El ser humano no es una criatura tierna que solamente se defendería si se le atacara. Todos tenemos implícita cierta cuota de agresividad. El niño pasa por el estadio del espejo, por el cual frente a la imagen de los otros, especialmente del cuerpo de la madre, se constituye también su propio cuerpo. Sentía su cuerpo como fragmentado pero el reflejo en el otro le devuelve su propia imagen entera. Esa tensión interna genera el nacimiento de su deseo, deseo por el objeto del deseo del otro, movimiento de crecimiento, y aquí nace el triángulo entre el prójimo, Yo y el objeto. El yo entonces aparece marcado por esta agresividad y cada vez que haya una metamorfosis o cambio en él, se pondrá en juego de nuevo su delimitación, la de su historia más el ser sujeto del deseo. Así, la agresividad no acontece entre dos, sino cuando cada uno se constituye como un otro, como semejante a otro. Cuando quiero ocupar su lugar es cuando se muestra la agresividad
Laura López psicóloga-psicoanalista
Revista Psicología
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