Enjambre 2. Upsidion.
Mi casa apesta. El olor es tan agrio y nauseabundo que me aqueja el estómago. Me tapo la nariz con el dorso de la mano y camino a hurtadillas. La noche en Upsidion siempre es tranquila. El toque de queda está tan arraigado que nadie circula por los barrios del enjambre, así que lo único que percibo es mi rápida respiración. Tengo una extraña sensación en el pecho. Me apoyo contra la pared y golpeo con decisión la puerta que conecta con la cocina. Mi corazón se retuerce y mis pulmones se detienen. Mi madre está tirada en el suelo. La sangre le brota por la boca, la nariz y los oídos. Todo su cuerpo está corroído y bañado en un color morado. Vislumbro a su lado a mis hermanos: presentan el mismo estado. Quiero vomitar.Oigo unos pasos. No puedo distinguir de dónde proceden. Me tiemblan las manos con tanta violencia que bajo la mirada hacia ellas. No sé cómo, pero tengo una pistola. En Upsidion las armas no están permitidas; su sola presencia debería asustarme, pero el frío contacto del metal y su suave peso sobre mis dedos me reconfortan.—Jackes –reconozco su voz: es mi padre. Ha surgido de la nada y ahora está a escasos metros frente a mí. El odio se apodera de todos los recovecos de mi alma. Todo esto ha sido culpa suya. Todo. Contemplo de nuevo a mis hermanos y a mi madre; y después me vuelvo hacia él. Tiene esa expresión seria y distante que siempre le ha caracterizado. Le da igual que hayan muerto. Enfurezco y le apunto con el cañón de la pistola directamente al cráneo. Sus ojos azules se reflejan en los míos, fríos y serenos. Siempre me han dicho que nos parecemos y eso me repugna demasiado. Acciono el gatillo. El sonido de la bala atravesando su frente me estremece, pero cuando cae con un golpe sólido me siento aliviado. Me derrumbo contra el marco de la puerta.
Zona de entrenamiento.Beta Dorada. Actualidad.
Observo el centro de la diana. He dado en el blanco por décima vez. Dejo la pistola en el banco de armas, a escasos pasos de mí. Jessi me observa desde la otra calle, ensimismada. Parece esforzarse en descubrir por qué nunca fallo. Noto el sudor sobre la frente. —¿Has terminado? –le dedico una sonrisa mientras me quito los guantes. —Desde hace unos minutos –dice–, pero estaba entretenida viendo cómo colocas la pistola antes de disparar. Me siento a su lado y dejo ir el aliento. Tengo el cuerpo en tensión; sin embargo, su acompasada respiración me calma. Me alegra que haya vuelto.—Te he echado de menos, Jackes –dice. Dejo ir una carcajada. Me gustaría decirle que yo también, que me he acordado constantemente de ella, pero soy demasiado cobarde como para confesárselo. En su lugar, sigo riendo como un estúpido mientras me concentro en estirar mi uniforme para que esté impecable. —¿Estás bien? Te noto preocupado. Me encojo de hombros y niego con la cabeza, aunque sé que no puedo esconderle nada. Me conoce desde hace demasiado. Se levanta y se pone frente a mí de cuclillas, expectante. Sigo callado. No me apetece decirle que me he acordado de mis hermanos; que hoy sería el cumpleaños de Tim si no hubiese muerto. —¡Ey, vosotros! Dejaos de estupideces –Michael entra a la zona de entrenamiento. Lleva las botas desatadas, como siempre– Leah ha convocado a todos los pilotos en la sala de mandos, así que id moviendo.Creo que es la primera vez que la irrupción de Michael me alegra. Cojo mi chaqueta del suelo y me alejo de Jessi, notando cómo sus ojos permanecen fijos en mí. En menos de cinco segundos me la he abrochado y me he ajustado los botines. Compruebo que lo único que destaque en mi homogeneidad sean mis colgantes plateados y la pulsera dorada de mi muñeca. —¿Qué pasa? –pregunta Jessi. Michael pone los brazos en jarra y le lanza una mirada de soslayo.—¿Tengo pinta de saberlo o qué, pecosa?Jessi le da una patada detrás de la rodilla y Michael cae al suelo sin esperarlo. Se vuelve hacia ella, enfurecido. — ¿A qué esperas? Vamos a llegar tarde por tu culpa –se ajusta la coleta con indiferencia. Contemplo la situación desde la distancia; Michael no sabe con quién se la está jugando. Jessi es una de las chicas más desenvueltas que he conocido nunca y no permite que nadie la ningunee –y menos un idiota como él–. Salimos de la sala y nos dirigimos al pasillo este. Han pasado casi ocho años desde que estoy aquí, pero no me acostumbro todavía a cruzar entre las paredes acristaladas de la nave. Las estrellas se pierden a nuestro alrededor, demasiado enigmáticas como para sentirme cómodo. Upsidion resalta en la cercanía. Un dolor intenso se apodera de mis entrañas y no puedo evitar acordarme de Tim. Michael camina delante de nosotros, refunfuñando en voz alta. Tiene cuerpo de sapo; ni siquiera sé cómo ingresó en el ejército. Nos reunimos con los demás de camino al puesto de mandos y vamos entrando y tomando asiento. La sala está iluminada únicamente con el tenue resplandor del proyector. La teniente general Leah está de pie ante el encerado, recortando con su sombra la pantalla. Las imágenes de Upsidion comienzan a dibujarse tras su espalda. En el mapa adjunto de la derecha, veo la posición exacta en la que se tomó la grabación: se trata del Enjambre 4. —Venga, silencio –dice. Se sienta con agilidad sobre la mesa y señala las imágenes con un puntero–. Nuestros infiltrados han descubierto que los rebeldes poseen un cargamento de bombas electromagnéticas capaces de destruir el suministro de energía de todo un sector, y que planean activarlo concretamente aquí –apunta a una zona industrial.
Las imágenes se alternan desde diferentes perspectivas, enseñando todos los ángulos posibles. — Nuestros sistemas de detección han localizado el trasportador enemigo próximo a la luna Khalise. Calculamos que actuarán en un máximo de cuarenta y ocho horas, así que enviaremos a una patrulla ágil a interceptarles. No será muy complicado pero necesito voluntarios, así que levantad las manos. Permanezco inmóvil. No me merece la pena arriesgar la vida en esta misión. Prefiero seguir dedicándome a entrenar. Me recuesto en el asiento con parsimonia hasta que percibo que Jessi ha levantado la mano. —¿Qué haces? –susurro. —Un poco de acción nunca está de más –dice–, ¿o es que te has vuelto un aburrido, piloto? Sonrío. Odio su forma de manipularme. A veces pienso que podría conseguir que volviese a Upsidion con solo tres palabras bien escogidas. Levanto la mano sin pensarlo más y oigo a Jessi reír en voz baja: se ha salido con la suya. En total somos quince voluntarios. El resto de camaradas vuelven a sus labores de mantenimiento en silencio, mientras que nosotros nos quedamos junto a Leah para detallar el plan. Pasa un minuto y nadie dice nada. Escucho a Michael carraspeando unos pasos a mi derecha; también se ha presentado voluntario. No me sorprende: es el típico tío desesperado por disparar un arma. Cualquier pretexto es bueno para hacerlo. —¿A cuántos rebeldes habéis matado, soldados? –la pregunta nos pilla desprevenidos. Procede de una voz masculina.Me giro con decisión sobre mis talones. Está detrás de nosotros. Parece un alto cargo por su uniforme y los collares que luce. Es alto y corpulento, con alguna que otra cana bañando su cabello.—Porque espero que estéis dispuestos a seguir haciéndolo sin remordimientos. Se acerca a nosotros con paso firme hasta situarse al lado de Leah. Me doy cuenta que lleva una prótesis robótica en la pierna derecha y una pistola en la izquierda.Bajo la vista. Su actitud me incomoda. No lo pienses; hiciste lo que tuviste que hacer, ¿o es que preferirías estar muerto? Sacudo la cabeza. La respuesta es fácil: no. Y la tengo clara desde los trece años. Cierro y abro las palmas, notando la tirantez de mis cicatrices.—Os presento al general del ejército Frederich Stone, de Alpha Dorada –Leah se esfuerza en parecer educada, pero percibo un brillo de odio en el fondo de sus ojos–. Dirigirá personalmente la misión. Busco a Jessi con el ceño fruncido. ¿Un general del ejército al mando de una simple misión de intercepción? Siento que algo no encaja, que el puzle inicial se ha desquebrajado por completo. —A partir de ahora, pasan a estar bajo mi cargo. Les advierto que muchos de ustedes morirán, aunque el tiempo que tarden en hacerlo dependerá de cómo interpreten mis órdenes –dice Stone. Trago saliva y observo cómo se acomoda en la silla central y pone los pies sobre la mesa, rozando la cadera de Leah con sus botas. Ella se aparta a un lado con desdén. —Por suerte para ustedes, hemos atrapado a uno de los rebeldes –dice– así que, ¿qué mejor forma de comprobar de qué pasta están hechos? La puerta automática de la izquierda se abre. Dos soldados llevan a rastras a un joven de unos dieciocho años. Es obvio que ya le han interrogado. La sangre le cae por la barbilla mezclada con su propia saliva. —Quien logre sacarle algo de información, conseguirá una habitación privada y una semana de agua caliente –dice–. Así que adelante chicos, de uno en uno. Michael es el primero en lanzarse contra él. Le golpea con tanta fuerza que veo su piel flácida rebotar contra su cuerpo. Lo intenta durante cinco minutos, sin conseguir absolutamente nada. Finalmente se retira refunfuñando y deja la oportunidad a otro. Tiene la cara enrojecida por el esfuerzo. Pienso en el agua caliente. Creo que solo la he disfrutado una vez en mi vida cuando accedí al ejército. Recuerdo que era una de las propagandas más utilizadas por los militares en aquellos años, aunque la diferencia principal entre lo que prometían y la realidad, es que solo disfrutamos de una ducha caliente al entrar y no de forma permanente como anunciaban. Soy uno de los últimos. Nadie ha logrado sonsacarle nada y me pregunto si sigue consciente o si ya se ha desmayado. Está dejado caer contra la pared, inmóvil. No distingo si tiene los ojos abiertos o cerrados a causa de los golpes y la sangre. —¿Cómo conseguisteis las bombas electromagnéticas? ¿Quién es vuestro líder? ¿Dónde se esconde la nave Zeta? –mis preguntas dejan entrever mi resignación. El joven apenas respira. Me agacho ante él y permanezco quieto. Le lanzo un puñetazo entre las costillas, pero lo dejo estar. Jessi es la última en intentarlo, sin ningún cambio en el resultado. Miro de reojo a Stone; sonríe complacido. —Me he cansado –Stone se acerca al rebelde y saca su pistola– ¿Sigues sin querer decir nada?El chico permanece callado. Veo que tiembla y que empieza a llorar. Ni siquiera sé cómo es posible que tenga fuerzas para derramar lágrimas. Bajo la mirada y me concentro en contemplar mis pies. —Está bien –oigo cómo Stone guarda de nuevo la pistola en el cinto– ¿Qué os parece? ¿Deberíamos liberarlo y mandarlo a Upsidion como obrero? Tal vez no sepa nada. Levanto la cabeza, sorprendido. No me esperaba esa propuesta tan compasiva de Stone. No parece un hombre de esos. Dejo escapar el aire de mis pulmones mientras la mayoría protesta. —Como mande, general –me adelanto entre los demás, ignorando sus quejas. Quiero acabar con esa tortura de una vez. Me acerco al rebelde y le sostengo para que pueda caminar. Noto que tiembla apunto de derrumbarse, así que le paso el brazo por la cintura para sujetarle mejor. —Sí. Será lo mejor. Hoy me siento contento –ríe Stone– Llévatelo, venga. Pero primero necesitamos su nombre para que podamos reubicarle como obrero. Dinos tu nombre, rebelde –Frederich se apoya contra la pared.El rebelde parece dudar. Veo que abre la boca reiteradas veces, como si tuviese la lengua demasiado pastosa como para hablar. Acerco mi oreja a su boca para escuchar sus susurros indescifrables.—Se llama Rick, señor –digo. —Rick –Stone se lleva la mano a la barbilla, meditabundo–, ¿sabe qué? He cambiado de opinión. El sonido del disparo retumba en la sala. Ni siquiera soy capaz de reaccionar cuando la sangre me salpica. Parpadeo atónito y me doy cuenta de que Stone ha sacado la pistola y ha disparado a bocajarro contra Rick. Noto su peso desvaneciéndose sobre mi brazo hasta que cedo y cae abruptamente contra el suelo.
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