Revista Cultura y Ocio

Forgotten. Capítulo 7

Publicado el 13 septiembre 2015 por Alicia Cardete Vilaplana @read_infinity
Forgotten. Capítulo 7Beta Dorada Salón este. 02:50hLa fiesta continúa. Stone nos ha concedido un día de descanso a todo el equipo y ha ordenado importar alcohol desde la capital, por lo que todos estamos enrojecidos por el ardor de nuestras gargantas. Doy un trago más de la botella; al fin y al cabo, es una ocasión especial. No se asciende de rango todos los días. 
Estoy mareado, pero observo que Travis, Richard y el resto están intentando jugar a la diana, aunque apenas logran rozarla. Michael está tirado por el suelo, junto a su propio vómito. Si fuese cualquier otro de mis compañeros, tendría la compasión de acompañarle al cuarto a que se cambiase de ropa y durmiese la mona, pero verle deshecho y apestando me divierte.  Hace apenas unas horas estaba encerrado entre cuatro paredes estériles, pensando en cómo acabar con mi vida una vez me enviasen de vuelta a la granja de mi padre, y ahora soy jefe de pilotos, estoy bebiendo alcohol del bueno y bailando con Jessi mientras el sonido de la música invade mis oídos y me estremece la piel. Le doy una vuelta mientras río como un estúpido. Ha dejado de beber desde hace un rato; sin embargo, aprecio en sus mejillas un color rosado. Me sonríe sin pudor y yo la correspondo. Sin darme cuenta, le acaricio el cabello plateado. —¿Cómo sienta ser jefe de pilotos, Jackes? Habitación propia, subida de salario… —No está mal, aunque sabes que siempre quiero más —bromeo. Le doy otra vuelta mientras el jaleo de la música aumenta. Nos alejamos del grupo y caminamos por el pasillo que conduce a las habitaciones de descanso. No estoy demasiado borracho, así que me detengo a ver las estrellas a través del cristal. Por primera vez desde que estoy en las colonias, me parecen mágicas y llenas de brillo. Sin esperarlo, Jessi me abraza. Su contacto es cálido y suave. Me gusta, aunque no estoy acostumbrado a que me toquen. “Abrázala de una vez”. La recorro con los brazos intentando ser natural. Oigo un suspiro. “Mucho mejor”.—Jackes, estoy orgullosa de ti —murmura contra mi pecho.  Sonrío. Sus palabras me llenan de felicidad. Quiero decirle que en parte ha sido por su ayuda, que sin su apoyo no lo hubiese conseguido. Ella me enseñó todo cuando entré al ejército; ni siquiera hubiese pasado las pruebas de acceso sin su entrenamiento. La observo de reojo. Todavía me acuerdo de lo pequeña que parecía con sus coletas. Cuando la conocí me recordó a una muñeca frágil y débil. Solo tenía quince años. Por un momento, me imagino su primera impresión respecto a mí. Supongo que fue mucho peor. Me tiene que recordar como un niño mugriento y delgado, con las costillas y la columna vertebral marcándose contra la piel. Se aleja de mí con una sonrisa dibujada. Coge de nuevo mis manos y seguimos caminando por el pasillo. Me gustaría detenerla y decirle que todo se lo debo a ella, pero no me atrevo. Se detiene ante mi nuevo cuarto de jefe de pilotos y me quita con elegancia uno de mis colgantes. Lo pasa por el detector y la puerta se abre. Compartimos una mirada rápida. Noto que la sangre se me altera cuando pasa su mano por mi pecho. Dejo escapar una carcajada. He bebido demasiado como para ser objetivo. Noto que me atrae hacia ella con una ansiedad reprimida, pero entonces sonríe y empuja la puerta con la pierna. El interior de la habitación está oscuro. Solo hay una ligera claridad que entra por una ventana. No es un gran dormitorio, pero es mucho mejor que mi cuartucho anterior. Tengo una cama para mí solo, un pequeño escritorio e incluso una estantería con algunos ejemplares polvorientos y viejos.  En definitiva, un lujo.  Me besa y dejo de pensar. Saboreo sus labios; todavía noto el gusto del alcohol. No sé qué estoy haciendo, pero me encanta. Nos fundimos en un apasionado beso y luego recorro su cuello con mis dientes de forma sutil. 

“¿Qué coño estás haciendo, Jackes?”Comedor oeste. 08:08hEl desayuno me sabe a vómito y la cabeza me martillea ante cualquier sonido. Es la primera vez que como en el salón oeste, lejos de mis compañeros. Se me hace extraño tener a Leah delante de mí cambiándose el color de las uñas con un simple botón minúsculo integrado en su muñeca.—Tienes mala cara, Brown —comenta sin levantar la mirada de sus uñas. Su plato está sin tocar—. Me apuesto mis puntos de este mes a que no has dormido. No se equivoca, pero le dedico una mueca irónica.  —Tú tampoco tienes buen aspecto —digo— y no te vi en la fiesta. ¿Estuviste ocupada discutiendo con Stone? Enarca la ceja y me mira. —A diferencia que tú, yo sé con quién juntarme y con quién no. Sigues siendo un soldado como los demás y por eso continúas yendo con la chusma de siempre —espeta—. No olvides que muchos de los que estamos aquí no aprobamos tu subida de rango, así que ten cuidado con lo que sueltas por esa boquita de muerto de hambre, Jackes.Dibujo una sonrisa y me meto otra cucharada gigante de pasta de cereal en la boca. Pongo los ojos en blanco y comienzo a hacer muecas incontroladas de placer. Leah tuerce los labios y me dedica un gesto soez que, en lenguaje ordinario, viene a decir “vete a la mierda”. Se levanta y se va, dejándose el desayuno sin tocar. No me lo pienso y le cojo el plato; en algo tenía razón: soy un muerto de hambre. Lo único bueno de estar rodeado de pijos como estos es no tener que ver a Jessi. Supongo que todo se ha estropeado entre nosotros y asumo que el culpable soy yo. Ayer mi cerebro parecía haberse fugado. Recuerdo el calor y la delicadeza de su piel sobre la mía, pero no podía dejar de pensar. Supongo que era más sencillo rechazarla como un imbécil. Rehusé a sexo, y aquí nadie dice que no, por lo que debo ser un bicho raro o un idiota integral.—Brown. —El general Alexander va hecho un guante. Estrena un uniforme blanco con varios broches dorados —cómo no, el color de las colonias militares— y unas botas granates. Lo más sorprendente es que ha decidido cambiarse el color del pelo: plateado con destellos rojizos. Me hace un gesto para que vaya tras él. Dejo a un lado los cubiertos. Echo a caminar por el comedor con la sensación que muchos de los que están sentados se giran a mirarme. Parece que he empezado con mal pie. Entramos en el ascensor. —¿Le gusta su nuevo puesto, Brown? —Su voz es áspera y comprometida.—De momento, no me puedo quejar.—Ni debería —replica—, al fin y al cabo, le recuerdo que no es más que un granjero upsidiano. —Se equivoca, general. —Sonrío con frivolidad—. No soy upsidiano. Nací en Delta Blanca. Nos miramos fijamente. Alexander deja ir un sonido indescifrable, como una carcajada tosca y fría, pero finalmente se apoya contra la pared.  Los niveles superiores son los más tranquilos. Están reservados para grandes militares, por lo que me sorprende ver a un corrillo de unos diez soldados esperando al final del pasillo. Blue está entre ellos, al igual que Michael. —Espero que sean de su agrado, Brown —murmura Alexander—, porque a partir de hoy son su equipo. Observo a todos mientras nos acercamos a ellos. La mayoría son jóvenes con pinta de inexpertos.Entramos juntos en una de las salas. Las paredes son totalmente acristaladas, por lo que Upsidion se muestra con todo su esplendor ante nuestros ojos. Vislumbro además la nave de Alpha Dorada rotando cerca de nosotros. Las doradas Gamma y Delta no deben andar lejos. —Todos y cada uno de vosotros habéis sido elegidos por el general del ejército Frederich Stone —dice Alexander—, y estáis aquí con un objetivo muy concreto: localizar y rescatar a la senadora Katherine Rice. Vuestro responsable será el jefe de pilotos Jackes Brown, aquí presente. Levanto la mano con dejadez mientras observo al pelotón de soldados inservibles que tengo ante mí. Me apuesto a que hay varios que no cumplen ni los diecisiete. Esto tiene que ser una broma.—Por otro lado, Blue Stone, hija de la senadora, se ha presentado voluntaria para colaborar directamente en la misión. El consejo ha aceptado su petición y se le permite portar armas blancas que podrá utilizar en caso de riesgo.  Me revuelvo en el asiento. Eso sí que no. —Con mis respetos, general —interrumpo—. No me parece adecuado que una civil participe en una misión de esta naturaleza y menos que porte armas encima. No ha recibido formación. —Sé usarlas. —La voz de Blue suena desafiante. Clavo mi mirada en la de ella, pero no se achanta—. No soy una inútil y ya te lo he demostrado. Su rostro está helado pero la sombra violeta que lleva sobre sus párpados le confiere un toque mágico y atrayente. Tal vez tenga razón y me sorprenda. —Está bien; tú misma. Alexander nos da información sobre el armamento del que dispondremos, la nave y el presupuesto de la misión: 850.000 payers de las colonias. Vaya; supongo que es más importante rescatar a una senadora que dar comida y medicinas a los enjambres de Upsidion. La reunión se alarga durante una hora y media. Concretamos detalles, fechas y objetivos. Los últimos informes sitúan a Rice en el Enjambre 1, por lo que empezaremos yendo allí. Finalmente, todos se retiran menos Alexander y yo. Permanecemos quietos durante unos segundos. —Voy a ser claro, Brown —dice—. Si fracasa volverá a ser un upsidiano. Perderá todo y volverá a ser una mota de polvo que trabaja en una granja, y así día tras día, hasta que la enfermedad decida corroer sus pulmones y pudrirle la carne, ¿comprende?Asiento. Debajo de la mesa, aprieto tanto los puños que me duelen los nudillos y las cicatrices se me marcan contra la piel. Estúpido niñato. —Y voy a intentar incluso ser más claro, para que me entienda bien. —Suspira—. Si le pasa algo a Blue… —Saca una dorada de su cinto y la pone sobre la mesa. Por la forma en la que la ha cogido, sé que está cargada—. Usted será el único responsable.  Trago saliva y observo la pistola. No voy a permitir que alguien como él me acobarde. Me reclino hacia delante, hasta poder alcanzar el arma. La agarro y me la coloco con determinación sobre la sien derecha. La tez de Alexander se ensombrece, pero yo sonrío.—Comprendido, Alex. No le fallaré. 

Forgotten. Capítulo 7
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