He dormido bajo el agua: he tenido sueños afrancesados. Sin pensar mal. He visto gatos negros que nadaban torpemente pero que salían a flote, sin problemas.
Primera canción en la cara A de un disco repleto de singles: apuesta arriesgada, canción que parece menor pero engaña: declaración de principios de un gran disco, un disco que abrazaba la luz, fuese natural o artificial.
Gafas de ciego, o casi. Retorciéndose sobre el micrófono, forrado de terciopelo azul. Orejas y hormigas, voces, casi, de ultratumba. Ecos, cuerdas, octavas.
Vuelta a la pista de baile. Pero no a la de las bolas de espejo. Ojito. Esto es, casi, una verbena de pueblo con gente tirada en las sillas alineadas al fondo del salón, esperando que el ponche peleón acabe de hacer su efecto. O sentados en la mesa redonda de un banquete de boda cutre donde la novia ha pasado más noches con ciertos invitados que con el novio. Pero hay que ser felices, así que siempre encuentra quien la saca a bailar.
La chica de los pulgares grandes. Las praderas inalcanzables con la mirada. La ramita de tomillo en la boca y el palo para dibujar corazones entre rastrojos.
No hay que culpar a todos los alemanes. No. Algunos, aunque parezcan nazis evadidos a Centroamérica con sus gafitas redondas y sus largos abrigos, o ellas con sus narices desproporcionadas y sus rubias guedejas, se van a Inglaterra y se encuentran a Zang Tuum Tumb y a su muralla de sonido. Además, era eso o Alan Parsons.