Beta Dorada21:00Han pasado más de veinticuatro horas y tengo el brazo adormecido por el dolor.
Alex no ha venido a verme, ni siquiera se ha dignado a llevarme a la enfermería. Prefiere que me quede aquí, en una sala de Beta para prisioneros, observando cómo mi hombro se hincha a cada minuto más. Supongo que es su forma de vengarse de mí, aunque no le veo ningún sentido.
—¿Estás segura que no quieres que te lo coloque en su sitio?
Ladeo la cabeza hacia el piloto. Se nota su agotamiento por las ojeras que oscurecen su mirada.
—No tardaría más que dos segundos y sé hacerlo —explica—. Es peligroso que sigas con el brazo colgando, no sé si lo sabes.
Se llama Jackes Brown y ayer nos salvó. No sé si es el dolor o la admiración, pero me parece distinto a los demás soldados: menos bruto, menos idiota.
Se acerca a mí sin titubear y me coge el brazo. Sus manos recorren mi brazo mientras lo estudia. Tiene un tacto cálido y sensible que me eriza la piel. Su rostro, en cambio, se muestra frío y distante.
—¿Preparada?
Clava su mirada en mí de tal forma que me siento desprotegida. Tiene unos ojos azules tan cristalinos que me recuerdan al hielo. Niego, pero dejo que tome posición.
Mi grito es tan intenso cuando me recoloca el hueso que me desgarro la garganta. De pronto, todo se oscurece y solo soy capaz de notar las lágrimas derramándose por mis mejillas y acariciando mi cuello.
Jackes apoya la cabeza en la pared y se cubre la cara con las manos, dejándome mi espacio. Jadeo unas cuantas veces antes de comenzar a recomponerme. Muevo el brazo con cautela: ya no me duele, aunque la hinchazón es terrible.
—Lo más divertido es hacérselo a uno mismo. Ya te enseñaré —comenta.
—Sí; supongo que es lo más.
Deja ir una carcajada seca y enarca las cejas. No hemos hablado apenas en estas horas; ni siquiera ha querido saber qué hacía en la nave ni de qué conozco a Alex. Por su expresión, supongo que ya no le importa; de hecho, diría que me detesta.
—¿En qué piensas? —Tenía que haberme mordido la lengua, pero no me he aguantado—. Quiero decir… Llevas un día entero callado y mirando a saber qué; ¿las motas de polvo? ¿Las manchas de la pared? Indescifrable para una mortal como yo.
—Vaya; aparte de las emociones fuertes te gusta meterte en la vida de los demás.
—Venga, Jackes…
—Brown —me replica.
Le observo anonadada. Claramente, me odia. Me hago un ovillo y reposo el brazo mientras me aburro en silencio. Solo es un idiota más con un arma en el cinto.
—Te miraba a ti.
Me encuentro de nuevo con su expresión severa. No sé descifrar su rostro, pero no puedo evitar caer en su juego.
—¿Y has pasado un buen rato?
—No —dice—. Posiblemente me echen de una patada a un crucero y mañana me levante con los huesos en Upsidion. Y todo por tu culpa; por culpa de una niña rica que se dedica a joder la vida de los pringados como yo, ¿o qué te piensas? ¿Qué no me doy cuenta del tejido de tu uniforme, del brillo de tu pelo, de lo cuidada que tienes la piel y de lo suaves que parecen tus labios? Seguro que hasta esos ojos son operados.
Dejo de pensar. Sus palabras me retumban en la cabeza, hiriéndome con cada una de sus sílabas. Noto que mis mejillas arden de la humillación. Tengo ganas de darle un bofetón, pero sé que no soy capaz.
—Supongo que es divertido para ti.
—¿Divertido? —Me levanto con cuidado de no forzar el hombro y camino por la minúscula habitación—. No sabes nada de mí, así que no te atrevas a juzgarme y menos a hablarme así.
—¿Qué pasa? ¿Te jode que te digan la verdad, Blue? ¿No estás acostumbrada a oír lo que no te gusta?
Me sorprende que recuerde mi nombre, pero la puerta se desliza interrumpiéndome justo cuando voy a rebatirle. Mi padre viene acompañado de dos oficiales de rango inferior y seis soldados. Detrás de ellos, puedo vislumbrar a Alex.
No dicen nada. Los soldados me aprisionan por las manos y me obligan a caminar. Son demasiado brutos para mi brazo entumecido, por lo que jadeo. Veo de reojo cómo los restantes y un oficial se hacen cargo de Jackes. Visto el trato que le procesan, no puedo quejarme del mío: le sacan agarrándole del pelo y con los brazos retorcidos.
Nos meten en el ascensor de levitación magnética. Estamos en la planta 101, justo encima de los almacenes de alimentos y bodegas de agua, pero en cuestión de segundos ascendemos a la planta 1. Nos empujan en silencio sepulcral hasta llegar a los reservados para los altos cargos.
Me obligan a sentarme en una de las sillas sin respaldo y con diseño curvilíneo. Está tan fría que mi traje apenas me aísla.
Jackes toma asiento a mi lado.
—Blue Frederich y Jackes Brown, se les acusa de poner en peligro una misión militar. —Distingo la voz de Alexander. Se sienta junto a mi padre y los demás cargos—. ¿Algo que decir en vuestro favor?
Parpadeo varias veces; esto no tiene sentido. Busco a Alex con la mirada, pero él me está evitando. Mi padre, en cambio, no me deja ni un segundo de intimidad.
—General. —Jackes toma la palabra con rapidez y se reclina hacia delante—. Abandoné mi puesto con su permiso y regresé a él nada más las circunstancias de la nave me lo permitieron.
—En ningún momento me dijo que abandonaba su puesto porque había percibido la presencia de un extraño en la nave.
—No estaba seguro —replica—, quería asegurarme yo mismo antes de dar la voz de alarma.
Se produce un silencio helado. Algunos de los diligentes toman apuntes en sus aparatos electrónicos con cara de pocos amigos. Todo esto me está desquiciando.
—No fue culpa suya —interrumpo—. Yo soy la que se coló sin permiso. Le entretuve porque le ataqué y luego me lesioné el hombro; es todo.
—¿Y por qué entraste en la nave, si se puede saber? —La pregunta de mi padre es directa.
De pronto, todos los demás se reclinan hacia delante con discreción. Incluso Alex parece interesado en conocer mi respuesta.
—El general Alexander me ocultó información sobre la misión.
—Eres una civil, no tienes derecho a conocer los detalles de ningún plan militar —comenta uno de los generales.
—Sí cuando ésta incluye a mi madre, la senadora Katherine Rice —protesto.
Bingo: por la expresión de mi padre y de Alex sé que he dado en el clavo. Al instante, mi padre ordena que varios diligentes abandonen la habitación. Al final, solo quedamos seis.
—No andaré con rodeos, Blue —dice mi padre—: tu madre ha sido secuestrada por los rebeldes. Ni siquiera sé si continúa con vida.
Los latidos de mi corazón se aceleran y comienzo a sentir ansiedad. No puedo creer que mi madre haya sido secuestrada, que quizás esté muerta. La idea de su cuerpo tirado en un pasillo acristalado me encoge la garganta: no podría soportarlo.
—¿Cuándo?
Apenas consigo mantener mi tono de voz neutro. Solo quiero echarme a llorar y dejar que el temor se apodere de mí, pero tengo que mantenerme fría. Estos años de preparación para la vida política me han enseñado a tener bajo custodia mis verdaderas emociones. No puedo parecer débil, y menos delante de ellos dos.
—Según nuestros contactos se produjo cuando se encontraba en el Enjambre 1 de negociaciones.
—¿Y sus guardaespaldas?
—Los asesinaron.
—¿Se sabe para qué la quieren?
Mi padre niega y se pone de pie. Pasan los segundos hasta que finalmente vuelve a alzar la voz.
—Las cosas están cambiando, hija —musita. Luego, hace una pausa y se vuelve hacia Jackes—. Su actuación fue tan improcedente como magnífica, Brown, y aunque ciertos cargos preferirían expulsarle creo con firmeza que todavía tiene mucho que dar al ejército, y más en tiempos de guerra como estos —dice—. A partir de hoy serás jefe de pilotos.
Por la forma en que sus labios se fruncen, sé que la sorpresa le ha gustado. Asiente en silencio mientras Alex le observa con recelo. Sin duda, él era uno de los que preferían su expulsión.
—Ahora, largaos. Ya hablaremos con calma, Blue.
La puerta se cierra automáticamente cuando llegamos al ascensor. Dejo ir mis pensamientos mientras observo las estrellas a través de la pared acristalada: Upsidion parece tan cerca que por un instante creo que alargando los dedos podré tocarlo. Mi madre…
La risa de Jackes me distrae. Se ha apoyado contra el cristal con aire jovial.
—Me equivocaba —dice—; quizás encontrarme contigo no haya sido tan malo como pensaba.
Lo último que veo antes de que se cierre el ascensor, es su sonrisa cargada de orgullo. Yo también me equivocaba: solo es un idiota; como todos los demás.