitantes del lugar, en otros, todo tipo de instrumentos agrícolas, aquí bueyes, arados y los campesinos que los guiaban, allí rebaños dispersados y abandonados a su suerte, y en medio de todo ello, troncos de árboles y vigas de las villas." (Epístolas, VIII, 17)
Tanto los griegos como los romanos representaron a las divinidades fluviales con forma de toro y forma humana. El toro se asimilaba al río en cuanto que compartía con las corrientes de agua las características de fuerza y fertilidad.
"Nosotros comprendemos la naturaleza de los ríos y de sus corrientes. No obstante, de quienes los veneran y les hacen estatuas, unos las levantan con forma de hombre, mientras que otros les atribuyen el aspecto de bueyes. Con forma de buey representan los habitantes de Estínfalo al Erasino y al Metope; los lacedemonios, al Eurotas; los habitantes de Sición y Fliunte, al Asopo, y los argivos, al Cefiso. Bajo el aspecto de hombre representan los habitantes de Psófide al Erimanto; los hereos, al Alfeo, río que los habitantes del Quersoneso de Cnido representan de la misma manera. Los atenienses representan al Cefiso como un busto humano provisto de cuernos." (Claudio Eliano, Historias Curiosas, II, 33)
Las antiguas poblaciones humanas buscaron asentarse junto a los ríos que eran su fuente más directa para conseguir agua, no solo para beber, sino también para cultivar sus campos, para fundar industrias, como las cerámicas, y como medio de comunicación y transporte de sus mercancías. La navegabilidad de los ríos fue una parte fundamental del desarrollo de las ciudades establecidas en sus orillas y los gobernantes romanos legislaron para procurar tramos navegables y proteger las riberas de los ríos más importantes del vasto territorio del imperio romano.
No todas las naves podían navegar por los ríos que permitían la navegación, por los que existieron embarcaciones diseñadas especialmente para el transporte de personas y mercancías en los ríos.
"El Betis, a lo largo de sus orillas, está densamente poblado y es navegable corriente arriba casi mil doscientos estadios desde el mar hasta Corduba y lugares situados un poco más al interior y la verdad es que están cultivados con esmero tanto la zona ribereña como los islotes del río. Además ofrecen una agradable vista, porque sus tierras están hermoseadas con bosques y otros cultivos. Así pues, hasta Hispalis la navegación se efectúa en embarcaciones de tamaño considerable, a lo largo de un trecho no muy inferior a quinientos estadios; hasta las ciudades de más arriba hasta Ilipa en barcos más pequeños, y hasta Corduba en lanchas fluviales hechas hoy día con maderos ensamblados, pero que antiguamente se confeccionaban a partir de un solo tronco." (Estrabón, Geografía, III, 2, 3)
Para cruzar los ríos a falta de puentes su utilizarían las pequeñas barcas (lintres) o bien un servicio de ferry para ir de una orilla a otra, que cargaría una tarifa por su uso.
"¡Que la suerte sea propicia! Se ha decretado por el consejo municipal y la gente, a propuesta de los magistrados que a causa de no poder obtener una oferta aceptable para los derechos del ferry en el rio Limyra los ingresos han disminuido, nadie más puede encargarse del transporte en ferry bien desde el Thicket, o bien de la boca del puerto o desde Andriace, o tendrá que pagar al municipio 1,300 denarios por cada viaje, y el concesionario del ferry tendrá el derecho de una reclamación contra el barco y su equipamiento. Solo los barcos registrados y aquellos a los que el concesionario otorgue permiso cruzarán el rio, y este recibirá un cuarto de cada tarifa y carga." (Concesión para ferry, Myra, Lycia siglo II ó III)
En la batalla del puente Milvio, por la que Constantino consiguió el poder para convertirse en emperador de Occidente, murió el emperador Majencio, posiblemente ahogado en el río Tíber, cuando el puente colapsó al no soportar el peso de los que huían a caballo.
"Constantino, al ver aquello, ordenó a los suyos que formasen. Cuando ambos ejércitos estuvieron uno frente a otro, flanco contra flanco, Constantino lanzó su caballería, que atacó imponiéndose a la caballería enemiga. Dada seguidamente la señal a la infantería, esta avanzó también en orden contra el enemigo. Se trabó enconada batalla en la que los mismos habitantes de Roma y los aliados de Italia, deseosos de hallar escapatoria a una amarga tiranía, vacilaron en exponerse, mientras que de los demás soldados un incontable número caía, pateados por los jinetes y liquidados por la infantería. En tanto que resistió la caballería, pudo subsistir alguna esperanza para Majencio. Pero cuando los jinetes cedieron, se dio a la fuga con los que quedaron, precipitándose por el puente tendido sobre el río hacia la ciudad. Y como las maderas no pudieron soportar el peso y se quebraron, el mismo Majencio fue arrastrado por el río junto a muchos otros." (Zósimo, Nueva Historia, II, 16)
Bibliografía
El viaje de Julia Augusta a Ilión el año 14 a. C., según la Autobiografía de Nicolás de Damasco (Jacoby §90 fr 134), Sabino Perea Yébenes
Augusto y los puentes: Ingeniería y Religión, Santiago Montero Herrero
César y la sacralidad de las aguas, Santiago Montero Herrero
El encuentro en el río: religión y diplomacia en Roma, Santiago Montero Herrero
Ingeniería hidráulica y religión en el Imperio Romano: Trajano y la construcción de canales, Santiago Montero Herrero
La exhibición de los ríos en la ceremonia del triunfo romano, Santiago Montero Herrero
El tráfico en el Guadalquivir y el transporte de las ánforas, Genaro Chic García
Iconografía de las personificaciones fluviales en la musivaria romana: el caso del Eurotas, Andrea Gómez Mayordomo
Los dioses soberanos y los ríos en la religión indígena de la Hispania indoeuropea, Juan Carlos Olivares Pedreño
River battles in Greek and Roman epic, Thomas Biggs
Fluid Identities: Poetry and the Navigation of Mixed Ethnicities in Late Antique Gaul, Ellen F. Arnold
A Roman River and a Roman poet, A. Tattersall
Rivers and the geography of power, Nicholas Purcell