[Publicado en “Gastar la vida” – Blog de Cristianisme i Justícia]
“Los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados porque ellos se desesperaron de tanto esperar y ellos se perdieron por tanto buscar”.
Eduardo Galeano
Vuelvo a menudo a Pedro Páramo, la obra cumbre de Juan Rulfo que me sumergió en el realismo mágico definitivamente y me sacó de Macondo para llevarme a Comala, y de ahí seguir un viaje continuo que me llevaría hacia la calle Donceles 815 de la Aura de Carlos Fuentes o al Ixtepec de Los recuerdos del porvenir de Elena Garro.
Vuelvo a menudo a aquellas páginas y me veo a mí mista en un asiento del Ruta 1 en Monterrey, con aquel libro de tapas anaranjadas entre mis manos, tan abstraída en la lectura que no me importaban los baches, ni la duración del trayecto, ni los vendedores que subían y bajaban, ni el bullicio, ni la cumbia sonando en la radio del conductor…
Hace unas semanas recordé el siguiente fragmento de la novela y sentí una punzada, el aguijón que sirve de acicate cuando algo de repente adquiere sentido: “(…) pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza”. De aquella punzada nace este artículo que es al mismo tiempo rejón que apremia y catarsis personal.
Empezaré con una especie de confesión que a algunos y a algunas os parecerá insustancial: de un tiempo a esta parte me da un miedo atroz volar… Estoy trabajando para superarlo, pero ese miedo y algunos otros acontecimientos me han llevado últimamente a reflexionar sobre cómo desde el compromiso a veces nos situamos en las brasas, sin protegernos, sin aplicarnos la ética del cuidado a nosotras mismas, sin mirarnos, sin creernos del todo esa máxima contemporánea y sin autoría conocida que dice así: “De la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país”[1].
“De la piel para adentro mando yo”. Deberíamos repetírnoslo todas las mañanas al despertar, pero no lo hacemos. Entre la impermeabilidad y la anegación emocional debería haber un término medio, un flotar, bucear y nadar alterno; pero a mí, personalmente, me cuesta encontrarlo. Porque ¿cómo no dejarse afectar por todo el dolor que nos rodea?, ¿cómo no hacerlo propio?, ¿cómo saber cuándo avanzar y cuándo dar un paso atrás para sentirse a salvo, para incidir y acompañar, pero sin ahogarse en el fango? Me cuesta encontrar respuesta.
Hace un par de años, en la presentación de mi cuaderno “Atrapadas en el limbo”, alguien entre el público nos preguntó a Bárbara Tardón y a mí cómo lo hacíamos para gestionar el dolor que comporta trabajar sobre ciertos temas… Nos quedamos mudas. Y tras 7 años estudiando, investigando y escribiendo sobre el feminicidio y su representación en los medios de comunicación, sobre narcos y libertad de prensa, sobre violencia sexual en las fronteras y sobre violencia simbólica en el cine, sobre la oscuridad de la humanidad al fin y al cabo, esa anegación pasa factura y te desborda, y llegan los miedos, porque tu foco está puesto sobre lo más lóbrego del ser humano. Y en esas aguas cuesta encontrar la luz y abrir el foco.
En estas ideas andaba cuando volví a Pedro Páramo y al realismo mágico y descubrí que también se puede encontrar la esperanza en la memoria del dolor. Escribía Elena Garro, precisamente en Los recuerdos del porvenir, lo siguiente: “Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga”. Sin duda, somos memoria. Y en la memoria dolorosa que conservamos y creamos de las asesinadas, de los que nos dejaron, de los miles de desplazados y refugiadas, de las víctimas, de aquellos y aquellas que a duras penas sobreviven en los márgenes de este sistema depredador que mata…, en esa memoria también hay resiliencia y utopía, la promesa de una “esperanza en marcha” como escribiera Ellacuría. ¿Será que tenía razón Rosario Castellanos y “en este continente [o mundo] que agoniza bien podemos plantar una esperanza”?
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[1] Gracias a Joana García Grenzner por guiarme hacia esta frase…