Trabajé 20 años, veinte, bajo/con/para un jefe que funcionó honradamente como tal, dando cierto sentido a las cosas. De lo que sabía, sabía, y en lo que no, se dejaba asesorar; así se consolidó un estilo de trabajo que no pocos tildarían de envidiable. Sin embargo, cuando lo jubilaron, yo no servía para remplazarlo. Tras juicio sumarísimo, la sentencia: "Incapaz, vago y chorizo". ¿La pena? Un mudo ostracismo; nunca más una palabra, aclaración o consulta, ni por guardar las formas. Ni cuando designaron a una jefa estilo Rubén Darío, "como el ala aleve del leve abanico". Nada, ni por verbo ni en papel, como corresponde al viejo lema patrio: "Palo al amigo, que el enemigo no se deja".
De chavaluco, viviendo en una barriada adyacente, abrigando ya la pretensión de ser médico un día, me detenía frente a la fachada pétreo-gloriosa del Hospital Valdecilla. Jamás creí poseer la altura de gigante/molino necesaria para trabajar allí, imaginen el subidón cuando la vida me deparó el privilegio. Dos decenios después, aunque se decía que no lo hice (hicimos) del todo mal, la jefatura se puso en almoneda y se ofreció por doquier, pues cualquiera valía más y mejor. La rechazaron unos cuantos de prestigio (con mezcla de incredulidad y cachondeo, pues a cuento de qué) y se la regalaron a una propia no de prestigio, sino de reptar sigiloso.
Al pie del contrato firmó un bocazas que admitió públicamente que nunca la entrevistó in person. Coñes con los gestores de fondos públicos. Yo sí pregunté a la dama qué pensaba de la plantilla. NS/NC. Y ahondé en sus criterios de prescripción farmacéutica. NS/veremos. E indagué más: "Oiga, señora, ¿qué trae usted a mi casa?" Traía el alma fresca y la mirada huera. A mi puta jeta estupefacta, en el puto Hotel Wie de la puta Chicago, la interfecta me pidió "confianza". La dama sigilosa, desprovista de toda noción de compañerismo, cómplice de un opacísimo ninguneo; la advenediza arrojadiza, ¿ésa tenía, encima, el morro de pedirme confianza?
Aterrizó nomás y, en su primer y único cónclave organizativo, expuso su "Nueva gestión de consultas". Mostró una agenda del día anterior -no sé de qué facultativo- y juro ante el paredón de fusilamiento que así dijo/dije:
- Esta agenda tenía 15 pacientes.
- ...
- Concluyó a las 13.30
- ...
- Como la jornada abarca hasta las 15.00, la Dirección registrará un bajo rendimiento.
- ¿No habría otras tareas, como redactar informes, impartir clases o revisar un protocolo?
- Los pacientes estaban citados cada 10 minutos.
- ...
- Citándolos cada 25 minutos, la agenda se rellenaría hasta la hora de salida.
- ...
- Así se obtiene más rendimiento.
- ¿Con los mismos 15 pacientes?
- Sí.
- O sea, ¿"nueva gestión" significa fingir que engañas a la Dirección y que ella se haga la engañada?
- Sí.
Me sentí como Jules, el asesino negro de Tarantino. Me imaginé apuntándola con un pistolón de reglamento: Vuelve a decir "sí". Repite "sí". Di "sí" una vez más. ¡Di "sí" una vez MÁS! ¡¡¡Dí "sí" una JODIDA vez MÁS!!!
Pero es que dijo "sí" con absoluta vacuidad, un "sí" exento de toda malicia; la inocentísima expresión de un cerebro atascado en la infinita planicie siberiana. Y toda aclaración devino innecesaria, pues el mundo todo se tiñó de prístina estupidez. ¿Qué vino luego? Vino un año indescriptible. Doce meses en los que la interfecta -cobrando de jefa- no asistió a las sesiones preexistentes ni creó otras, no introdujo cambios en ningún ámbito profesional. Iba y venía sin agenda concreta, nadie sabía a dónde ni para qué, desligada de toda responsabilidad y tarea específica, tragando la quina del desprecio travestido en indiferencia. Los viernes seguíamos celebrando el sempiterno cafelito de media mañana -enorme pifostio arrastrando mesas en La Cavada de Pedro-, todos menos ella, que se quedaba sola en la planta. Se quedaba sola, mirando estática al rostro negro de la nada, como un perruco apaleado.
Es terrible constatar a qué pozo de indignidad puedes caer, restregando el alma detrás de un grial de mierda y hojalata. Es terrible que la Dirección, puntualmente informada de aquella situación grotesca, no hiciese nada. Nada, salvo irradiar mansurrona podredumbre.