Nacemos con la necesidad de contacto físico y sentir protección de otra persona, que, sobretodo, durante los primeros meses se debe principalmente a la figura de la madre. Esto ayuda a fortalecer los vínculos y lazos afectivos entre padres e hijos, que luego se irán desarrollando y manteniendo a la largo de la vida
La lactancia ayuda a impulsar este contacto y por tanto el crecimiento de este vínculo, que se completa con acciones como el contacto ocular, el contacto físico, la comunicación y los cuidados del niño (alimentación, sueño, higiene, etc.). Por tanto es muy importante que demos cabida y protagonismo en nuestro día a día a las caricias, los abrazos, los besos, e incluso a los masajes (por ejemplo cuando ponemos la cremita a los bebés después del baño), ya que favorecen las sensaciones, el bienestar y la felicidad de nuestros bebés, fortaleciendo su autoestima. Si a todo esto procuramos crear un ambiente de comunicación, atención, juego, donde se puedan expresar los sentimientos y explicar lo ocurrido, beneficiaremos el correcto desarrollo físico y psicológico de nuestros hijos.
Hay que cuidar el crecimiento físico, pero al mismo tiempo cuidar la parte emocional, puesto que con ello estamos dotando a los niños de los medios necesarios que en un futuro les harán ser personas equilibradas y estables para hacer frente a las dificultades y a las situaciones difíciles que se puedan encontrar.