Muchos profesionales sanitarios, mayoritariamente los que trabajan en centros de atención especializada, participan en la formación de sus futuros colegas. Los hacen bajo distintas figuras, con y sin remuneración, con y sin reconocimiento explícito. Es algo normalizado, poco cuestionado, quizás porque nos sentimos deudores de los que de la misma forma estuvieron antes formándonos a nosotros.
Esto ocurre tanto en formación pregrado como posgrado. Nos interesa, ahora, sobre todo la primera. Se da en todas las profesiones pero hablaremos de la que conocemos un poco, la Fisioterapia. En el código deontológico del Colegio de Fisioterapeutas de la Comunidad de Madrid, en su artículo 26, se dice “el fisioterapeuta ha de contribuir a la formación profesional de los estudiantes de fisioterapia, ofreciendo su experiencia y sus conocimientos a las necesidades de su aprendizaje”. Nada más lejos de nuestra intención cuestionar la filosofía que subyace a ese encargo. Creemos que no es otra que la de compartir el saber y la experiencia como contribución a la sociedad y a la profesión. Esto está incrustado en la génesis de las disciplinas sanitarias.
Para los que estudiaron en la universidad pública lo dicho puede tener sentido. Se les formó en centros con la participación de sus trabajadores y, en justa reciprocidad con su contribución y con la de la sociedad que los pagaba con sus impuestos, se les pide ahora que no eludan esa responsabilidad. En el caso de la universidad privada este argumento se debilita a no ser que se tome la formación como algo inherente al puesto, sin más consideración.
Ya hemos escrito sobre la docencia en las prácticas en el pasado y dejamos clara nuestra opinión (1-2). Fue hace ocho años, en un contexto distinto, el de la antigua Diplomatura de Fisioterapia, que dio paso al actual Grado. En el asunto de la formación, selección, evaluación, valoración de los formadores podrían haberse producido cambios aunque dudamos si tienen alguna trascendencia real en el quehacer cotidiano de tutores y profesores. En cuanto a la remuneración la situación parece similar. Decíamos entonces que “se puede ser profesor vinculado, con reconocimiento legal, derechos laborales y retribución salarial. Se puede ser tutor de prácticas, con asignación dineraria no reglada y con un reflejo curricular de reconocimento discrecional. O se puede estar obligado a acoger alumnos en el puesto de trabajo sin ningún tipo de contraprestación”.
Nos ha parecido oportuno reiterar nuestra extrañeza ante la situación de aquellos que se ubican en el último de los casos del párrafo anterior. Puede ocurrir en centros públicos (asistenciales, sociosanitarios, deportivos) o privados (hospitales, clínicas, mutuas, consultas,…). Puede ser temporal o duradero. Se puede reconocer o no con un certificado. Lo llamativo, por decirlo suavemente, es que no haya pago (que como dijimos no tiene que ser necesariamente monetario). Los que promueven, aceptan o consienten esta situación se amparan, supuestamente, en el altruismo y la generosidad ineludibles de cualquier profesional para contribuir a la formación.No parece importar si el centro de trabajo percibe compensaciones por recibir estudiantes, si hay algunos profesores/tutores que reciben dinero mientras no participan del proceso más que como coordinadores (es eufemismo), o si se presume de ser “universitario”. Y el que hace el trabajo de campo, el que lidia con el estudiante, el que le enseña y adiestra, ni las migajas. No parece justo.
Desde este humilde estrado defendemos que cualquiera que contribuya a la formación de profesionales debe recibir una retribución. Los estudiantes pagan una matrícula (directa o indirectamente) y los centros receptores no lo hacen desinteresadamente. El trabajador deber percibir su parte como protagonista de esa tutorización. De otra manera, además, no se le puede exigir preparación, implicación o evaluación. No comprometerse con un trato remunerativo desde universidades y centros de prácticas desprestigia, de alguna manera, a las instituciones. Mojarse y reclamar ese trato es digno de elogiarse, divulgarse y argumentarse como buena práctica o indicador de calidad. Continuar con la situación de la que nos venimos quejando es, a nuestro entender, harto injusto. Y desde luego, no parecería un buen ejemplo para los que pretenden ser depositarios de la confianza necesaria para una formación de calidad.
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Referencias:
1. González-García, JA. Reflexión sobre la docencia en la práctica clínica (I). En Fisioterapia http://www.madrimasd.org/blogs/fisioterapia/2008/08/01/reflexion-sobre-la-docencia-en-la-practica-clinica-i/. Acceso 4 de julio de 2016.
2. González-García, JA. Reflexión sobre la docencia en la práctica clínica (II). En Fisioterapia http://www.madrimasd.org/blogs/fisioterapia/2008/08/07/reflexion-sobre-la-docencia-en-la-practica-clinica-y-ii/. Acceso 4 de julio de 2016.