Revista Cultura y Ocio

Forgotten. Capítulo 9

Publicado el 18 octubre 2015 por Alicia Cardete Vilaplana @read_infinity
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El rugido de la explosión se propaga como una llama. Es tan intenso que la tierra se sacude bajo mi cuerpo como un animal embravecido. 


Tengo la frente pegada contra el polvo y los ojos cerrados. No escucho nada salvo el pitido profundo que me ha provocado el estallido; sin embargo, mi mente se mantiene ágil y despierta. Necesitamos un plan de emergencia ya. 
Una alarma aguda comienza a sisear en torno al perímetro y sé perfectamente que no es nada bueno. Nada más la explosión comienza a disiparse y la tierra empieza a asentarse de nuevo, me incorporo y saco la dorada que llevo en mi cazadora. Me escuecen los ojos por el humo, pero busco a mi equipo entre las cenizas. 
Michael está en el suelo, cubriéndose la escafandra. Thomas se retuerce de dolor a su lado. Tiene una herida en la pierna, posiblemente de alguna colisión. El humo se clarifica a cada instante más. Veo al resto del pelotón: parecen estar más o menos bien, pero me falta ella. 
«¿Dónde está Blue?»
El chasquido de mis botas me mantiene sereno. Recorro el terreno hasta que doy con su cuerpo. Parece un trapo viejo: está cubierta de cenizas y polvo. Siento un vuelco en mi interior. 
Corro. El fuego está consumiendo su ropa. Ha perdido la conciencia y apenas respira. Le retiro la escafandra llena de humo y me quito la cazadora. 
—¡Blue! ¡Despierta! —Extingo el fuego con mi chaqueta. 
 La alarma comienza a pitar de forma reiterada. Las pantallas de los edificios altos se activan y aparece Elisabeth Lu, la representante del Enjambre 1. 
—Queridos ciudadanos, se aproxima una nube de polvo. Acudan a los refugios subterráneos de forma disciplinada. —Su voz es tan inexpresiva que me eriza el vello. 
Axel aparece detrás de mí y me ayuda a sofocar las llamas de la ropa de Blue. Entre los dos conseguimos apagarlas rápidamente. 
—¡Ayuda a Thomas! ¡Debemos irnos de aquí ya! —Cojo a Blue y observo sus quemaduras. Algunas partes de su cuerpo están en carne viva, pero no parece muy grave. 
Busco a mi alrededor a la niñas, pero se han volatilizado entre la multitud. Aprieto los dientes, lleno de rabia. Todo está saliendo mal. 
Reúno al equipo como puedo. La marabunta de gente corre desesperada hacia los refugios subterráneos. La explosión ha sido un mensaje directo para las colonias: no nos quieren aquí, no somos bien recibidos. Nadie nos ayudará. Comprendo de manera repentina que no nos permitirán entrar a los refugios. En menos de dos minutos nuestros pulmones se llenarán de polvo y moriremos. 
Observo las casas. Son tan endebles que sé que no nos servirán para resguardarnos del polvo. El aire comienza a espesarse y el latido de mi corazón bombardea mis sienes. 
—¡Aquí, venid! 
Sus palabras se pierden entre el viento, pero la distingo entre los demás. El negro de su ropa la camufla entre las sombras de los edificios. Sé que es una locura, pero avanzo hacia ella. Es muy posible que se trate de una emboscada, pero no tenemos elección. 
—¡Rápido, seguidme!
Chasqueo la lengua para conectar mi comunicador y mandar un mensaje a mi equipo.
—Preparar las armas —murmuro. 
La desconocida serpentea entre los envejecidos muros de algunas estructuras. Me percato de lo ágil y rápida que es. Es obvio que no es una civil. 
Llegamos a un paso subterráneo. Abre la puerta blindada y nos invita a entrar con aspavientos exagerados.  
—Elisabeth Lu os está esperando en la cámara central. Os proporcionaremos servicio médico si así lo necesitáis —dice echando un ojo a Blue y a Thomas. 
—No. —No voy a permitir que se lleven a nadie. No son de fiar: debemos mantenernos unidos—. Primero llévanos ante Lu.
Asiente sin decir palabra y nos instiga a ir tras ella. Las luces blanquecinas se encienden a su paso, aportando una profundidad inesperada al pasadizo. ¿Dónde nos ha metido? 
—Jackes… 
Bajo la vista hacia Blue, parece estar recuperando la consciencia. Se hace un ovillo entre mis brazos y tiembla. 
—Estamos a salvo —le digo—. Elisabeth Lu quiere vernos. Te atenderán cuando lleguemos. 
—¿Y mi escafandra? —Noto que se altera—. ¿Qué has hecho?
Me observa. Está llena de odio y pánico; sin embargo, no le doy respuesta. 
—Estás viva —susurro—; eso es lo que realmente importa. 
—¿Por cuánto tiempo, Jackes? —espeta en un hilo de voz. 
Cierra los ojos y ya no sé si está despierta. Tiene que estar pensando que ahora morirá de la Corroída. Es gracioso. Todos los colones son igual de cobardes, incluso ella. Supongo que al fin y al cabo el único impulso humano que nos iguala es el deseo de vivir. 
El pasillo se transforma en un laberinto lleno de ramificaciones subterráneas. Intento memorizar cada cruce y cada pequeño detalle por si acaso nos vemos obligados a regresar solos, pero finalmente pierdo la orientación. 
Recuerdo que en el Enjambre 2 existían cientos de túneles bajo la tierra. Nunca llegué a conocerlos todos, solo los más importantes: accesos de emergencia para catástrofes medioambientales y refugios para protegernos de los ataques rebeldes. Sin embargo, jamás vi a alguien con tanta destreza para orientarse entre los subterráneos como nuestra guía. 
Pierdo la noción del tiempo. Estoy confuso y mareado. Tengo la intuición de que de un momento a otro nuestra acompañante desaparecerá en el laberinto y nos abandonará. No obstante, finalmente veo un destello a unos metros de nosotros. Parece una salida. 
La luz se agudiza más reflejada en las paredes blancas y atemporales del edificio. Una mujer nos sonríe, engalanada en un vestido brillante con un escote infinito que deja ver su ombligo. Es Elisabeth Lu. 
—Queridos, ¡al fin! —Se lleva la mano a la garganta, fingiéndose afligida—. Me alegra que no os haya sucedido nada.
La estudio con detenimiento. Su expresión es comprometida y fría, al igual que sus palabras. Me recuerda a las flores que crecían cerca de mi granja: bellas pero tóxicas. 
—¿Cómo supisteis de nuestra presencia? —pregunto.
—El general Alexander me comunicó vuestra visita —dice—. Soy su hermanastra.  
Frunzo los labios ante la revelación. ¿Desde cuándo Alexander tiene familia? Los rumores que había oído era que sus seres queridos habían fallecido. Todo esto apesta.   
—Es igual. —Se encoge de hombros—. Será mejor que lleven a la señorita Friederich y a vuestro soldado ante el sanador. Con la suciedad del ambiente las heridas pueden infectarse y convertirse en letales. 
Dejo que se lleven a Thomas y a Blue a regañadientes. No puedo evitar seguirles con la mirada hasta que desaparecen tras una de las puertas acristaladas acompañados por varios hombres. 
—Brown, será mejor que hablemos. —Elisabeth dibuja una sonrisa—. En privado. 
Echo un vistazo a mi grupo. Michael niega discretamente con la cabeza, pero en seguida se detiene al darse cuenta que la representante le observa. Al menos veo que no es tan estúpido como para fiarse de buenas a primeras. 
El brillo de sus ojos azules se vuelve más intenso. Hay algo en ella que no logro descifrar. Repaso mentalmente las armas que llevo escondidas entre la ropa. En total, cinco. 
Finalmente asiento, bajo la mirada de desconcierto de mis compañeros. Elisabeth deja ir una carcajada inocente y se aparta la melena cobriza de un golpe. Supongo que pase lo que pase será divertido.  Estoy listo para pasar a la acción.
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