Gustavo Espinoza M*.─ En los próximos días tendrá lugar en La Habana la XXIV reunión del Foro de Sao Paulo, espacio en el que confluyen diversas organizaciones progresistas y de izquierda, empeñadas en la lucha por construir un camino verdadero de paz y de justicia en nuestro continente.
Es ciertamente indicativo el hecho que este trascendental encuentro tenga lugar en la capital cubana, en la víspera del 60 aniversario de la Revolución, esa gesta heroica que, partiendo de la Sierra Maestra, obtuvo la victoria el 1 de enero de 1959; cuando los guerrilleros victoriosos –al mando de Fidel- asumieron la conducción del Estado y optaron por construir un orden social distinto, la primera experiencia socialista de América Latina.
El Foro de Sao Paulo tiene ya una trayectoria de vida, dilatada y respetable. Surgió en el escenario latinoamericano como respuesta de los pueblos a una de las coyunturas más complejas e irritantes: Había caído la URSS, y el campo socialista se había diluido en el espacio. El Imperio cantaba victoria y la ciudadanía, en cada recodo del camino, buscaba un derrotero que le ayudara a reiniciar la lucha. Fue, en definitiva ése, el esquema que dio vida al Foro, y que se renueva hoy en distintas circunstancias, cuando nuestro continente vuelve a ser el escenario de las más duras confrontaciones entre los pueblos y el Imperio.
El que la cita tenga lugar en Cuba, en esta circunstancia, es sin duda, un triple reconocimiento: una valoración al aporte histórico de la Revolución Cubana a los 60 años de su victoria; un homenaje continental a Fidel –su conductor imperecedero-; y una mirada hacia adelante, oteando el porvenir de los pueblos en esta América nuestra, de Martí, Sandino y José Carlos Mariátegui.
Y Cuba aportará a ella, la mejor cosecha de su vida: su unidad, fraguada a la luz de los más duros combates contra el Imperio; su flexibilidad política, que le permitió siempre ganar aliados; su lealtad a los principios y a la causa de los pueblos; y su imbatible voluntad solidaria mostrada en sesenta años generosos.
Dos episodios concitarán el interés de las fuerzas políticas y sociales que se encontrarán en la Perla de las Antillas: la ofensiva sediciosa contra la Nicaragua de hoy, y la aplastante victoria de las fuerzas avanzadas de la sociedad mexicana, cansadas definitivamente de la corrupción y el entreguismo, que aún campean en la Patria de Hidalgo y Morelos.
El primero, confirma la idea que el Imperio y las oligarquías locales, no descansan, ni dan tregua a los pueblos; que no están dispuestos a perder territorios ni riquezas; y no escatiman recursos, cuando se trata de defender privilegios, e intereses de clase. Usan dinero, armas, bandas delictivas y conjuras de diverso signo con la idea de abatir a gobiernos progresistas y desmoralizar a los pueblos. Y atacan en todos los frente, en el empeño de derribar a quienes resistan sus planes de dominación y abuso. Ya ocurrió hace algunos años en Honduras. También en Paraguay. Incluso en Brasil, cuando lograron derrocar a Dilma Rousseff primero, y encarcelar a Lula después. Intentaron vanamente someter a la Patria de Bolívar, pero allí tuvieron que tragarse una amarga derrota. Y ahora buscan castigar a otro pueblo soberano, la Nicaragua Sandinista, que les asestará un nuevo golpe.
Desde abril, hasta julio –así exactamente ocurrió en Venezuela el 2017- las fuerzas de la contra revolución interna y externa, operaron en Managua y otras ciudades, para subvertir la paz en la que desenvolvía sus actividades el país más seguro de Centro América, Incendiaron locales públicos, atacaron municipios, museos, escuelas y hospitales, saquearon viviendas y ciudades, y hasta mataron desde pacíficas gentes, hasta policías uniformados. Generar violencia y sembrar el caos, fue ésa la consigna impartida desde oscuras cuevas que delincuentes avezados –y ricamente financiados- cumplieron sin descanso. Hoy, en la víspera de su derrota definitiva arrecian sus infundios para sorprender a incautos.
El segundo episodio -la elección mexicana- se perfila como un gigantesco paso adelante para todo nuestro continente. Por su extensión, ubicación geográfica, prestigio histórico y potencialidad concreta; México es una fortaleza que se levanta al sur del Rio Bravo para contener las ansias imperiales. Sometido en las últimas décadas a los caprichos de camarillas corruptas, y atravesado por la Mafia del Narco Trafico y la Droga; perdió un derrotero que ahora recupera de manos de López Obrador.
Pero más que de la suerte de un hombre, su destino está signado por la fuerza de un pueblo que se ha levantado tomando en sus manos las banderas de la Revolución de 1910, proceso en el que -como lo señalara Mariátegui- “la clase trabajadora consolidó sus posiciones y acrecentó su poder social y político”.
En nuestro país, como en otros con seguridad, los capitostes de la reacción combatieron la posible elección del candidato de “Morena” el pasado 1 de julio. Y amenazaron con todos los males del infierno al pueblo mexicano si optaba, finalmente, por López Obrador. Hoy, sus voces han callado a la espera de lo que habrá de ocurrir. Sin duda, temen la voluntad soberana de un pueblo. Y muestran pánico ante los cambios que se avecinan en la tierra de Pancho Villa y Emiliano Zapata. Pero el futuro de México no depende hoy ni de sus lágrimas ni de sus quejas. Está en manos de un pueblo que sabrá apreciar sus luchas y experiencias; y que encontrará la mayor solidaridad en cada uno de los pueblos de nuestro continente.
El Foro de Sao Paulo –que valorará en su real dimensión la Causa de Cuba Socialista- extenderá su mano generosa a Nicaragua, a México y a todos los que afirman una acerada voluntad, aquella por la que dieron su vida los más grandes hombres de nuestra historia desde Túpac Amaru hasta nuestros días.
*Gustavo Espinoza M.
Integrante del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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