El hecho de que el padre/madre de una familia monoparental vuelva a casarse puede ser una verdadera bendición, tanto para él como para su hijo -al permitir restablecer la estructura, estabilidad y seguridad que perdieron con el divorcio, la separación o la muerte del otro cónyuge. Volver a formar una familia completa suele ser beneficioso desde un punto de vista económico. Además, el padre que pase a formar parte de la familia se convertirá en un buen modelo de rol para los hijos del mismo sexo.
De todos modos, volver a formar una familia implica tener que hacer muchos reajustes y puede ser muy estresante para todo el mundo. Si al niño se le presenta al "nuevo padre" como un substituto del padre ausente, la lealtad hacia el padre biológico puede llevarle a cerrarse en banda y a rechazar por completo al recién llegado. Asimismo, entre el padre que contrae matrimonio con una persona que ya tiene hijos de un matrimonio anterior y estos últimos suelen surgir celos, y es fácil que se establezca una relación de competencia por el amor de la persona responsable de que tengan que vivir en la misma casa. Por ejemplo, si un niño siente que su padrastro se está entrometiendo entre su madre y él, probablemente lo rechazará, y es posible que empiece a portarse mal para atraer la atención de su madre. La situación todavía se complica más cuando los dos padres que contraen matrimonio tienen hijos de matrimonios anteriores y se espera que éstos no sólo acepten a sus padrastros sino que se lleven bien con sus hermanastros. Con el tiempo, la mayoría de estas familias consiguen solucionar sus conflictos, pero, para ello, es preciso que los adultos pongan toda la carne al asador, tengan mucha paciencia y sean capaces de solicitar ayuda profesional en el caso de que surjan problemas graves.
Por muy difícil que pueda parecer la transición al principio, intenten tener presente que las relaciones entre padrastros e hijastros generalmente se van desarrollando de forma gradual, durante un período de tiempo que puede durar uno o varios años, en lugar de unas cuantas semanas o meses.
El apoyo del padre biológico que no vive con el hijo es un factor fundamental en el desarrollo de unas relaciones saludables dentro de la segunda familia. Si el tipo de relación que mantiene aquél con el niño fomenta el rechazo al padrastro, es posible que el niño se resienta y se sienta culpable cuando conecte emocionalmente con este último. El hecho de que los tres (o cuatro) adultos implicados se comuniquen abiertamente puede contribuir a minimizar estos sentimientos de culpabilidad en el niño, así como la confusión que pueda experimentar por tener que adaptarse a los valores y expectativas de varios adultos. Por este motivo, cuando un niño tiene que pasar tiempo en dos casas distintas, organizar reuniones de vez en cuando a las que, si es posible, asistan todos los adultos implicados puede ser de gran ayuda. El hecho de poner en común puntos de vista sobre normas, valores y horarios le trasmitirá al niño el mensaje de que las personas implicadas en su educación son capaces de conversar tranquilamente y respetarse mutuamente, y consideran su salud y su educación como una prioridad.
En una atmósfera de respeto mutuo entre padres biológicos y padrastros, el niño podrá beneficiarse de las ventajas antes mencionadas del hecho de volver a formar parte de una familia. De nuevo, podrá vivir en un hogar completo: con un padre y una madre. El padre que se ha vuelto a casar probablemente estará más contento y podrá colmar mejor las necesidades afectivas de su hijo. Conforme el niño vaya creciendo, la relación que mantenga con su padrastro le proporcionará apoyo, habilidades y nuevos puntos de vista. Estos beneficios, añadidos a las ventajas económicas asociadas al hecho de volver a formar parte de una familia completa puede ampliar notablemente las oportunidades del niño.